ATACA el estupor ante los sucesos políticos de las fechas recientes. Por ejemplo, la ruidosa ruptura de Francisco Álvarez Cascos con el Partido Popular, entre alusiones directas a la proverbial inactividad de Mariano Rajoy, un hombre que ejerce el liderazgo por omisión, a la espera de que los problemas se resuelvan solos (y a veces lo logra). Mantengo que aun con la indiscutible rentabilidad electoral del ademán, quien no toma decisiones en la propia casa difícilmente lo hará en las horas durísimas que están por venir, ya en La Moncloa. Pero eso es materia para otro artículo. Lo que llama la atención es la ruptura, con formas y alegatos dramáticos, de dirigentes que fueron, para los grandes partidos de este país, sangre de su sangre. Cascos es figura central en la historia misma del centro-derecha español; con Fraga y Aznar, representa (todavía) un rol decisivo en su evolución y éxito, equiparable al de Alfonso Guerra en el PSOE. Cascos se va y lo hace camino de una incierta aventura regionalista; en su caso, camino de la nada.
Contemplar el adiós, discreto pero un tanto destemplado, de Santiago Pérez tampoco deja indiferente a nadie. Coincide en el tiempo con el abandono de un grupo de militantes socialistas en Tenerife, incluida buena parte de la dirigencia anterior al golpe de autoridad escenificado por José Miguel Pérez. El arquitecto de tal decisión, Jerónimo Saavedra, dice ahora que faltó mano izquierda, afirmación con la que el alcalde de Las Palmas, a sus 74 años, demuestra nuevamente que en el socialismo canario él está por encima del bien y del mal. En cuanto a Santiago Pérez, un valor sólido del socialismo canario en décadas, se comparta o no su estilo, no imaginó las consecuencias de su apuesta por Juan Fernando López Aguilar, quien ahora, desde su cómoda atalaya europea, se pasea del brazo del otro Pérez, José Miguel, en evidente desprecio hacia quienes fueron sus bastiones en la brevísima excursión a las Islas. Y sin ejercicio de autocrítica alguno.
Y entre varias despedidas, aparece un retorno sonado, porque el veneno de la política es, ahora puedo atestiguarlo, potro difícil de domar; José Miguel Bravo de Laguna, 66 años y toneladas de experiencia, es la apuesta ganadora del PP para el Cabildo de Gran Canaria. Nunca, en los once años de ejercicio periodístico que siguieron a mi etapa en el Parlamento de Canarias, he escrito sobre Bravo de Laguna, porque entiendo que distanciar afectos y escritos es cosa adecuada en el oficio. Hoy, contra todo pronóstico, lo hago para resaltar lo obvio: que es un candidato formidable, testigo y protagonista de un estilo político, el criado en la transición y el comienzo del autogobierno, que empezamos a echar en falta. Desde una acera distinta, quede constancia de mi reconocimiento.
