Cataluña

Cataluña / PUNTO DE FUGA

Noticia de Vito Corleone

Día 31/10/2010 - 20.05h
Parece que ha incurrido don Isak Andic, el presidente del Instituto de la Empresa Familiar, en un anatema de lo más impertinente, el de insinuar que, tal vez, no haya razón para que el Estado contraiga matrimonio canónicamente indisoluble con sus asalariados. Extravagancia que se le ha ocurrido verbalizar en un país donde los contribuyentes gozan de los servicios de un empleado público por cada quince habitantes. Interino arriba, emérito abajo, algo más de tres millones de personas. Compárese la dimensión ecuménica de ese feliz blindaje vitalicio con, por ejemplo, el muy restringido «civil servant» británico. Un régimen de permanencia indefinida en la función pública, el anglosajón, al que apenas una selecta elite logra acceder tras superar durante años un sinfín de obstáculos. Huelga decir que los ocupados en los ayuntamientos y demás entes periféricos no poseen allí privilegio alguno frente a sus iguales, los trabajadores del sector privado.
Repárese a continuación en que el setenta y dos por ciento de los tribunos de las Cortes, casi tres de cada cuatro señorías, igual resultan ser probos servidores «ad aeternum» del Leviatán. Gentes que jamás han experimentado el menor riesgo laboral o empresarial, y que lo único lo que recuerdan de la competencia procede de un remoto examen de oposición. He ahí los llamados a ilustrar al prójimo con leyes y reglamentos sobre cómo ejecutar el triple mortal sin red en el mercado. Así las cosas, no es de extrañar la silente consternación con que la herejía de don Isak ha sido recibida entre esa muy transversal legión de excedentes. Una contrariedad, la suya, no muy distinta a la de tantos jóvenes que responden «no» a la pregunta de si les gustaría ser empresarios. Nueve de cada diez, a decir del CIS. Rechazo aún más sorprendente si se repara en que integran la primera generación que ha tenido la oportunidad de cursar la asignatura de Economía en el bachillerato.
Al respecto, abro uno de sus manuales escolares; por azar, el de la editorial McGraw Hill. El capítulo que ahora tengo ante mí lleva por título «La financiación de la empresa». Parece aburrido. Fórmulas y más fórmulas. Teoremas imposibles de memorizar, profusamente ilustrados, eso sí, con imágenes imposibles de olvidar. Por más señas, fotogramas de Marlon Brando en el papel de Vito Corleone. Entre demostración y demostración, el Padrino contemplando el botín de sus asaltos. Entre ejemplo y ejemplo, el capitalismo encarnado por el más genuino de los «gangsters» que en el mundo han sido. No es una anécdota, es la categoría. A fin de cuentas, en el imaginario de la paleoizquierda de Atapuerca, los restos de serie del 68 que aún vegetan atrincherados en las aulas, el capitalismo es eso: Don Vito Corleone escoltado por una pandilla de gañanes patibularios; y eso mismo transmiten a los futuros emprendedores de la sociedad postindustrial. Ese excéntrico diez por ciento que aún no se sueña funcionario. De por vida.
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