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Marina Heredia sale a hombros de Sevilla

NIEVES SANZ

ALBERTO GARCÍA REYES

MARINA HEREDIA

Cante: Marina Heredia. Guitarras: José Quevedo «Bolita» y Luis Mariano. Palmas y coros: Anabel Ribera, Toñi Nogaredo, Jara Heredia. Percusión: Paquito González. Teatro Lope de Vega. 2 de octubre de 2010.

Ea. Ya está todo el pescado vendido. Cuando anoche la gitana de Graná apretó el puño en la seguiriya, se puso la corona del cante grande. Se quiso acordar de la Paquera con los muertos del Marrurro y del Loco Mateo y echó el estómago por la boca. Ay, por Dios, ¿se puede cantar mejor una duquela? Yo digo que no. Que más allá de eso no hay nada. Que Marina Heredia es, ya para siempre, una cantaora intratable. Una señora con una elegancia feroz, que ha dado con un concepto propio: meterse en el fango, en lo más salvaje, con toda la finura que en el mundo hay. Lo escénico aparte —no había micrófonos por medio, sus atavíos eran monumentos...—, Marina le dijo ayer a Sevilla que ella está también en la cúspide. Que el futuro del cante puede estar tranquilo. Se lo dijo en esas alegrías en las que se reventó para que Farruquito se redimiera. Yo no sé si el baile estaba a la altura del cante o viceversa. Lo que sé es que los dos llevaron la jondura hasta su extremo. Qué bailaor, madre de mi

alma. Después de haber errado el día que le tocaba mandar, le bailó al cante de la granaína como si en él se lo jugara todo. Y juro por mis castas que yo no he visto bailar así todavía. Con esos remates donde Dios quiso. Buscando esa voz arcillosa que anoche clavó su bandera en la cima. Desde los caramelos de Macandé hasta lo alto del camino por tangos. Ya he dicho que por ahí Marina no tiene par. Y en los fandangos albaicineros de Frasquito. Y en la malagueña chaconiana. Y en la levantica de Encarnación Fernández. Y hasta en la soleá, que en su vertiente trianera se quedó corta al pasar por esa garganta ocre que duele más que la agonía. Marina Heredia le puso una placa al cante de otro olvidado, José Manuel Ruiz Rosa, el Chino de Málaga, por bulerías. Y rescató otra joya de las catacumbas, la queja indómita, hasta caníbal diría yo, de Parrita para el soniquete lento del «No me lo creo». Y luego bambineó comiéndose el escenario. Siempre de pie. Demostrando que lleva en sus entrañas

el cante y lo que va más allá de él. Consagrándose para los restos. Sí, lo voy a escribir y que sobre mis hombros caiga todo el peso de lo que digo. Marina Heredia salió anoche a hombros de Sevilla y a partir de ahora hay que ponerla en grande en los carteles. Esa cantaora ha acabado con el cuadro. Ea. Otra figura que cuaja. Y el que venga detrás, que arree.

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