Moda

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«No quiero diseñar para los críticos de los periódicos»

Tras resucitar Gucci, en la década de los 90, e Yves Saint Laurent, el diseñador regresa a la moda femenina y habla con ABC sobre la presión de los medios y su ambiciosa expansión mundial

Día 21/03/2011 - 12.04h
ABC/SIMON PERRY

Cuando Tom Ford anunció que dejaba el control creativo de Gucci e Yves Saint Laurent, no imaginaba que su decisión sacudiría los cimientos de la moda como lo hizo. El diseñador tejano abandonó repentinamente el conglomerado de lujo Pinault-Printemps-Redoute en 2004, cansado de que su presidente —François-Henri Pinault, el segundo hombre más rico de Francia— se entrometiera en la dirección artística de las colecciones.<MC> Ford fue el artífice de convertir un negocio moribundo que facturaba 230 millones de dólares anuales en una supermarca de 3.000 millones.

El golpe fue tal que la revista «The New Yorker», faro de la élite intelectual estadounidense, dedicó un artículo al diseñador en mayo de aquel año. «Son siete las fases que atraviesa una persona cuando se entera de que Tom Ford ha dejado Gucci. La primera es shock y furia. La segunda también es shock y furia, aunque predomina la furia. La tercera es solo furia, y olvido las siguientes fases porque sigo en shock», escribió en clave de humor el periodista Ian Frazier. Siete años después, el Sr. Ford —así es como le gusta que lo llamen ahora— confiesa que no dudó ni por un instante en dejar el poder que había amasado durante una década. «Jamás me arrepentí, siempre supe que mi trabajo en Gucci y Saint Laurent iba a llevarme a donde he llegado», explica a ABC desde Los Ángeles, donde acaba de inaugurar una nueva tienda en Rodeo Drive.

Nace un imperio

Ciertamente, el lugar al que ha llegado no podría ser mejor. Junto a Domenico de Sole, ex presidente del Grupo Gucci, creó Tom Ford International, un emporio que comenzó en 2005 con una línea de gafas, perfumes y ropa masculina. En septiembre pasado, Ford hizo su gran regreso al diseño de colecciones para mujer en un desfile íntimo en su maison de Madison Avenue (Nueva York), al que no pudieron acceder las cámaras. A sus 49 años, quiere dictar sus propias reglas del juego de la exclusividad.

«Me dije a mí mismo que no regresaría a la moda femenina hasta sentir que tenía algo nuevo que decir, y solo si podía divertirme —dice— Eso significa que lo voy a hacer a mi manera. No quiero diseñar colecciones para los críticos de los periódicos». Sin fotos que publicar al día siguiente, y arropado por un ejército de musas —la socialité Daphne Guinness, la actriz Marisa Berenson, la editora Lisa Eisner, la mítica modelo Lauren Hutton, entre otras—, Ford volvió a revolucionar la industria de la moda. Ahora, otras marcas quieren seguir su ejemplo, con desfiles más personales y menos circo mediático. «Muchos diseñadores sienten lo mismo que sentía yo sobre la creciente presión de diseñar para los medios de comunicación, algo que nos había llevado a perder el contacto con el cliente», dice.

Ford no entiende la necesidad que tiene la gente de verlo todo online una hora después del desfile. De hecho, cree que ese «sistema» beneficia a los periodistas, pero perjudica a sus clientas, quienes tienen que ver en las revistas y en internet —una y otra vez— prendas que no podrán usar hasta dentro de seis meses. Pero él ha ido a por más. Solo presentará sus colecciones a un puñado de editores por separado en su atelier de Londres. «Mi principal estudio de diseño está allí, y por eso enseñaré las líneas en Londres —dice— La línea masculina la presento en Milán, y por supuesto tengo oficinas en Nueva York, Los Ángeles y Tokio».

Amigas poderosas

Sorprendentemente, la industria ha recibido con agrado el nuevo secretismo «by Ford», al que ven como aire fresco en medio de un ambiente sofocado por la sobreexposición del marketing. Como espaldarazo, la editora del «Vogue» americano, Anna Wintour, asistió en enero a una cena en honor de Frida Giannini —actual directora creativa de Gucci— con un vestido animal print de Tom Ford. «Anna es una gran amiga», se limita a decir él. Ese mismo mes, Carine Roitfeld, editora del «Vogue» francés, le dedicó un número monográfico que algunos criticaron (Roitfeld fue despedida de la revista unas semanas después). «Sé que las ventas de ese número en particular crecieron, así que no estoy descontento para nada», sentencia. El cowboy del lujo vende. Y él mismo lo reconoce: «Nadie me dice que no».

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