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OK: La palabra más gringa

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OK, O.K., Okay... verbo, sustantivo, adjetivo, adverbio, interjección y, posiblemente, la expresión más exportada por Estados Unidos al resto del mundo

Día 18/08/2011
OK: La palabra más gringa
ED CAROSÍA

No hace falta saber absolutamente nada del inglés reinventado en el Nuevo Mundo para utilizar sin equivocarse esta pieza recurrente en la retórica sin fronteras. OK combina el encanto de lo breve con una fascinante versatilidad de significados, ya que su variada semántica abarca desde el asentimiento casual al gran entusiasmo, pasando por un tibio respaldo y hasta un reclamo de atención a una distraída audiencia. Sin embargo, todo ese poderío lingüístico no trae consigo ni una regla clara sobre cómo se debe escribir con exactitud OK, ni una explicación convincente sobre su origen etimológico. Por eso la concisa abreviación arrastra un diluvio de confusión léxica propicio a todo tipo de especulaciones. Muy a pesar de quienes insisten en considerar a este vocablo con aspecto de acrónimo como símbolo de la filosofía pragmática y directa de Estados Unidos.

Sobre su origen, teorías no faltan. Una hipótesis hace referencia a los secos panecillos «Orrin Kendall» que formaban parte de la dieta castrense durante la guerra civil americana, de cuyo estallido se cumplen ahora 150 años. Otra explicación, más etílica, apunta a cierta vecindad fonética con el puerto haitiano de Aux Cayes, fuente de un apreciado ron y que, pronunciado por un americano, suena bastante a un OK. Sin olvidar, por supuesto, la leyenda del jefe indio Old Keokuk, que supuestamente firmaba tratados con sus iniciales. En cualquier caso, el primer rastro impreso de OK en Estados Unidos se remonta al 23 de marzo de 1839. La edición de aquel sábado del «Boston Morning Post» publicó una especie de gacetilla irónicamente dirigida contra otro diario, el «Providence Journal». Y en tono de chascarrillo con deliberada mala gramática se incluía en minúsculas la expresión «o.k.» y entre guiones «all correct» (todo correcto).

OK podría fácilmente no haber pasado de una efímera ocurrencia. Pero 1840 fue un año electoral en Estados Unidos, con el presidente Martin Van Buren en búsqueda de un segundo mandato. El veterano político del Partido Demócrata era conocido con el sobrenombre de «Old Kinderhook» (O.K.), en referencia tanto a sus muchos años como a su localidad natal en el Estado de Nueva York. Para ayudar a la campaña de Van Buren se fundaron por todo el país los Clubes Democráticos O.K. Pero a pesar de todos esos esfuerzos pioneros de mercadotecnia política, incluido el eslogan «Old Kinderhook es O.K.», Van Buren no consiguió quedarse en la Casa Blanca. Aunque, para entonces, OK empezó a propagarse más allá de la costa este de Estados Unidos.

La absoluta consagración llegaría de la mano de la internet victoriana: el telégrafo. Para 1860, dentro de la economía lingüística asociada al código Morse, la palabra OK era habitualmente utilizada para confirmar de estación a estación la marcha puntual y sin contratiempos de trenes. Y no hubo que esperar mucho tiempo para su propagación entre marcas comerciales, productos de consumo popular y campañas publicitarias.

H. L. Mencken, el legendario periodista de Baltimore y también divulgador lingüístico, se encargó de glosar el OK en relación con la notoria debilidad por las abreviaturas existente en U.S.A. Los soldados americanos, dentro de su petate de usos y costumbres, también hicieron su parte a la hora de extender el OK allá donde fuesen destinados aprovechando que la palabra, pegajosa como chicle, utiliza sonidos familiares en muchas lenguas del mundo.

Hasta en la literatura de Estados Unidos, OK se ha convertido en algo casi inevitable, sobre todo en diálogos. Y, aunque a William Faulkner no le gustaba mucho, la expresión se encuentra generosamente salpicada a través de las páginas de John Steinbeck, Ernest Hemingway, Raymond Chandler, Truman Capote, Henry Miller, John Updike, Kurt Vonnegut, Toni Morrison o Stephen King. Pero quizá, el lugar de mayor altura hasta donde ha llegado la broma gramatical de 1839 sea la Luna. Fue precisamente con un OK como, en el inolvidable verano de 1969, Buzz Aldrin y Neil Armstrong confirmaron a Houston que el módulo «Eagle» del Apolo 11 había llegado sin novedad hasta su estelar destino.

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