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De Griñán a Londres pasando por los ERE

El interventor que hizo los informes fue relevado en abril de 2010, en plena eclosión del caso Mercasevilla

por a. r. v.

Emulando al cartero de la película, el ex interventor general de la Junta de Andalucía (2000/10) Manuel Gómez Martínez (Córdoba, 1959) llamó tres veces —vía informe— a la puerta de José Antonio Griñán, entonces consejero de Economía, para avisarle de que el procedimiento administrativo usado para financiar ayudas a empresas en crisis y expedientes de regulación de empleo (ERE) no era el adecuado. No podía preveer entonces que, en contra de su voluntad, aquellos informes iban a acabar poniendo contra las cuerdas al actual presidente de la Junta, quien, de acuerdo con los protocolos establecidos, debió de recibir sus comprometedores avisos. De haberlos atendido entonces, la trama de los ERE fraudulentos tal vez nunca habría llegado a los juzgados.

En contra de lo que puede pensarse por la sordina que se aplicó a aquellos informes premonitorios, desde que Griñán aterrizó en Hacienda de la mano de su amigo Manuel Chaves, en abril de 2004, funcionó una gran química con su interventor, que ocupaba el cargo desde 2000.

En cierto modo, sus trayectorias profesionales siguen caminos paralelos: ambos se licenciaron en Derecho por la Universidad de Sevilla y son funcionarios. Mientras, el ex ministro es inspector de Trabajo, Gómez hizo carrera como funcionario de los cuerpos de secretarios-interventores de la Administración. Su currículum dio un salto cualitativo en 1994, cuando fue nombrado director general de Patrimonio. Ex compañeros suyos en Hacienda aseguran que, al margen de su capacidad profesional, su simpatía por el PSOE no era ningún secreto. No en vano, fue escalando puestos de confianza hasta tocar techo con la Intervención. En abril de 2010 Carmen Martínez Aguayo lo releva, coincidiendo con la eclosión mediática del «caso Mercasevilla», el germen de las prejubilaciones ficticias y las comisiones ilegales que salpicaron a la Junta. Pero, en contra de las promesas de austeridad del Gobierno, la consejera de Hacienda automáticamente crea un puesto a su medida, el de director general de finanzas, para quien fuera fedatario de los secretos contables de la Junta durante diez años. Por sus manos pasaron todos los presupuestos y los contratos más cuantiosos.

Estuvo en sentado entre el público en el Parlamento que debatió las pasadas cuentas. Fue la última vez que es visto en público. Poco después, renunció al cargo, dejó su casa en Espartinas, hizo el petate y se marchó a Inglaterra. Nada como la niebla londinense para perderse. Algún malpensado dirá que sabía lo que se le venía encima.

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