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Aguirre, de cura de los «progres» a Liria

El escritor Manuel Vicent revela su «verdad literaria» sobre la figura del duque de Alba

Día 22/01/2011
A la izquierda, los duques de Alba en su casa de Ibiza. Sobre estas líneas, Aguirre con el bailarín Antonio Gades y, debajo, con el dramaturgo Buero Vallejo
Hijo de madre soltera, cura secularizado, referente intelectual de la progresía y duque de Alba. Él y su daga dialéctica son el hilo conductor del vibrante friso literario e histórico de «Aguirre, el magnífico» (Alfaguara), un libro sin intenciones de exhaustividad biográfica porque, según cree su autor, Manuel Vicent, ese enfoque lo habría convertido en una almoneda demasiado abarrotada o en mera recolección de esquirlas morbosas. Y no se trataba de eso. La obra es un retablo ibérico, un pespunte de medio siglo de la historia de España vertebrado por la figura brillante y viscontiana de Aguirre, «un personaje de Valle Inclán —resume el autor—, como escapado de la Corte de los Milagros con quien tuve bastante trato personal. Y aunque este libro es una novela, todo lo que en él se relata es la verdad literaria. O me lo contó el propio Aguirre o lo sé de fuentes directas que, además, son amigos».
Retazos reveladores tanto de la etapa de sus celebrados sermones de sacerdote «progre» en la capilla universitaria de Moncloa como de aquella otra en la que ejerció como director editorial de Taurus, o del último repecho de su vida, cuando ya se había convertido en el segundo esposo de Cayetana Fitz-James Stuart, la veinte veces grande de España.
Vicent está convencido de que, aunque Jesús Aguirre colgó la casulla y se secularizó, nunca dejó de «oficiar» el ritual de su propia vida. La construcción de su personaje le obligaba a una liturgia constante, en un esfuerzo de no permitir jamás el acceso a sus sentimientos: «Cuando le tratabas, nunca sabías cuánto había de simulación o actuación y cuánto de verdad. La calidad de su tinta de calamar era extraordinaria». Incluso se quitaba años: había nacido en 1931 y él hacía constar 1934. «Había colocado —apunta el escritor valenciano— una quesera sobre aquello de su biografía que no quería airear». Y ahí debajo estaban sus orígenes de hijo de madre soltera engañada y abandonada por un militar de la Remonta, sin rastro de rancio abolengo. «Cuando alguien entraba en su esfera íntima, él se alejaba. Su forma de protegerse era cambiar frecuentemente de amigos. O, mejor, iba de rico en rico».
Barrera preventiva
Evoca Vicent cómo Aguirre siempre levantaba una barrera preventiva frente al interlocutor: al escritor novel lo recibía en su despacho de Taurus con una retahíla de agrias consideraciones contra algún otro autor, para establecer una alambrada entre su posición y la del neófito en los círculos literarios. Y en comidas o reuniones informales podía ser un conversador tan ameno y deslumbrante como cruel: «En un restaurante, de repente, decidía odiar a alguien de otra mesa al que no conocía de nada, y volcaba sobre él toda su maldad intelectual. Como todo brillante malvado, despertaba en los demás un sentimiento a medio camino entre la admiración y el miedo». La homosexualidad sobrevuela diversas fases del relato, pero no aterriza abruptamente en él. «De algún modo —dice Vicent—, Aguirre también estaba protegido frente al entorno por el chisme sarcástico».
Sucedió en Marbella
A la duquesa de Alba la conoció en una fiesta en Marbella. No congeniaron. Él le dijo a su amigo Matías Cortés: «A mí esta Cayetana me ha caído de la patada». Ella dijo de él: «Este hombre me ha parecido un fatuo, un impertinente». En 1977 Aguirre fue nombrado director general de Música y celebró su llegada al cargo con una cena privada en la que confesó, con determinación: «Voy a conquistar el poder». El rango recién adquirido no le otorgaba un gran peso político, pero sí dos palcos estratégicos: el del Real y el de la Zarzuela. Cuando el 16 de marzo de 1978 contrajo matrimonio con Cayetana Fitz-James Stuart en una ceremonia oficiada por el padre José María Martín Patino, alguno se acordó de esas palabras ambiciosas y vehementes en la velada de su nombramiento.
Pero fue una representación de «Los cuentos de Hoffmann» de Offenbach la que marcó un antes y un después en la relación, en el palco del Teatro de la Zarzuela. Durante la barcarola, Aguirre tomó la mano de la duquesa, y a partir de ahí las citas se sucedieron, en Liria o en el castillo de los duques de Arión en Malpica. Según la «verdad literaria» de este libro, de regreso de una de esas excursiones, Cayetana susurró en el asiento trasero del mercedes: «Jesús, liémonos». Él le contestó: «No es suficiente, no me basta».
La irrupción de Aguirre en Liria fue singular, pero no resultó traumática porque, argumenta Vicent, «la aristocracia es diferente, está en una pecera y respira por branquias, algo que nadie que no haya nacido ahí puede lograr. Sin embargo, él lo consiguió. En cuanto fue duque de Alba, comenzó a respirar por branquias». Así que cuando recibía a sus amigos en Liria les llevaba al vestidor privado del palacio y les mostraba los zapatos que habían pertenecido al padre de Cayetana. Él mismo los calzaba, aunque le estaban pequeños.
De Ratzinger a Felipe
Pero esta novela es además (y quizá por encima de todo) un sugerente cruce de caminos. El del joven estudiante Jesús Aguirre con Joseph Ratzinger en la Universidad de Múnich o con aquel abogado laboralista que en una fiesta de Taurus dejó de ser el clandestino «Isidoro» y nació a la luz pública como Felipe González. Un retablo de una época de exigencia (o al menos efervescencia) intelectual, más allá de la jugosa crónica social de la boda con la duquesa. «El magnífico» murió «solo y abandonado», apunta Vicent. Encastillado en su personaje.
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