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Columnas / AD LIBITUM

OTRA VEZ EN SEVILLA

Si el individuo y su libertad no van por delante, el espíritu democrático se desvirtúa

Día 22/01/2011
DICE Baltasar Gracián, quizás para provocar a Antonio Burgos, que en Sevilla se habla mucho y se obra poco y, tal vez por eso mismo, el PP ha escogido la capital andaluza para celebrar en ella una convención —una reunión de rabadanes— con la que iniciar la campaña de cara a las elecciones autonómicas y locales de dentro de cuatro meses. Hace poco más de veinte años, veintiuno, fue en Sevilla donde José María Aznar, al término del viaje al centro que convirtió AP en PP, se convirtió en líder máximo del partido con la bendición llorosa de Manuel Fraga y el impulso de Francisco Álvarez-Cascos, Rodrigo Rato, Federico Trillo y Juan José Lucas. Lucas vive hoy una confortable jubilación anticipada en el balneario de la Plaza de la Marina Española, Trillo ha venido a menos y Rato ha ido a más mientras que Álvarez Cascos, justamente irritado, se ha convertido en el hijo pródigo al que conviene seguir de cerca porque las noticias que llegan de Asturias apuntan que su Foro puede ser algo más que
un fenómeno regional y convertirse en refugio de descontentos, la ideología mayoritaria en la España presente.
D La convención de Sevilla, a mayor gloria de Rajoy, la inauguró Aznar y, sin reconocer que nos debe una «regeneración democrática» que nos prometió en el 93 y el 96, volvió a apuntarla como meta del partido. Sin ella la Constitución carece de sentido; la democracia, de sustancia; la justicia, de identidad; la educación, de eficacia y el gasto público deja de tener límite. «Lo primero, las personas», dice el PP. Es cierto. Si el individuo y su libertad no van por delante, el espíritu democrático se desvirtúa y vive una parodia socialdemócrata en la que se confunden las prestaciones sociales con los derechos cívicos. Añaden los de la gaviota en este gesto con el que piden un voto que les dé una mayoría absoluta sin el que sus posibilidades de gobierno son escasas: «Más sociedad, menos gobierno». También esto está bien visto. Anteponer la sociedad al Estado es conveniente aunque, en estos pagos, no se cultive esa demanda liberal que, dicho sea de paso, sorprende en boca de los
responsables de un partido que son, casi en su totalidad, funcionarios públicos. Lo de mejor Gobierno es superfluo. Por malo que resultara el que pudiera formar Rajoy con su disciplinada cúpula partidaria, será mejor que el de José Luis Rodríguez Zapatero, en el que la ineficacia compite con la incapacidad y, juntas, dan lugar a la catástrofe que nos aleja de Europa y nos minimiza en el mundo sobre un mosaico de parados y descontentos que, eso sí, preservan sus pulmones de la acción nefasta del tabaco.
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