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El caballero de Navarra impone su ley

El caballero de Navarra impone su ley PALOMA AGUILAR

ROSARIO PÉREZ

Arte de Marialva como eslabón entre San Isidro y el Aniversario. Corrida fuera de abono con la plaza prácticamente llena, espejo del «boom» del rejoneo. Y fue su revolucionario, Hermoso de Mendoza, el rey de la tarde.

El caballero de Navarra impuso su ley con toda la artillería de una cuadra excepcional. No dejó arma ni munición en la orilla, salvo una: el rejón de muerte, que le privó de una Puerta Grande de oro. Pero sobre la arena queda grabada la magistral lección de Pablo el Grande, con quien se acorta la frontera entre lo real y lo imaginario, entre el toreo a pie y a caballo, con su manejo de las monturas a modo de capote y muleta.

Barbeando tablas salió el primero, al que enceló a la cola de «Machado» y con el que escribió un verso en redondo. Toreó de costado con «Silveti» y quebró en una banderilla antes de un intento fallido. El toreo a dos pistas y dos arriesgadísimos trincherazos por los adentros levantaron clamores.

Apoteósica vuelta al ruedo

Siguió la emoción con las piruetas sobre «Manolete», un valeroso corcel. Las cortas a lomos de «Pirata» pusieron el colofón y el rejonazo fulminante vistió los tendidos de blanco. La bronca al presidente por sólo conceder una oreja se oyó en Estella. Apoteósica fue su vuelta al ruedo: no faltaron los espárragos de Navarra y el gallo, aunque para espolones los de su cuadra.

Con el arco de la gloria entreabierto, salió a por todas en el cuarto. Pero «Extremeño» tenía querencia a las tablas y no era fácil extraerle el jugo. Todo se lo exprimió el estellés, primero sobre «Dalí» y luego con «Chenel», un fabuloso caballo-torero dueño del temple, el valor y la torería, como se apreció en sus quiebros a modo de trincherillas en terrenos del «10». En el platillo se plantó para danzar con «Ícaro», un equino que, a semejanza del «Morante» de Ventura, pega bocaditos a los toros. No es precisamente esa su mejor cualidad, aunque despertase las mayores pasiones entre el gentío.

Con el timón a punto sobre «Pirata», el par de cortas a dos manos emprendió el rumbo al éxito, pero hete ahí que pinchó y el triunfo se esfumó. Bonito su gesto de aplaudir al toro, aunque para ovación de gala la que recogió el magnífico Hermoso de Mendoza.

La querencia a tablas fue la tónica general de la corrida de Los Espartales, como evidenció «Ronaldo», que se marcó como objetivo una jugada: saltar al callejón. Muy por encima del toro-futbolista, alegró el cotarro con «Maravilla» en infinidad de tiovivos. Quiso elevar la altura sobre «Magno» a milímetros de los pitones, pero fue «Bisbal» el que cosechó los mayores plácemes con el par a dos manos, el carrusel de cortas al violín y los rodillazos. La pañolada no cuajó lo suficiente, pero tuvo que recorrer el anillo. El fallo con el acero le privó del trofeo ante el quinto, en el que bailó bajo la lluvia con «Fandi» y «Pericalvo», un caballo de raza.

Leonardo Hernández, triunfador isidril, brindó su primera faena a la Infanta Doña Elena, que presidió la corrida desde el Palco Real. Con fibra lo condujo de salida con «Espartaco» y buscó la brillantez en los rehiletes con «Verdi», pero «Julián» no era fácil de banderillear. Se entregó en los palos cortos finales, con el toro derrengado y muerto en vida ya. Muy meritorio, con raza y elasticidad, fue su cierre de tarde, pero para entonces el gentío huía en desbandada por la tormenta que, a última hora, descargó sobre Las Ventas.

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