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José María Casado Raigón «Tenemos futuro, pero no presente»

En tiempos de turbulencias, todo el mundo mira para los economistas. Casado Raigón es uno de los más reputados. Por eso sus reflexiones deben ser escuchadas con atención. Aquí va una muestra

Día 01/05/2011

CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA APLICADA

UNO se imagina siempre a un economista como un señor con la cabeza llena de números y de parámetros de rentabilidad. Seguramente que este catedrático perfectamente trajeado y con un expediente profesional impecable tiene el cerebro amueblado de indicadores macroeconómicos. Pero en su discurso se cuelan algunos conceptos que parecen prestados de otra ciencia. Por ejemplo, el concepto de equidad. O el de economía sostenible. Quizás porque en el origen de su vocación, según confiesa, estaba el interés por saber cómo funciona la sociedad, cómo tiene lugar el progreso, cuáles son los mecanismos del crecimiento o cómo se producen las relaciones sociales.

—¿La economía explica el mundo?

—Yo creo que sí. Está en el fondo de todas las cuestiones. Y eso hace que tengamos que estudiar más economía y explicar sus rudimentos a todo el mundo.

—¿Y qué conclusiones saca usted?

—Que vivimos en una sociedad materializada. Muy metida en sí misma. Que se abre poco al exterior. Que apenas se conecta. La sociedad civil no aparece por ninguna parte y en ese panorama es mucho más fácil para algunos hacerse dueños de la situación. Córdoba es una ciudad con enormes posibilidades y, sin embargo, no despega. Es una ciudad con futuro pero sin presente.

Ahí queda dicho. Si un economista de probada solvencia habla así de nuestro horizonte es que hay razones para la reflexión. José María Casado Raigón (Baena, 1945) vivió una plácida vida rural hasta que los estudios de bachiller lo empujaron a Córdoba, primero, y posteriormente a Madrid, donde concluyó la carrera de Económicas en la Universidad Complutense. En los años sesenta retornó a Córdoba para trabajar en el Polo de Desarrollo como economista del Estado. Su hoja de servicios desde entonces no ha parado de crecer. Ha sido secretario de Planificación y Coordinación con la CEE, presidente de la Caja de Ahorros de Córdoba, director del Centro de Documentación y Estudios Europeos, presidente del Colegio de Economistas de Córdoba y un largo etcétera de méritos académicos y profesionales. Por ser ha sido hasta miembro del jurado del premio Fernando Lara de novela.

—Hay quien dice que hay dos clases de economistas: los que no saben nada y los que ni eso.

—Eso tiene gracia, ¿no? Pero los economistas tenemos una formación sólida. Sí quiero aclarar que la economía es una ciencia sombría, triste. Forma parte de su naturaleza. No puedes estar todo el día poniendo paños calientes ni ocultando la realidad.

—Visto lo visto, con los cataclismos financieros pasados, más bien parece una ciencia esotérica.

—El problema es que todo el mundo tiene su teoría económica que fabricar y no todo el mundo está cualificado. A nadie se le ocurre ir por la calle y operar a un ciudadano del pulmón. Para eso hay que ser médico. Aquí la confusión es tremenda. No digo los políticos. Y, claro, termina siendo esto un lenguaje esotérico. El economista tiene que dar opciones y el político elegir entre las alternativas posibles en función de cuestiones de eficiencia, equidad o valores.

—¿Qué pieza hay que cambiar del capitalismo?

—El capitalismo es como la sal: un mal necesario. Tiene muchos elementos que podrían ser modificados pero casi todos los intentos que se han hecho no ha salido bien. Es el único modelo que conocemos que funciona mínimamente. Todas las demás experiencias están desapareciendo. El caso de China es especialmente llamativo. Lo único que nos cabe es la regulación, pero a veces sale fatal.

—¿Podría decirse que el capitalismo se ha convertido en un monstruo ingobernable?

—Yo no diría tanto. Una buena regulación y una buena gobernanza en el sentido de una mayor participación de los actores económicos es posible. El problema es que no se quiere hacer: los intereses cuentan mucho y también el cortoplacismo.

—¿Qué falta en el sistema: más productividad o más ética?

—Yo creo que las dos cosas. Hasta el punto que no sabría cuál poner delante. Probablemente la ética, porque con ella se conseguiría la eficacia y la equidad.

