gente del toro
«Manolo vázquez y Emilio Muñoz me animaron a que me dedicara a pintar en serio»
Empieza a hablar de toros y muestra su carné de matador de novillos con fecha 29 de octubre de 1979. Primero fue el Rubio de París en los pueblos y después Lorenzo del Yelmo ya que Laurent Pallatier era difícil de recordar. Ahora es Loren, «más práctico e internacional» para dedicarse a pintar. Fue cartelista de la Maestranza en 1993 y ahora pinta sobre burladeros

ENTREVISTA
Loren_Pintor
—¿Cómo llega un parisino a querer ser torero?
—Francia es un gran país taurino como se acaba de demostrar. Viví la tauromaquia de turismo en Salou. Mis amigos eran de Pamplona y jugábamos a los encierros y al toro. No había noción de muerte ni de miedo. Mi madre me llevó a los toros con 3 años por primera vez.
—¿Cuándo conoció el miedo?
—Cerca de Arles, con 14 años mis padres le compraron un capote al bombero torero por San Lorenzo con una vaca vieja. Volví a clase con el veneno. Era 1974 y mis padres no me dejaban venir a España.
—¿Cómo aprendió a torear?
—Fui la primera promoción de la escuela taurina de Madrid con El Yiyo y Lucio Sandín. Con 18 años Enrique Martín Arranz me dijo que era muy mayor para ser torero. Me fui de maletilla dos temporadas a Salamanca. Fui de los últimos, con El Tigre y El Lobo.
—¿Cuándo se dio cuenta de que la pintura era lo suyo?
—No tenía valor y no me quise meter a banderillero. Siempre había dibujado bien. Llegué a Sevilla en 1983 y me dediqué a vender pinturas y acuarelas en la calle. Manolo Vázquez y Emilio Muñoz me animaron a que me dedicara a pintar en serio.
—¿Siempre pintó sobre toros?
—Empiezo con la pintura taurina porque el toro es mi vida y mi pasión. Trabajé en Toros 92, en 6 Toros 6 y revista francesas, pero pronto me orienté al arte contemporáneo para buscar otra visión, cómo se pueden ligar dos artes como son el torero y la pintura y cómo ligar dos públicos.
—¿Qué es lo primero que hace?
—Pego el traje de luces, blanco y oro con el que me pegó una cornada un novillo sobre un lienzo como símbolo de mi frustración como torero. Manzanares lo ve y quiere que le haga uno igual. Termino haciendo una serie. Acabé dibujando vestidos de luces para amigos: orquídeas para la alternativa de El Cordobés e invento el alamar de flor de lis para Adolfo de los Reyes.
—¿De qué trabajo se siente más satisfecho?
—De la Toreografía que es una forma de dejar la huella del toreo para las futuras generaciones de aficionados a los toros y al arte. Le doy al matador la muleta untada en tinta con un lienzo sobre el que torea de salón y deja un gran cuadro abstracto. La idea también la tuve con Manzanares padre. En invierno haré las de Ponce y El Juli y estoy pendiente de Curro Romero y Rafael de Paula.
—¿Qué es lo último en lo que ha trabajado?
—Recupero burladeros ya que es un material que no merece ser quemado como vulgar madera. El burladero es todo metáfora de la vida: el rojo, el miedo, el atreverse, la protección, el instinto… las cornadas que tiene y la parte interior donde ha estado apoyado el corazón del torero. Utilizo fotos de toreros antiguos, novilleros y mujeres desconocidas para darles una segunda vida.
—¿Todo en la tauromaquia es simbólico?
—Se trata de hacer arte sobre un arte como es la tauromaquia por lo tanto hay mucho simbolismo. En una sociedad carente de símbolos y donde todo es virtual tiene su importancia.
—¿Qué es lo más atrevido que ha hecho?
En la nochevieja de 1999 en Vic-Fezensac me encerré en un chiquero, tres días y tres noches con «Marisquero», un cinqueño procedencia Cebada Gago separados por un cristal blindado. Como no era capaz de poner delante del espejo, me ponía detrás y reconocía en cierta forma mi fracaso y a la vez mi triunfo por tener delante a un toro para poder pintarlo. Fue una experiencia sonada.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete