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El ritmo de la mascletá

ANDRÉS AMORÓS

A mediodía, contemplo el fantástico espectáculo de la mascletá desde los ventanales de ABC. A los que no han vivido esto, resulta difícil explicarles la emoción que produce. No es una cuestión de hacer ruido, en absoluto. La pólvora de la mascletá tiene un ritmo musical, un crescendo, unas pausas. Abro la boca para que no sufran los tímpanos, veo caer las cañas y subir las enormes nubes blanquecinas, huele a pólvora por todas partes. Sentimos el tableteo dentro de nosotros: en las sienes, en el pecho, en el estómago... Como una obra dramática, la mascletá posee una unidad, un plan: un planteamiento, un nudo y un desenlace. Lo mismo debe suceder, por supuesto, en la faena a un toro bravo.

La corrida de los Lozano ha estado muy bien presentada, con seriedad y variedad de capas. Como es propio del encaste Núñez, varios han salido fríos, han manseado en el primer tercio. Tres han sido nobilísimos, excelentes para el torero.

A Miguel Abellán le ha tocado el lote menos lucido. El primero, colorado, entra tres veces al caballo, es incierto, pega arreones; no es un borrego al uso, no permite distracciones. Abellán se muestra firme, le va cogiendo el sitio, traga en los derechazos pero también sufre enganchones y un desarme. Ha dado muletazos con mérito pero a la faena le ha faltado ritmo, unidad.

El cuarto, un berrendo espectacular, no se entrega en absoluto, es difícil en banderillas, no transmite nada. Abellán no lo ve claro y falla con el descabello.

Un sí pero no

El primero de Juan Bautista mansea. El diestro brega como antes hacían los peones. (¿Por qué no dejarles ese cometido?). Al someterlo por bajo, parece que va a servir, pero enseguida se distrae: tendría que haberle mantenido siempre la muleta en la cara, sin pausas. Todo queda en un sí pero no...

Al quinto, colorado bragado, lo recibe mezclando lances a pies juntos con chicuelinas, una mezcla poco seria. Lidia muy bien Curro Robles y descubre al toro, que resulta ser noble y suave. Juan Bautista tiene buen gusto, dibuja un precioso cambio de mano... pero le aplauden más un rodillazo y un cambio improvisado. Acaba con manoletinas vulgares: una oreja. Pero ha faltado vibración, unidad, entrega...

A Leandro le tocan dos toros muy nobles. Sale decidido en el tercero, dibuja verónicas. Luego, el toro tardea, flojea un poco pero deja estar al diestro, sin problemas. Enseguida, se echa la mano a la izquierda: casi toda la faena es por naturales, algunos con la elegancia propia de este torero. Pero su forma de matar sigue siendo

demasiado mala.

El último también es noble: sale suelto al principio pero va a mejor. Después de doblarlo y de unos derechazos aceptables, le da mucha distancia y el toro acude, con alegría. El trasteo es desigual. Al final, cuaja algunos naturales lentos. Recurre también a las manoletinas y esta vez sí mata, haciendo la suerte de muy lejos: otra oreja.

Oreja y oreja: el bondadosísimo público valenciano puede irse contento. Pero, con esos toros, los dos diestros han debido redondear mejor sus faenas. Ha habido demasiado silencio, demasiada desigualdad. Ha faltado ese ritmo, esa explosión de vida y alegría incontenible que nos emocionó, a mediodía, en la mascletá.

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