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DR. LIVINGSTONE,... SUPONGO | BIBA SHEIKH, ACTRIZ

«Nunca imaginé que la cultura árabe estuviera tan presente en Sevilla»

Nació en Detroit en una familia libanesa, ha estudiado teatro con Marceau y Grotowaki. En Sevilla estudia flamenco con los Farruco, y ha creado Depravado Teatro, compañía con la que Cristóbal Jodorowky mezcla flamenco y psicomagia

ALFREDO VALENZUELA

—¿Sigue tocando el piano y la viola?

—El canto ha reemplazado a esos instrumentos, aunque en Líbano estuve a punto de entrar en una orquesta...

—¿El canto o el cante?

—El flamenco lo estudio, pero el canto que hago es en el campo del teatro, trabajo el canto como una actriz.

—Detroit, su ciudad, es una de las más decadentes de Occidente, ¿le ha afectado eso en algo?

—El centro de la ciudad vivía al margen de los alrededores, en los años setenta existió la posibilidad de que se declararan enfrentamientos entre negros y blancos. En la escuela sólo te hablaban de segregación.

—¿Le gusta Estados Unidos?

—Ahora es un país más interesante. Ha cambiado mucho en los últimos veinte años, para bien. Antes había estados muy estáticos, que ahora han evolucionado.

—¿El teatro es una actividad depravada?

—(Risas) No, claro que no. «Depravado Teatro» nace con el sentido del movimiento de los oprimidos.

—¿Como le ha ido con Cristóbal Jodorowsky?

—Ha sido magnífico; una experiencia catártica para todos los actores. Es un teatro de sensaciones, un teatro de verdad. Es un lujo poder entrar en aspectos complejos, es como liberarse, algo relacionado con el arte de la vida.

—¿También cree en la psicomagia?

—Sí, es algo parecido al teatro. A Cristóbal lo conozco desde que fuimos compañeros en la escuela de Marcel Marceau hace veinticinco años. Llegué al teatro con la energía liberadora de una celebración. Yo me tuve que liberar de mi familia, que es una familia árabe, y para eso me sirvió el teatro... Cristóbal entonces iba con camisa violeta y chaqueta negra y en el bolsillo llevaba cada día una carta del tarot, dependiendo de cuál fuera su estado de ánimo.

—¿Tan importante fue esa liberación familiar?

—Soy mujer, y la mayor de cinco hermanos. Encontré la luz con el mimo y, como el mimo me liberó, prometí dedicarle mi vida.

—¿Cómo se le ocurrió ir al Líbano en guerra?

—Cuando llegué a Berlín caía el muro, y pensé que Berlín y Líbano estaban divididas en dos, aunque en Líbano no estaba claro que la guerra hubiera terminado. Además hablo árabe.

—Allí representó un alegato contra la pena de muerte...

—Sí, la pena de muerte se instauró después de la guerra, para poder aplicarla a gente que había participado en ella. Junté a judíos y musulmanes para hacer teatro, algunos se hicieron buenos amigos, y dos días después de estrenar la obra el periódico hablada de que la pena de muerte sería abolida.

—¿El teatro puede parar la guerra?

—No, el teatro sirve para que los actores se liberen de la guerra.

—¿Qué le parece que al campo de batalla se le llame «teatro de operaciones»?

—También hay otra expresión parecida: «El teatro de la política».

—¿Dónde aprendió más, con Marcel Marceau o en el Laboratorio de Grotowski?

—Grotowski es lo que más me ha influido, pero no podría haber obtenido esos resultados sin la base que traía de Estados Unidos y de Marcel Marceau. Y lo que yo más quiero es el mimo. Grotowski me enseñó la energía y la estructura orgánica del trabajo de actor al más alto nivel, sin ninguna superficialidad.

—¿Y quién le enseñó más cosas, Jorge López o James Kennedy Mcann?

—Es difícil de contestar. Mcann está más presente en mi mente, pero la técnica y la naturalidad de Jorge López es básica.

—¿En qué consiste «Dancing in Sevilla»?

—De momento es un guión: Una mujer asustada por la vida que llega a Sevilla a liberarse con el flamenco y el flamenco la asusta aún más, hasta que llega a casa de los gitanos, que la curan...

—¿Autobiografía?

—No. Imaginación y realidad. Es una tragicomedia con danza. «La Faraona», de la familia Farruco, será la coreógrafa.

—¿Ha encontrado en Sevilla lo que venía buscando?

—Encontré en Sevilla lo que fui a buscar al Líbano. Nunca imagine que la relación con la cultura árabe era aquí tan fuerte, en el comportamiento de la gente, en las costumbres, en la calle. Tienen en la imaginación esa identidad árabe que yo he tenido, y además no hay rechazo de lo árabe.

—Ha estudiado con la familia Farruco y con Antonio Canales...

—El trabajo con Canales fue muy breve, pero la más alta experiencia que he tenido. He elegido a la familia Farruco porque sus ritmos del flamenco buscan lo natural, son muy orgánicos y compatibles con lo que he aprendido en Grotowski.

—¿Resulta caro aprender flamenco?

—Creo que sí. Estudiar en un curso privado de flamenco es como estudiar piano en Estados Unidos, cuando se pone una sala para doce alumnos con doce pianos y todos con auriculares... El flamenco requiere grupos pequeños, como si fuese un ritual.

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