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Su tío Besteiro le bautizó en champán.
-Fue algo laico. Me llamo Julián por él.
-¿Se «fumó» las clases en el Retiro?
-Explorando unas cuevas en aquellos desmontes. Lo organizaba un hijo de Negrín, Rómulo. Y en el Observatorio, en lugar de picardías hacíamos Astronomía mirando los cráteres de la luna con telescopio.
-Y de esas «picardías» astronómicas a Berlín.
-Mi padre fue ministro de Estado con Azaña. Las cosas eran muy difíciles en la República, había violencia, y dijo: «No soy para esto». Y fuimos a Berlín. Estaba vacante la Embajada de España allí.
-Su padre le llevó al Colegio alemán más liberal.
-Hitler estaba en el poder. La gente le aclamaba. Un día salí de la Embajada con mi bicicleta hacia el gimnasio, que estaba cerca del Ministerio de Defensa alemán, y me encontré con las calles tomadas por el Regimiento de Hermann Göring, a quien Hitler consideraba de absoluta confianza.
-¿Se asustó?
-Regresé a la Embajada, y se lo conté a mi padre. Él me dijo que me dejara de historias. Un coronel alemán confirmó el golpe de Estado. El fuhrer hablaría a las 6 y mi padre me envió con mi profesor de alemán, que era de las SA, a ver lo que decía.
-¡Un espía en casa!
-Mi padre se enteró después. Me puse mi gorro «aristocrático» de gimnasio. Sorteamos a la gente, que le vitoreaba. Me puse en primera fila, y en esa noche de los cuchillos largos tuve a Hitler a diez metros, explicando la matanza que había hecho.
-Usted tenía 16 años. ¿Cómo era el genocida?
-Hitler tenía una enorme popularidad allí, aunque a los alemanes no les gusta que se lo recuerden.
-Y de Berlín a Roma, en 1936.
-Mi padre logró el placet de embajador ante el Vaticano. Regreso a España y, al ganar el Frente Popular, todos los Zuluetas vamos a Roma. Funcionaba Mussolini. A los pocos días estalla la Guerra Civil. Muchos de los diplomáticos estaban del lado del franquismo, pero había uno que no, Aguinaga, yo creo que por vasco, que era embajador ante el Quirinal; no dimitió. Los fascistas italianos le sacaron literalmente a patadas y se presentó con lo puesto en la Embajada vaticana. Mi padre le alojó, claro. Pero el secretario de Estado del Vaticano, Pacelli, le dijo a Zulueta: «Esta es una situación grave no solo para nosotros por si asaltan la Embajada, sino para ustedes». Le sugirió que pidiera una licencia, y el Vaticano no rompería relaciones con España ni reconocería a los militares. Y salimos de allí.
-Dos meses en París, y se retiran a Colombia. Usted se convierte, tras estudiar Medicina, en referencia mundial del paludismo y la malaria.
-Tenía un título de medicina tropical en Colombia, trabajé en la Fundación Rockefeller, atravesé Estados Unidos en tren, el Atlántico en un barco de guerra, y desembarqué en Greenoch. Y de allí a Londres. Guerra Mundial. Les dije a los ingleses: «Aquí traigo una caja de mosquitos». Me lo agradecieron.
-Estudiando y leyendo descubre que con el zumo de limón se previene el escorbuto.
-Y cómo los marineros vascos, en el Golfo de Vizcaya, lo prevenían también con huevas de bacalao.
-Le ficha la Organización Mundial de la Salud.
-En 1952. Me envían a la isla de Bormeo. Mi primer trabajo con los Tuan Nyamok.
-¿La malaria está erradicada?
-No. Me ocupé de la erradicación de la viruela. Y tuvimos éxito. Se habla de la vacuna de la malaria como si se pudiera conseguir, y no se puede. Tú puedes tener malaria y no te da una inmunidad, sí cierta protección. La inmunidad se consigue más fácilmente con bacterias. Y lo que da más inmunidad son los virus, por ejemplo la fiebre amarilla.
-¿Se arrepiente de haber sido alcalde de Ronda?
-(Largo silencio). Me presentaron un día antes de las elecciones y salí elegido por mayoría absoluta. Me votaron los de Izquierda Unida, y los de AP, y eso a Felipe González le mosqueó.
-¿Tenía «Glez» el mosquito detrás de la oreja?
-¡Este Zulueta es mucha historia...! creo que dijo.