Quien no le conozca tal vez piense que se trata del último novio de Kate Moss chupando cámara, o quizás del batería sadomaso de Lenny Kravitz o de un motero despistado que acaba de salir del Pacha Ibiza. Nada mas lejos de la realidad. Este individuo que, efectivamente, es motero y muy rockero, que intima con actrices y cantantes, que es presencia habitual en el front-row de los desfiles de Karl Lagerfeld y de John Galliano, que viste de cuero de la cabeza a los pies (eso sí, a buen seguro que firmado por Cavalli, con relojes cañeros de Bell & Rose y luciendo grandes cadenas, aunque me juego que son de Gucci), en realidad es el arquitecto de culto de las estrellas, el mas fashion del planeta y, también, uno de los más caros. A pesar de la crisis, en su estudio trabajan 150 personas
Peter Marino, un sesentón bien casado y con una hija de 19 años llamada Antartida, fue descubierto en los años 70 por el mismísimo Andy Warhol, del que, según cuenta, aprendió todo lo que sabe: entre otras cosas, la pasión por el arte y el hábito de saltarse los convencionalismos. Marino proyectó la casa que Warhol tenía en Nueva York y gracias a ello fue posteriormente encumbrado por Yves Saint Laurent, los Agnelli o los Rothschild, convirtiéndose en el más querido de la beautiful internacional. Pero no se lleven a engaño, pues, como el gran camaleónico que es, también se le puede descubrir vestido como un dandy mientras se codea con la jet-set norteamericana y europea o saltando de los Hamptons a Cap Ferrat con las mejores compañías
Clasicismo y transgresión
Insisto, no estamos ante un macarra, sino ante un creador sensible, un mecenas y un apasionado coleccionista de esculturas, cerámicas y pinturas (su colección de bronces renacentistas acaba de exponerse en The Wallace Collection, en Londres). De gusto extremadamente refinado es, además, un gran arquitecto. Sus proyectos son clásicos y apacibles en lo que a los interiores de las viviendas se refiere, a las que imprime, sobre todo, belleza y comodidad. Sin embargo, es revolucionario y transgresor cuando trabaja para las grandes firmas. Y las tiene todas, pues en su carnet de baile se han apuntado las tiendas de Chanel (Dubai y Tokio), Christian Dior, Louis Vuitton (Nueva York y París) o Ermenegildo Zegna (Nueva York), cuyos nuevos y mejores espacios llevan su sello. Su último encargo es remodelar los de la casa Loewe.
Insiste a todo el que le quiera escuchar que con una sola obra de arte o un mueble antiguo puede hacer que un lugar vacío cobre vida propia. Confiesa que le gustaría vivir en una caja de cristal sobre una colina verde y que si tuviera que resaltar lo mas importante de una casa, sin duda señalaría su «alma», ese elemento intangible aunque evidente.
Así es la filosofía del arquitecto más fashion y caro del momento, alguien que ni por todo el oro del mundo prescindiría de su viaje anual en barco, junto a su hija, a las Islas Galápago o a Alaska, y que considera vulgar, anticuado y primitivo salir a cenar fuera de casa.
He aquí Peter Marino, también conocido como Pedro el Grande.
