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Música de hoy

«La música de hoy tiene al fin la iniciativa, la forma institucional y el público que se merece. Ha habido en este sentido una perfecta sintonía institucional que ha hecho que esta implantación de la música de hoy en España se consumara en Madrid»

POR EUGENIO TRÍAS

HACE 15 años hablaba en un artículo de la cenicienta de la modernidad. Me refería a la música de hoy: la gran música savant del siglo XX. Recordaba cómo, a mediados de los ochenta, los festivales de otoño de música contemporánea en Barcelona dejaban siempre el sabor agridulce de una respuesta insuficiente por parte del público. Como si éste demostrara indiferencia a las magníficas propuestas que se le hacían. Recuerdo la justa queja de aquellos compositores e intérpretes heroicos que contra viento y marea desafiaban una circunstancia adversa.

Se necesitaba una iniciativa capaz de intuir el gran público potencial que esa música tan esotérica escondía. Se precisaba un verdadero visionario que, con energía, entusiasmo y capacidad persuasiva, lograse lo que parecía imposible: convertir la cenicienta en princesa. O que se acabase encontrando el público adecuado a esa nueva música.

Algunos deplorábamos que el público cultivado no acogiese y aceptase en música la estética que había terminado por penetrar en un público amplio en el terreno de las artes plásticas, en la pintura, en la escultura o en la gran arquitectura posterior al movimiento moderno. Por no hablar de una literatura y de una poesía capaz de enriquecer la lengua y la narración con formas innovadoras, o de un cine que rompiera con el canon tradicional y clásico, o que sobreviviera después del impass de la modernidad.

Siempre podía encontrarse un público capaz de gozar de las siete grandes películas de Tarkovsky (o del cine de Sokurov, Béla Tarr, David Lynch o Wong Kar Wai). Por no hablar de la herencia de la gran pintura del expresionismo geométrico o abstracto, o de la escultura de Oteiza y de Chillida, o de Susana Solano; o de la arquitectura de Norman Foster, de Frank Gheri, de Zaha Hadid.

Pero en música parecía todo mucho más difícil. Competía con los grandes compositores del pasado. También con la tradición de jazz. Y sobre todo perdía el voto popular en su imposible competencia con los grandes espectáculos rockeros, con las estrellas surgidas en los años cincuenta y sesenta hasta hoy. Era la música de hoy —la mejor, la más ilustrada y valiente— una opción de perdedores, una música tan excelsa como incomprendida, siempre situada en los márgenes, absorbida y difuminada por esos competidores tan poderosos.

A veces basta un solo hombre para articular en intuición extraordinaria una demanda latente. Un solo hombre puede de pronto tener la intuición exactísima de algo que nadie se atreve a proclamar, pero que no deja de ser una exigencia del tiempo.

En España la música es todavía asignatura pendiente. Pese a la gran música renacentista, o a la edad de plata iniciada por Pedrell y Falla; pese a que Schönberg recaló en Barcelona y fecundó vocaciones como la del compositor anglo-catalán Robert Gerhard, no hubo en España una aceptación popular de la música que se adaptase a las nuevas exigencias tonales, rítmicas y tímbricas de la música del siglo XX.

No la hubo en ningún sitio, pero poco a poco se fueron configurando, fuera de España, relevantes minorías de intérpretes, directores y público que alentaba proyectos como el de Luigi Nono, Luciano Berio, Salvatore Sciarrino o Giacinto Scelsi en Italia. Fue muy arropada y gozada la música post-serial de Karheinz Stockhausen y Pierre Boulez, las disidencias espectrales del gran músico Gerard Grisey, o Tristan Murail, o la anarquía sonora de John Cage y sus seguidores en Norteamérica. En España hubo esfuerzos heroicos desde Luis de Pablo, Cristóbal Halfter, Joan Ginjoan, Josep Maria Mestres Quadreny, o entre las siguientes generaciones Tomás Marco, Benet Casablanca, Guerrero, o los más jóvenes (Sánchez Verdú, López López).

Faltaba la articulación de una iniciativa —basada en una intuición poderosa— para que todos estos esfuerzos se conjuntaran. Ese ha sido, en estos quince años, el gran logro de Xavier Güell. Para conseguirlo ha necesitado desplegar una poderosa tarea de agitación y proselitismo a favor de esta música de hoy tan necesitada de asistencia.

Y eso sólo ha sido posible a través de un concepto lúcido, capaz de abarcar en unidad el todo de esa música que es, de forma comprometida, muy nuestra por contemporánea. Era necesaria integrarla en un concepto vivo, no reductivo, capaz de diferenciarse a sí mismo, o de desligarse, como diría el Fedro platónico, según sus articulaciones naturales.

En sus prospectos suele distinguir Xavier Güell dos modalidades de música que hoy imperan: la que genera y gesta estructuras musicales, una música de orientación constructivista, en la órbita de la música post-serial, pero también en los grandes edificios arquitectónico-musicales de Iannis Xenakis, o bien la música que atiende sobre todo a la materialidad del sonido, o que se inclina por la poética del sonido, en la onda de las piezas numeradas del último John Cabe, o en las grandes poemas sonoros de Morton Feldman, o en ese artista de las profundidades del sonido que es Giacinto Scelsi, o en Luigi Nono (que en su Prometeo deja que el sonido ruede por el espacio, o configure espacio en toda su riqueza y movilidad de ángulos de escucha).

Xavier Guell nos ha permitido conocer, reconocer y gozar los sonidos de nuestro tiempo en esa doble orientación, que permite geniales entrecruzamientos, como lo testimonia Helmut Lachermann, del que se han representado en Músciadhoy obras como su ópera Das Mädchen mit den Schwefelhölzern , La cerillera (basada en el cuento de Hans Christian Andersen). Nos ha acercado a esa grandísima compositora rusa, Galina Ustvólskaya, discípula disidente de Shostakovitch, con su honda espiritualidad panteísta (que emparenta la mejor música rusa con su mejor cine).

Quiero, pues, sumarme al homenaje que el 9 de octubre se hizo a esta gran iniciativa que es Músicadhoy , y a su mentor, impulsor y plasmador, Xavier Güell, que ha logrado dar forma en 15 años de trabajo a esta idea extraordinaria.

Hoy los auditorios en los que esa música se presenta han encontrado su público pertinente, que es fiel a la iniciativa. Para ello ha sido necesaria la capacidad de trabajo, la fuerza de convicción y de comprensión, así como la irradiación de entusiasmo de Xavier Güell.

La música de hoy tiene al fin la iniciativa, la forma institucional y el público que se merece. Ha habido en este sentido una perfecta sintonía institucional que ha hecho que esta implantación de la música de hoy en España se consumara en Madrid, en la esperanza de que ese espíritu de solidaridad en la cultura contemporánea se contagiase también a otras grandes ciudades españolas, empezando por la Ciudad Condal.

Ha sido necesaria una auténtica transmutación en la escucha para que la nueva sonoridad —cuyos comienzos remontan a principios del pasado siglo— alcance al fin su encuentro con un público cultivado y dispuesto. Éste no posee ya la coartada de la dificultad de esa música, que no es mayor que las formas de modernidad en otras artes. Y no tiene ya derecho a ignorar esas grandes formas musicales contemporáneas.

EUGENIO TRÍAS ES CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD POMPEU FABRA

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