Toros

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La natural excelencia de Morante y el valor incombustible de Castella

Día 27/08/2010 - 01.50h
«¡Asesina, vas a ir al infierno!», me increpó camino de la plaza una cuadrilla de «amigos de los animales y enemigos de las personas». Si pecado es emocionarse con el arte del toreo, al averno que me lleven. Porque ayer esa pasión viajó por los tendidos, que presentaron la mejor entrada de la feria y se rindieron a la excelencia de Morante. Qué torería y naturalidad desde que se abrió de capote. Los lances mixtos del saludo, a pies juntos y con el compás abierto, nacieron con lentitud. Un primor los delantales, que en el remate provocaron el volatín del toro de El Pilar, que lidió una desigual corrida, sin terminar de romper. Aunque le restó fuerzas y punteó los engaños, no importó, porque «Niñoso» resultó un buen aliado. Le gustó al sevillano, que quiso resarcirse de la tarde anterior y brindó al público una faena para el recuerdo. Principió con ayudados, cosidos a un pase de la firma, una trincherilla, un zurdazo, otro de pecho… Imposible aglutinar más belleza en sesenta segundos.
El de Fraile tenía movilidad y se arrancó ansioso de embestir. Los derechazos brotaron con pureza y los oles manaron con ímpetu en rondas de mucha riqueza. Adiós por unos minutos a las actuaciones mecánicas que pueblan la temporada. Era la hora de saborear la creatividad de un artista. Un lujo para los sentidos. Cuando había pintado la mitad de su obra, acarició el súmmum: una trinchera precedió a un cambio de mano parsimonioso. Y éste dio paso a tres naturales excelsos. Tres cuadros para engrandecer cualquier museo. Morante expresaba a través del toreo su yo más íntimo; el delirio surgió. Un afarolado, la trincherilla, más ayudados, aroma belmontino y gracia del Guadalquivir. Y otra vez la izquierda mágica, en el espacio donde se marca un chotis. Lástima que se cayese la espada y el premio se redujese a una oreja. Aunque después de ver torear así, los trofeos que se vayan también al infierno. Porque el de La Puebla del Río nos hizo ascender al cielo.
Amanecieron las tinieblas con el cuarto, de complicado y áspero genio. No pareció del agrado de Morante, que aliñó. Entre la división de opiniones se marchó del ruedo tras pasaportarlo al tener que cruzar toda España por su compromiso bilbaíno.
Sebastián Castella se alzó triunfador numérico de la tarde. Cortó una oreja al buen segundo gracias a un estupendo quite, su vibrante arranque con el pase cambiado por la espalda, su entrega sin límites y una efectiva estocada. Hubo cierto barullo durante la faena, pero su incombustible valor merece las odas. Desconcierto en las banderillas al quinto, frente al que el francés perdió pie. La Virgen del Mar echó un capote para que milagrosamente se librase de la cornada… No se arredró Castella, quien planteó batalla al toro en una jaleada y dispuesta labor, siempre en terrenos comprometidos, lo que le valió el galardón que le abría la puerta grande.
Miguel Ángel Perera topó con un tercero que salió distraído y que se despedía con un tornillazo al final del viaje. Tampoco acabó de humillar el sexto, con el que de nuevo se mostró firme. Se quedó sin opción a recompensa.

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