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Miura, al corral

ANDRÉS AMORÓS

FINAL tristísimo de la Feria: un toro de Miura se va al corral, después de escuchar su matador los tres avisos. Se llama «Higuerito», es castaño, pesa 626 kilos y le corresponde al mexicano Israel Téllez, al que casi le ha sido imposible entrar a matar.

Lo malo es que, tal como ha ido la corrida, no ha sido nada sorprendente sino su lógico desenlace. Los Miuras, muy serios, en el tipo de la ganadería, algunos han flojeado y han presentado grandes dificultades. Solamente el cuarto se ha dejado torear un poco. El más tremendo ha sido el sobrero que hace tercero: alto, abierto, hondo, con 670 kilos. Varios parecen flacos, aunque pesan más de 600...

Corrida, pues, de otros tiempos; pero de las malas de otros tiempos. Todos los aficionados le guardamos hondo respeto a los Miura, como proclamaba hace poco André Viard, al presentar el tomo de sus «Tierras Taurinas» dedicado a esta divisa. Y yo, personalmente, especial afecto al recuerdo de don Eduardo, un verdadero caballero andaluz. Pero los hechos son los hechos y no cabe falsearlos: la corrida de esta tarde ha sido infumable. Tienen mérito los tres diestros en salir por su pie y en haberla matado con dignidad.

El que mejor librado sale, lógicamente, es el bravo Rafaelillo, el más ducho en estas lides. Recibe al segundo con larga de rodillas y verónicas vibrantes. Brinda al público y comienza con excelentes doblones, rodilla en tierra. Cuando intenta estirarse, el toro le busca, con la cabeza por las nubes. Con valor y conocimiento, le arranca algún natural; por la derecha, el toro se ha puesto imposible. Al entrar a matar, el toro le rompe la chaquetilla; a la segunda, consigue tumbarlo patas arriba. El quinto lo atropella, de salida, casi lo desnuda. Abraham Neiro es ovacionado en banderillas. El toro es una alimaña, Rafaelillo le da la lidia defensiva que merece y pasa un mal rato para matarlo.

José Luis Moreno, muy castigado por los toros, es diestro de clase: bastante hace con salir dignamente de esta corrida. En el primero, lancea con gusto, hace el esfuerzo y consigue algunos buenos naturales pero el toro se tapa y da el mitin con el descabello. En el cuarto, algo más manejable, aunque se defiende a cabezazos, brinda a Espartaco y logra muletazos de mérito. Faena muy digna, hasta que el toro se para.

Dudábamos si esta corrida era adecuada para el mexicano Israel Téllez. Aunque el final sea amargo, aguanta el envite. En el tercero, el tremendo sobrero, se muestra voluntarioso y valiente, sin brillo. En el último, que embiste rebrincado, aguanta gañafones sin amilanarse. Pero el toro se raja por completo y da seis vueltas completas al ruedo, barbeando las tablas. Suena el primer aviso antes de entrar a matar. No logra resolver una papeleta tan difícil y el toro se va al corral. Un diestro más experimentado en estas guerras sólo hubiera podido mostrar algún recurso habilidoso para quitárselo de encima.

En 1958, Luis Calvo firmaba como «Don Jorgito», en ABC, la crónica de la corrida sevillana de Miura. Recurriendo a Oscar Wilde, hablaba de «la importancia de llamarse Miura». Hoy, esa importancia se ha mostrado sólo en la presentación y la enorme dificultad; por lo demás, día de luto para la legendaria divisa de Zahariche y también para los aficionados que siempre la hemos valorado.

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