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El mosso Héctor Vargas y el legado de Carod

¿Para qué necesitaba Cataluña una embajada en el exclusivo Rockefeller Center de Nueva York si al final el único mosso que ha pasado por la televisión estadounidense se llama Héctor Vargas y luce un acento tan catalán como el de Jorge Perugorría?

Día 22/01/2011 - 11.51h
EN el caso improbable de que el Gobierno del PSOE impidiera nuevas emisiones de deuda, en las arcas de la Generalitat quedaría el dinero justo para pagar las nóminas de los empleados públicos —médicos, maestros y mossos, nada más y nada menos— durante los dos próximos meses. Dos meses; Cataluña tiene ahora mismo dinero para dos meses y en «CSI: Nueva York» van y nos sacan a un mosso d'Esquadra de acento inverosímil llamado Héctor Vargas. Gran metáfora del desastre tripartito, de siete años de derroches que han contribuido a agravar la situación financiera de una administración que, con un déficit superior a los 7.000 millones de euros, se encuentra al borde de la quiebra y bajo amenaza de intervención por parte del Ejecutivo central.
¿Para qué demonios necesitaba Cataluña una embajada en el Rockefeller Center, una de las zonas de negocios más exclusivas y lujosas del mundo, si al final el único mosso que ha pasado y por la televisión estadounidense se llama Héctor Vargas y luce un acento tan catalán como el de Jorge Perugorría?
Mientras el nuevo gobierno catalán prepara un plan de austeridad (del que han quedado excluidas las «embajadas», por supuesto) para evitar una intervención, los responsables del anterior ejecutivo catalán se han lavado las manos y han vuelto a sus vidas como si tal cosa, culpando de todos los males a la dichosa crisis financiera mundial.
Lo más curioso del caso es ese afán transversal por exculpar de todo cargo al ex president José Montilla y a su conseller de Economía, Antoni Castells, atribuyendo en exclusiva la responsabilidad de una gestión nefasta a ERC e ICV. Montilla y Castells no son víctimas, son culpables. Culpables de mirar hacia otro lado mientras la reina madre republicana abría embajadas, repartía cuartos para el fomento de las lenguas indígenas, premiaba con millonarias subvenciones a entidades amigas, o se daba 6,4 veces la vuelta al mundo; culpables por permitir que amigos y conocidos del tripartito se forraran con la adjudicación de cientos de informes estrambóticos e inútiles; culpables de pusilanimidad por recurrir a una desesperada emisión de bonos para pagar a los funcionarios, ocultando a la población las cifras del descomunal agujero financiero; culpables por enredar los números —lo de menos a estas alturas es saber si contaron con la complicidad del PSOE— para que el Ejecutivo diera por buenas las cuentas del tripartito el pasado mes de noviembre. Culpables, en definitiva, de inacción y ocultación para conservar el cargo unos meses más.
Me da en la nariz que esa condescendencia convergente hacia el ex president socialista no es gratuita ni desinteresada. Aquí huele a nuevo intercambio sociovergente de cromos: caso Palau (el de la Generalitat), por caso Palau (el de la Música).
Por lo demás, no teman; por más que Zapatero saque pecho en el «Financial Times» a costa de Cataluña, la sangre no llegará al río. El Estado le acabará echando una mano al gobierno de CiU porque, como dice Josep Duran Lleida, «si Cataluña se va a pique, España también». Y si no, siempre nos quedará el talentoso jefe del laboratorio criminológico de los Mossos d'Esquadra, Héctor Vargas.
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