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Columnas / la tribu

El mejor regalo

Necesito, cuando llega el otoño y por la noche noto la falta del viejo regalo, que me conteste Dios, que alguna tarde yo me encuentre el buzón con su escritura

Día 18/12/2010 - 20.29h
Siempre le escribo a Dios en el verano, con el mismo remite, desde el mismo sitio del corazón y con la misma tinta de sueños que guardo en tinteros, y con igual vehemencia, le repito con las mismas palabras mi deseo. No sé qué se me viene por la sangre, que me pide que pida y yo lo pido. No sé qué se acurruca en mi memoria, que me voy al papel y al sobre intacto y le vuelvo a rogar: «Señor, lo mío…»
Y esta noche que andaba por las calles afiladas de invierno en las esquinas, por las calles brillantes como el lomo de una estrella de acero, como el cuerpo luminoso de un pez frente a la luna, esta noche de cúpulas de seda donde Dios me contesta aquella carta, camino tan feliz, tan satisfecho, como el niño que empuja alguna puerta y se encuentra en un cuarto los juguetes que les pidió a los Reyes, tan seguro de que tendría todo lo pedido. Y celebro la noche, aunque me deje una mella de ausencia entre la gente que pasa y pasa sin traerme a ella. Porque sé que una noche así de hermosa, noche de lentejuelas y desnudos, como aquella vedette de los setenta que me guiñaba desde el escenario con su vieja mentira acostumbrada, esta noche, muñeca charolada, muñeca de diciembre, sé, seguro, que ella compartiría este regalo que le encargué por carta a Dios un día, cuando el buzón de casa estaba lleno de soles sin piedad, viento caliente y un silencio de horno que aguardaba para cocer a punto el pan del día.
Pero Dios ya me ha escrito, he recibido su carta, no lo dudo, es su escritura. Mirad, digo a la gente, cómo escribe, con qué gracia de trazos, con qué voz en la letra que suena sobre el blanco lo mismo que una música de gloria, villancico sin letra que no calla y pone Navidad en todas partes. Mirad, leed conmigo, he recibido carta de Dios en esta noche nuestra. Leed, porque a todos nos la manda, aunque la llame mía y yo la sienta más mía cuanto más larga y constante se quede sobre el folio de la noche. Siempre le escribo a Dios en el verano esa carta de niño que precisa de este mismo regalo. Necesito, cuando llega el otoño y por la noche noto la falta del viejo regalo, que me conteste Dios, que alguna tarde yo me encuentre el buzón con su escritura, y abrir la carta como quien ya sabe que dentro viene cuanto le he pedido. Mirad, leed, amigos, su escritura. Aunque ella no imagine que a esta hora alguien está leyéndole la suya. Mirad, sí, los farolas y las calles, los tejados llorosos, los vestidos llenos de su escritura, su palabra. Es Dios que ha contestado aquella carta que le escribí en verano. Llueve, llueve…
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