Toros

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Primavera del arte en Brihuega

Día 11/04/2011
Primavera del arte en Brihuega
EFE 
Morante salió a hombros tras cortar las dos orejas de su segundo

En junio de 1946, un joven viajero se enamora de Brihuega y apunta en su libreta: «Desde el atajo, tiene muy buen aire, con sus murallas y la vieja fábrica de paños, grande y redonda como una Plaza de toros. Brihuega tiene un color gris azulado, como de humo de cigarro puro. Parece una ciudad antigua...»

El viajero se llamaba Camilo José Cela . Un año después, publicó un libro que se ha leído en el mundo entero: «Viaje a la Alcarria». Cruzamos —igual que él— la Puerta de la Cadena y vamos a la Plaza de toros, «La Muralla», construida al lado de la misma, con material parecido. La inauguraron, en 1965, Paco Camino, Andrés Hernando y El Cordobés.

Hace algunos años, el empresario Maximino Pérez tuvo la idea de organizar una corrida «de Primavera» y atraer a personajes famosos. Hoy, se llena una plaza de siete mil localidades en una ciudad donde viven la tercera parte. No está mal volver a poner de moda la Fiesta, siempre que se respete lo esencial: la lidia de un toro encastado.

José María Manzanares está en un exelente momento. Su primero, colorado, alegre, es el más toro de la corrida; galopa con ritmo pero tiene querencia a tablas. De recibo, alterna verónicas con el recurso de las chicuelinas. Lo banderillean bien Trujillo y Blázquez. Desde la primera serie, Manzanares muletea con empaque, con temple, con elegancia. Le aplauden más lo que menos vale, los circulares invertidos. Consigue alguno de pecho lentísimo. Mata a la segunda y corta una oreja.

El quinto es muy flojo, muy cerrado de pitones. En medio de un vendaval, José Mari lo encela con la muleta. Aguanta con valor las embestidas del toro, que ha sacado genio. Le saca muletazos a regañadientes y pasa algún momento de apuro. Demuestra aquí que tiene valor, además de arte, pero hace guardia al matar. Todos los síntomas indican que ésta va a ser su gran temporada.

Cayetano, en cambio, no remonta. Su primera faena es larga, insulsa. Como no manda, le puntea la muleta. Se produce una fuerte división de opiniones: ¡en Brihuega! Se tapa con su decisión al matar.

Brinda al público el último y se muestra voluntarioso pero con las mismas carencias. Mata mal y se repite la división. Si no mejora, en Sevilla y Madrid puede pasar un rato amargo.

El primero de la tarde se para por completo: Morante lo prueba suavemente por alto y mata mal: queda inédito.

Se desquita en el cuarto: verónicas de categoría, chicuelinas al paso, agachando el cuerpo, como en las viejas estampas. El toreo a dos manos, acompañando con el cuerpo, es una delicia. Además de los pases fundamentales, sabe improvisar, salir de la suerte con gracia, con torería... En esto, sencillamente, hoy es diferente a todos. Mata con decisión y corta dos merecidas orejas.

En su palco de la Maestranza, Juan Belmonte solía canturrear una copla: «Siempre te estoy esperando —y nunca llegas— a horita cierta». Así es el arte: cuando llega, nos sorprende. Como esta primavera que «ha venido,/nadie sabe cómo ha sido» ( decía Antonio Machado). La primavera del arte, en Brihuega, con el primoroso toreo clásico, a dos manos, de Morante de la Puebla.

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