—El concepto de equidad no es un término que suelan usar los economistas.

—No sé qué economistas. Yo sí, desde luego. La economía se debate siempre entre el conflicto de eficacia y equidad. A veces, cuando se logra la equidad, se menoscaba la eficiencia. Y viceversa. El problema es que ahora, en situación de crisis profunda, la equidad a nadie preocupa.

—¿Qué hemos aprendido del cataclismo financiero?

—Muchas cosas. Una es que la economía es una ciencia que hay que hacerla sobre unas bases sólidas. No se pueden buscar situaciones especulativas o coyunturales. En los últimos años ha estado edificada sobre el sector de la construcción, que había sobrepasado en su peso al sector industrial. Increíble en cualquier economía occidental que se precie. Estamos en el fondo de la crisis: ni en la entrada ni en la salida. Tenemos que hacer cambios estructurales, que suponen movimientos de naturaleza económica y moral.

—¿Adónde nos conduce el crecimiento ilimitado?

—A ninguna parte. A la destrucción de nuestro marco de vida, que es la Tierra. Y a unas consecuencias que no son cuantificables en el largo plazo porque no interesa.

—¿Qué nos dice del hombre que el desarrollo material sea lo esencial?

—Ésta es la cuestión básica. Éste es el modelo que nos hemos dado. Cada uno quiere ser como el de al lado. Y en España es un pecado importante: la envidia. Son caminos que no llevan a ninguna parte. El desarrollo se hace con otras mimbres. En este momento, hay que ponerle un apellido, que es el desarrollo sostenible.

—Telefónica quiere despedir a 5.000 trabajadores y tiene previsto repartir 450 millones de incentivos para directivos. ¿Tiene adjetivos?

—Me parece un escándalo. Una empresa con esa responsabilidad y esa base social debería ser muy cuidadosa a la hora de tomar decisiones de esa naturaleza. Es un ejemplo de como en este momento se lucha por la eficiencia, pero se olvida la equidad.

—¿La rentabilidad sólo se mide en dinero contante y sonante?

—Hay que medirla en el corto, medio y largo plazo. Y aquí sólo se mide en el corto. Tenemos que tener en cuenta la rentabilidad presente y futura. La inversión más importante que hay que hacer es la educación. No hay otra.

—¿Cómo se combate el desempleo?

—Es una cuestión que no debería parecer difícil. Lo tiene que combatir no sólo el mundo empresarial sino también el mundo laboral. Hasta que alguien no se dé cuenta de que eso es así, no hay nada que hacer. Lo demás es obvio. ¿Cómo se crea empleo? Creando empresas y que todos se sientan partícipes, para lo cual tiene que haber una buena gobernanza empresarial.

—¿Ve muchos demagogos pescando en las aguas revueltas del paro?

—Claro. Ahí están todos. Toda la ponzoña habida y por haber. La prueba es lo que está ocurriendo en Andalucía y la vergüenza que supone para todos tener que contemplar este espectáculo degradante. Hemos creado un sistema en el que la subsidiación y la dependencia es muy grande. Eso abona la corrupción, el deterioro, en la que el ciudadano no ejerce como vigilante.

—¿Qué clase de ciudad es Córdoba?

—Una ciudad plana. En todos los sentidos. Tendría que renacer y para eso serían necesarios algunos cambios. Ha habido instituciones y personajillos que en los últimos años han hecho mucho daño a esta ciudad. Algunos han desaparecido afortunadamente. No están donde deberían estar, pero no están haciendo daño.

—¿Tiene antídoto contra la desidia?

—No lo tengo. Yo mismo me lo aplico todos los días. Soy un trabajador y tengo que trabajar. Pongo mi despertador y lo que hago es aplicar una lógica calvinista, esforzada. Trato de arrinconar mi desidia, que tengo como todos los ciudadanos.

—¿Qué cambiará el 22-M?

—Yo creo que va a cambiar poco. Espero que todas estas experiencias que estamos teniendo nos obliguen a unas conductas más correctas. Hay que abrirse a la sociedad y dar pie a la participación de todo aquel que tenga algo que decir. Espero que los políticos y el cambio que se va a producir, sin duda, se interiorice por los nuevos responsables.

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