Música

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Trovadores de la conciencia

Cantautores españoles celebran la figura de Labordeta, rememoran los «años heroicos» y reivindican la música de contenido crítico en la España actual

Día 26/09/2010 - 03.49h
Marina Rosell y Labordeta
Pablo Guerrero
Lluis LLach
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La poesía es un arma cargada de futuro, canta Paco Ibáñez musicando un poema de Gabriel Celaya. Lo recuerda la barcelonesa Marina Rossell cuando se le pregunta por los años del tardofranquismo, cuando ella era una joven espectadora de lo que se cocinaba, y de la transición, cuando rompió el precinto de su motor y echó a andar por los escenarios. Tiempos de censura, de grises a la puerta de las facultades y de los pabellones deportivos... ¿malos tiempos para la lírica? «No. La lírica era entonces una forma de sacudir la conciencia de los poderosos, de provocar interrogantes, de exclamar “señores, no somos complacientes”. Y también debe serlo ahora: precisamente cuando hay democracia hay que decir la verdad sin descanso, como señalaba el poeta Salvador Espriu». Siempre la poesía de por medio. También en José Antonio Labordeta, «el abuelo». «Sus canciones, ásperas y sensibles al mismo tiempo, huelen a tierra. Era capaz de seducir al Rey, con quien tuvo muchas charlas, y no banales, y a un cabrero del Moncayo. Para él era muy importante el paisanaje. Te hacía sentir bien. Y por eso la gente ha respondido con tanto cariño en la hora de su muerte».

La autora de «Penyora», «Bruixes i maduixes» y «Barca del temps» destaca la efervescencia de los tiempos heroicos y, en especial, un concierto de Lluís Llach en el Palacio de Deportes de Montjuic, en enero de 1976, «cuando hasta un solo de guitarra hablaba». Ese mismo año Marina compartió cartel con el cantautor alcoyano Ovidi Montllor. «Nos habían censurado gran parte del repertorio, así que Ovidi y yo decidimos repetir los mismos temas “autorizados” durante toda la velada, como si fuera un bucle. La sala estaba llena de policías infiltrados, pero no podían hacer nada al respecto. El público entendió que aquello era una forma de protesta». A Luis Eduardo Aute no le gusta demasiado esa etiqueta de «canción protesta», aunque por su currículo le sea difícil escapar a ciertos tópicos. Aute es un clásico, y también un artista total. Ha pasado este fin de semana en Avilés invitado por el Centro Niemeyer para tocar todos los palos: concierto, exposición de pintura, proyección de su película de animación «Un perro llamado dolor» y lectura de poesía. «La música puede manifestar alegría, tristeza, amor, crítica... Ocurrió en la década de 1970, una época difícil, pero también positiva porque estaba todo por hacer, y sucede ahora. Motivos para quejarse, haberlos, haylos. Si queremos etiquetar, los raperos son los nuevos autores de canción protesta». Aute no dio a los censores la oportunidad de hacer sangre con su obra a causa del miedo escénico. «Por timidez no me subí a las tablas hasta 1978, y entonces la situación había mejorado sustancialmente».

De la despedida a Labordeta quiere destacar la participación de los jóvenes. «En las concentraciones populares de estos días no solo había gente de nuestra quinta, sino hijos de la transición que crecieron escuchando las canciones que sus padres pinchaban en el tocadiscos». Métrica y rima «La primera vez que vi a Labordeta fue en una manifestación antinuclear en Valdecaballeros (Badajoz) a finales de los 70. Recuerdo que interpretó su e_SDLqCanto a la libertad” y se me pusieron los pelos de punta. Su mezcla de socarronería y seriedad le hacían muy especial», señala Pablo Guerrero, cantautor y poeta extremeño, uno de los nombres imprescindibles del género (si fuera posible hablar, en su caso, de «género», ya que mezcla el folclore de su tierra con el rock, el jazz, los ritmos africanos y hasta la música electrónica. El autor de «A cántaros» («Tú y yo, muchacha, estamos hechos de nubes»), uno de los himnos libertarios de aquella década, retrocede hasta su infancia para explicar el por qué del camino elegido, y rememora los versos que leía en la Enciclopedia Álvarez. «Creía que la poesía era la rima, y que bastaba con decir e_SDLqarde la tarde” para tener un poema. Hasta que un profesor de métrica me explicó que la cosa era más compleja».

