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¿Dónde la casta y la raza?

¿Dónde la casta y la raza? JAVIER FERGO

FERNANDO CARRASCO

Uno a uno fueron saliendo los toros de Albarreal para repetir el mismo comportamiento. Astados vacíos, huecos, carentes de cualquier atisbo de raza, clase y casta. Un compendio de falta de bravura desesperante que acabó por enervar al público, que es santo y paga un ojo de la cara por una entrada. Una corrida que no tuvo nada, absolutamente nada. Toros sin alma, que fueron deambulando por el ruedo en medio del enfado y la bronca tremenda, hasta tal punto que cuando el quinto hizo un pequeño amago de doblar las manos, los gritos se debieron escuchar en pleno barrio de La Viña de Cádiz.

Un material inservible de todo punto que marcó la última de las corridas de la temporada de verano en El Puerto. «¡Ponce, la Fiesta os la vais a cargar vosotros, no los catalanes!», gritó un aficionado. Que se tome buena nota porque con tardes así, la Fiesta no necesita enemigos precisamente, porque el malo, o los malos de la película, están dentro de ella. Y ayer fue buena prueba de ello. Lo siento por José Luis García Palacios, que debió pasar un rato malísimo viendo a sus pupilos.

Acortó el viaje de salida el primero de Enrique Ponce, que tras el puyazo ya dijo que de fuerzas nada de nada. A media altura muleteó el valenciano. Sin apreturas y sin obligarle, dejó algunos redondos. Nada del otro mundo. Con la izquierda el de Albarreal ni se desplazaba. Mal comienzo.

Vacío por completo fue el cuarto; un marmolillo que apenas se desplazó y ante el que pudo verse, al menos, un buen tercio de banderillas de los hermanos Antonio y José María Tejero. Eso fue lo único. Ni un muletazo, ni uno, le pudo dar Ponce.

Con las fuerzas justas salió el segundo de la tarde, que en banderillas se vio estaba derrengando y que eso de moverse no iba con él. Tras dos pases cambiados por la espalda, Sebastián Castella lo pasó sobre la derecha y al segundo muletazo el toro se echó. Bronca del personal. Y con razón. Lo mantuvo en pie como pudo y hasta dejó tres derechazos con gusto. Pero ya está. Con la izquierda, a media altura no, a la de un segundo piso la franela. El personal no estaba para bromas.

Devolvió el presidente el quinto ante la que se formó. El sobrero no le iba a la zaga a sus hermanos pero, al menos, se desplazó algo más. Aquello fue, para la hastiada afición, el maná. Así que los muletazos que pudo dar el francés se recibieron como el summun, a pesar de los enganchones y la cara por las nubes del animal. Faena con muchos altibajos pero claro, en el país de los ciegos y con el dinero que cuesta una entrada de toros… el que no se consuela es porque no quiere.

Alejandro Talavante quedó inédito con el capote y su cuadrilla dio un mitin en banderillas. Astado con la cara arriba, protestando en cada muletazo y saliendo distraído. Estaba en otra cosa el animal, carente de raza alguna. Ahí estuvo el extremeño, pero el público no estaba por la labor de que alargase aquella agonía.

Nada aconteció en los tres primeros tercios en el que cerró plaza. Al fin y al cabo, no iba a dejar en mal lugar a sus hermanos. Con el público hartito, Talavante dibujó una primera serie diestra aseadita que hizo concebir esperanzas. Fue el toro, eso sí, que más se dejó. Alejandro lo pasó a derechas en medio de la complacencia generalizada. Pero fue un espejismo. El astado se rajó y ahí se acabó esta triste, tristísima historia en la que no hubo ni un atisbo de casta y de raza.

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