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Columnas / EL ÁNGULO OSCURO

El show de Tommy Gómez

Tommy Gómez cree que González fue el promotor de la escuela pública, como también creerá que fue el inventor de la rueda

Día 14/05/2011

SI en la televisión restara un ápice de talento, alguien le habría propuesto a Tomás Gómez protagonizar un reality, siguiendo las vicisitudes de su campaña electoral, que podría haberse titulado «El show de Tommy Gómez», o algo por el estilo. En la época dorada de la comedia española, Tommy Gómez habría condenado al desempleo a José Luis Ozores y Tony Leblanc; pero a Tommy Gómez le ha tocado bregar en esta época cetrina, y toda su vis cómica —a veces salerosa, a veces palurda, a veces chulángana, a veces mohína, tan deliciosamente carpetovetónica siempre— ha tenido que emplearla en la política, que es oficio de malsines y fulleros. Yo supe que Gómez tenía un talento cómico inigualable aquella vez que le reventaron con un aviso de bomba el mitin que se disponía a largar en un teatro; y, en lugar de acoquinarse, el tío se metió en un coche patrulla y largó desde allí el mitin, utilizando el megáfono de los maderos. Después vino el episodio de las primarias, donde Gómez demostró más apego por su candidatura que Cassen por su motocarro en «Plácido»; en donde probó ese patetismo sufrido, como de perrillo apaleado que se crece en la adversidad, que es rasgo constitutivo del humorismo español.

Otro rasgo constitutivo del humorismo español es la fatuidad quijotesca, que bebe de un fondo de hidalguía humillada y se crece en un aspaviento de megalomanía chusca. Tommy Gómez volvió a probar sus dotes cómicas cuando se atrevió a colgar de la fachada del Palacio de la Prensa aquel cartelón como de peli de romanos, en el que aparecía cual Espartaco redivivo, caballero en un brioso corcel y embrazando la adarga, bajo un letrero que rezaba: «Invictus». Aquel cartelón se lo hicieron quitar los mandamases de su partido, por temor al ridículo, pero permanece indeleble en la memoria de quienes lo vimos, rozagante sobre la marquesina del Palacio de la Prensa como aquella fuente con chorritos luminosos de «Bienvenido míster Marshall»; y todavía no me explico cómo los adversarios de Tommy Gómez no han rescatado el cartelón de marras para la contra-campaña bufa que le están haciendo, acompañando a esa frase meningítica y tronchante que Gómez debió de proclamar en plena resaca de anisete: «Me gustaría para Madrid lo que Zapatero ha hecho en España».

Claro que, para frases tronchantes, ninguna como la que Tommy Gómez profirió después de que se averiguara que había estudiado en un colegio privado; frase en la que, inflamado de sincero ardor socialista, confunde a Felipe González con Claudio Moyano: «Es que cuando hice la EGB en este país no había educación pública, porque yo estudié antes de que llegase Felipe González al Gobierno». Pero, a buen seguro, Tommy Gómez cree sinceramente que Felipe González fue el promotor de la escuela pública, como también creerá sinceramente que fue el inventor de la rueda y el descubridor de la penicilina, porque el humorismo socialista piensa sinceramente que el mundo era un caos informe, antes de que gobernaran los suyos; y así se lo han hecho creer a la pobre gente. A Tommy Gómez, para rematar su número, sólo le faltó dirigirse a Felipe González y decirle, reverencioso y solícito, como José Luis López Vázquez en «Atraco a las tres», cuando llegaba a la oficina bancaria la maciza que le sorbía el seso: «Tommy Gómez, un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo». Pero —¡qué culata ni qué piñones!, que diría Gracita Morales—, un siervo invictus, caramba.

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