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Canarias / ASÍ LO VEO YO

MUJERES BONSÁIS

Aún recuerdo mi primer lápiz de labios —comprado a escondidas— cuando tenía unos catorce años, y también los primeros zapatos de tacón

Día 27/09/2010
Cuando yo era niña, años recatados aquellos, las chicas usábamos vestiditos de florecitas y nido de abeja; los chicos pantalón corto. Después llegaban las hormonas y hacían de las suyas: a nosotras nos apuntaba el pecho y a ellos les crecían pelos en las piernas. Tal vez entonces se alargaba tontamente la infancia, pero lo cierto es que tenía su encanto. Tanto que aún recuerdo mi primer lápiz de labios —comprado a escondidas— cuando tenía unos catorce años, y también los primeros zapatos de tacón que, como no podía ser menos, usé para una boda.
Hoy miro alrededor y pienso que en esa época era una anciana comparada con estas lolitas actuales que andan ya pidiendo guerra a los ocho años, esas que van con pendientes largos, uñas oscuras y ombligos al aire, tan niñas que probablemente ni siquiera recuerdan cómo comenzaron en tales lides. Los profesionales de la medicina han dado la voz de alarma, dicen que la alimentación actual y la obesidad infantil adelantan la pubertad, de modo que hoy las niñas y los niños se desarrollan antes, de manera que la infancia de nuestros hijos es, a los efectos, tres o cuatro años más corta de lo que fue la nuestra. Las niñas, por ejemplo, ya no quieren jugar con plastilina o montar en bici, lo que quieren es vestirse como Paulina Rubio, bailar como Shakira y llevar el pelo de Beyoncé. Lo malo es que también pretenden hacerse piercings y tatuajes. Todo un fenómeno que por sorpresivo no deja de ser inquietante.
A nadie se le escapa que la publicidad se mira en el espejo de la sociedad, que los creativos utilizan rasgos que ya existen en ella. Por ello, Armani lanzó una campaña por la que muchos pusieron un grito en el cielo: era una anuncio en el que aparecían dos niñas asiáticas, de seis o siete años, maquilladas y vestidas de tal guisa que parecían un reclamo procaz que incitaba al turismo sexual. El anuncio fue retirado y la firma se disculpó pero el daño ya estaba hecho. Otro ejemplo, lo encontramos en la oscarizada película Little Miss Sunshine, donde puede verse cómo una familia de clase media hace todo tipo de locuras para que su niña de seis años llegue a tiempo de tomar parte en un concurso de belleza infantil. Hasta aquí todo normal, pero en él, las participantes iban maquilladas, peinadas y siliconadas, o lo que es lo mismo, son una versión bonsái de mujeres.
El fenómeno no se limita a las niñas, los chicos también reclaman su acceso precoz a la feria de vanidades: uno pide que le hagan mechas rubias en el pelo, otro quiere un pendiente en la oreja y casi todos reclaman un piercing o un tatuaje, y hay padres tan tontos que en un alarde de modernidad se lo permiten, sin darse cuenta que están contribuyendo a robarles una etapa tan fundamental en la vida de todo ser humano como es la niñez.
Cada época de crecimiento tiene sus excesos y sus absurdos, pero el mayor problema reside en la evidente erotización de la infancia, lo que eleva los riesgos de sufrir alteraciones de conducta, enamoramientos frustrados y por supuesto trastornos alimentarios tan temidos como la anorexia. Los medios de comunicación, la publicidad y los clichés a imitar potencian dicho fenómeno desde una edad tan temprana que los chicos no están formados para asumirla. En otras palabras, la sexualidad precoz está eclipsando diversos aspectos importantes de la personalidad y se está convirtiendo en el único baremo válido para juzgar a alguien.
Naturalmente no voy a ser tan ilusa, ni tan retrógrada, de pedir que volvamos a la camisita y al canesú, tampoco de que regresen a la deliciosa posibilidad que tuvimos los hoy adultos de disfrutar de la disolución de la infancia hasta convertirse en adolescencia. Lo único que pretendo al señalar el fenómeno, es alertar a ciertos padres que parecen encantados de que sus niños y niñas sean tan precoces. Pienso que sería mejor que los ayudasen a vivir y a disfrutar de su infancia un poco más y que les explicasen que ya tendrán tiempo harto suficiente de ser sexys, de enamorase y por supuesto de llorar y sufrir por amor. Hay que ayudarles, en definitiva, a que nadie ni nada les robe la infancia porque es, todos los viejos lo sabemos, posiblemente la etapa más feliz de la vida.
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