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CORTÓ UNA OREJA DE PESO

Miguel Tendero, un diamante en el reino de la vulgaridad

Seria actuación del albaceteño, que halló la receta básica para triunfar sin alharacas

CARMEN ANIORTE ROSARIO PÉREZ

La tarde parecía precipitarse al desastre. Vulgaridad en los toros y en los matadores. Hasta que apareció Miguel Tendero y se encontró con «Zafiro», aunque el verdadero diamante —cada vez más pulido— fue el torero. Seria actuación del albaceteño, que halló la receta básica para triunfar sin alharacas. No fue «Zafiro» precisamente el paradigma del toro bravo, pero al menos salvó en parte el honor de la divisa de José Luis Marca, que lidió una corrida de paupérrima casta. Manejable, aunque sin terminar de romper, este tercero permitió que Tendero construyese una faena de gran nivel. Reunió una hábil mezcla de ingredientes que conducían al éxito: sobriedad castellana, temple sereno y primigenio valor. Firme como un húsar, Tendero ligó por el camino clásico series por ambos pitones de nota alta. Muleta adelantada para imantar la embestida a los vuelos y correr la mano por abajo y con templanza. Bordó varios pases de pecho y un cambio de mano sensacional. El joven de la tierra del acero afiló la espada y pulverizó al toro de una estocada desprendida. Paseó una oreja de peso. Provocó el viaje del horrendo sexto, un remiendo de Moisés Fraile que mejoró en sus manos, gracias a su capacidad y su técnica. Era dueño ya de otro trofeo por tan meritoria obra, pero esta vez el acero le traicionó...

Miguel Abellán pechó con un deslucido lote. El primero se desmoronaba con un soplo de viento y la plaza montó en cólera cuando el presidente se empeñó en mantenerlo en el ruedo. Misión imposible el lucimiento. El jabonero cuarto, más que humillar, topaba con mala educación. Abellán se afanó por construir faena y dejó alguna tanda entonada a derechas, pues por el izquierdo aún le costaba más pasar. No anduvo fino con el estoque y se marchó sin pena ni gloria.

El segundo no valía un euro, pero Juan Bautista se empeñó en estar delante una eternidad. El torete debió pensar como el «Sargento de Hierro» en su mítica

frase: «Me puedes robar, me puedes matar de hambre, pero no me aburras…» Y como la trivialidad, al igual que el cartero, siempre llama dos veces, se repitió la historia frente al quinto, una fruslería sin fondo. Lo único valioso fue Miguel Tendero.

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