Muchos años después compuso junto a Javier Álvarez una canción que evoca esa sencilla rima, y en la que no solo arde la tarde, sino también el agua que esconden las lágrimas o los nudos en los cuerpos desnudos. Ismael Serrano asume su condición de relevista de los Guerrero, Aute, Serrat y compañía. «Influyeron no solo en mi forma de entender la música, sino en mi manera de ver el mundo», comenta. «Ellos, a su vez, tomaron el testigo de gente como Pete Seeger o Bob Dylan. En realidad, la canción de autor ha existido desde siempre». El origen Pero, ¿cuál fue el comienzo del big bang en España? El crítico Fernando González Lucini, en su libro «Y la palabra se hizo música», lo sitúa en 1956: Paco Ibáñez, exiliado en París, cogió su guitarra para ponerle música al poema «La más bella niña», de Luis de Góngora. En aquel tiempo se publicaron «Pido la paz y la palabra», de Blas de Otero, y «Cantos iberos», de Gabriel Celaya, dos obras demasiado tentadoras para los pioneros de la canción de autor. «Estos músicos abanderaban la defensa de las libertades y los derechos humanos, animaban sentimentalmente al pueblo», señala Lucini, que prepara ahora un volumen sobre Silvio Rodríguez. «Viví muchos conciertos míticos, como el de Lluís Llach en el Palacio de Deportes de Montjuic o el de Raimon en la Facultad de Económicas de la Universidad Complutense de Madrid. El trasfondo de aquellos temas sigue plenamente vigente, aunque ahora el objetivo no sea combatir una dictadura en concreto, sino la pobreza y la injusticia que asuelan el mundo».

Eduardo «Teddy» Bautista, líder de Los Canarios, una de las bandas que trajeron el rock a nuestro país, y hoy presidente del Consejo de Dirección de la Sociedad General de Autores y Editores, abunda en esta idea. «Hay asuntos como la sostenibilidad medioambiental, los abusos y la explotación de menores y mujeres y, en general, las atrocidades que aún comete el ser humano, que sustancian buena parte de los textos escritos hoy en día por estos músicos». En su opinión, Labordeta «fue una figura de referencia junto a Pi de la Serra, Serrat, Paco Ibáñez y otros. Su paso a la política lo convirtió en un icono mediático, y su aportación al movimiento de la canción de autor se valora ahora más que antes». Hay quien piensa que la canción protesta habita ya en el país de la nostalgia, y que aquel espíritu fue barrido, primero, por la «movida madrileña», y después por la radiofórmula, la música comercial y los vacuos fenómenos de masas tipo Lady Gaga, más famosa por su vestido de carne que por el «profundo» mensaje de sus «hits». «Las cosas han cambiado», reconoce Ismael Serrano. «En la década de 1970 los ciudadanos eran verdaderos protagonistas del tiempo que les había tocado vivir; ahora han dejado esa responsabilidad a unos políticos que, paradójicamente, se alejan cada vez más de ellos. En ese sentido, padecemos un cierto déficit democrático».

El cantautor madrileño piensa que la gente de su generación creció mientras se producía lo que el politólogo Francis Fukuyama definió como «el fin de la Historia». «Ya no hay más historia humana como lucha de ideologías, ¿no? Vale. Eso no supone que seamos conformistas. Pero se acabaron los dogmas». No obstante, denuncia la injusticia que se comete con los precursores. «En el mundo anglosajón un Seeger o un Dylan son referencia. Incluso si lo dices aquí, eres e_SDLqcool”. Pero como menciones a Paco Ibáñez o Aute te pueden llamar casposo». Luis Ramiro, coetáneo de Ismael Serrano, graba su tercer disco con un sello independiente. Cuando era niño su padre le ponía a Aute, Sabina, Serrat, Andión... «¿Cómo renegar de mis fuentes, de las canciones que te cuentan cosas, que te hablan de una forma poética e intimista?», se pregunta. «En la España actual se puede ser crítico sin ser panfletario. No soy un superventas y dependo del contacto con el público, de su complicidad». Rafael Mora y Moncho Otero musicalizan poemas de Aute. Más tarde lo harán con el trabajo de las mujeres de la generación del 27, grandes olvidadas. «Un cantautor es como un fotógrafo que capta la realidad», afirma Mora. «Unas veces esa realidad nos gusta, y otras, no. Competimos con la industria del atontamiento, donde lo importante es el dinero y que la gente no piense. Pero hay locales en Madrid y Barcelona donde se puede escuchar música... con letra».
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