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Se fue Morente, no queda más que silencio

El cantaor fue despedido en la SGAE por cientos de madrileños, políticos y multitud de amigos y colegas. Hoy será enterrado en Granada

MANUEL DE LA FUENTE MANUEL DE LA FUENTE

¡Ay, ay, ay, me cagüen la pena negra! ¡Qué grande era y qué mierda de muerte se ha llevado!». Las palabras son puñetazos en la boca del estómago, casi a las cinco, casi a las cinco en punto de la tarde, ante la puerta de la Sociedad General de Autores y Editores. Toda muerte es cruel, incluso las esperadas. Toda muerte es un escalofrío que siempre coge desprevenido. Pero si uno entra andando en un hospital y sale con los pies por delante, se te clavan mil puñales en cada costado.

Enrique Morente, el Duende del Albaicín, ha volado, y cuentan los cabales que ha pasado un ángel durante medio siglo por el cielo de los cantes, que dicen que fue el único que templó y mandó sobre los 49 palos y medio del jondo. Ayer ante las puertas de la SGAE había pena, profunda, profundísima pena, casi a las cinco, a las cinco en punto de la tarde, y figuras metidas en carnes y lutos lorquianos: «Vestidas con mantos negros / piensa que el mundo es chiquito / y el corazón es inmenso. / Vestidas con mantos negros».

En apenas diez días, la pena negra se ha llevado al maestro. Y las circunstancias de su muerte revuelven aún más las tripas de la gente. Hay denuncias y juzgados de por medio, y una autopsia. Y hay docenas y docenas de fieles al credo de Morente que tienen partida el alma. Hay también famosos y amigos, gente de su gente, sangre de su sangre, que mientras el ventarrón del noreste empezaba a hacer crujir las bielas de los Madriles, se santiguaron ante Enrique Morente.

Llegó el féretro en volandas, sobre los hombros de familiares y amigos, y hombres recios lloraban como magdalenas,y flores de la raza calé se enjugaban las lágrimas.

Llegaban las coronas («Gracias, maestro. Joaquín Sabina»), y habían llegado compañeros de bolos, colegas, hermanos: Amaral, Alejandro Sanz, Paco de Lucía, Kiko Veneno, los Carmona, Jorge Drexler, Miguel Poveda, Pitingo, Tomatito, Javier Limón, Lolita y Rosario Flores («No hay palabras, sólo queda pensar en un más allá mejor»). Gente también de la palabra escrita como Almudena Grandes, y Luis García Montero, poeta y paisano. Y hasta historiadores como Ian Gibson: «La familia está indignada. Siguen creyendo que fue una negligencia». Y también gente de ese otro mundo tan jondo como el toreo, como el maestro Enrique Ponce y su esposa, Paloma Cuevas. Y gente de la política y las industrias del Gobierno. Como Ángeles González-Sinde, ministra de Cultura. Antes, también quisieron compartir su dolor con los cientos de madrileños que aguardaban a las puertas, Esperanza Aguirre; el alcalde Ruiz-Gallardón («Morente tendrá una calle para recordarle siempre»); el presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán; o el alcalde de Granada, José Torres, que confirmó que a las doce y media del mediodía se levantará la capilla ardiente en el Teatro Isabel la Católica. El entierro, luego en el cementerio de San José de la ciudad andaluza.

Pueblo fue y entre los adioses y besos del pueblo se fue. Las lágrimas se derraman por las mejillas del Albaicín. Federico se pone al piano, y Enrique el cantaor se escancia un vino con la venencia, y se derrama en el último quejío: «¡Ay, ay, ay / que vestida con mantos negros ! / Todo se ha roto en el mundo. / No queda más que el silencio».

MADRID

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