Toros

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Triunfa Leandro en la séptima de José Tomás

Esperaban todos que, a la séptima, sería la vencida: que José Tomás lograría, ¡por fin!, abrir la puerta grande en Valladolid

Día 09/09/2011

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Esperaban todos que, a la séptima, sería la vencida: que José Tomás lograría, ¡por fin!, abrir la puerta grande en Valladolid, después de no haberlo conseguido en Valencia, Huelva, Bayona, Gijón, Ciudad Real y Linares. No ha podido ser. Sí se ha cumplido una nueva tradición: el triunfo del «tercero». Tendremos que empezar a creer en la bendición de torear por detrás de José Tomás. El que sale a hombros es Leandro, después de una faena completa, premiada con dos orejas; podría haber tenido una más, en el último, si mata bien. A Manolo Sánchez lo despiden con cariño sus paisanos. José Tomás... digamos que no cumple las enormes expectativas que había suscitado.

Los toros de César Rincón flojean bastante pero, en general, son nobles, de suave embestida; el mejor, el tercero; el más complicado, el quinto.

Torea por última vez en su tierra Manolo Sánchez. Recordamos a aquel rubio novillero que nos fascinó en Madrid, hace años. Al primero, muy parado, lo cuida con mimo; muletea aseado, con finura, pero el toro se cae, el trasteo carece de emoción.

El cuarto flojea, embiste a media altura. Manolo logra algunos naturales estéticos. Prolonga la faena, el público se impacienta. Mata bien a los dos, esta vez. Una vez más, muestra su buen estilo pero... Parece el sino de su carrera.

El mejor toro

Reaparece Leandro, quizá precipitadamente, después de una grave lesión. Tiene la fortuna de llevarse el mejor toro, el tercero: flojea, lo pican al relance, en chiqueros, pero va a más en la muleta. (¿Es eso suficiente para que le den la vuelta al ruedo?). Leandro aprovecha plenamente su oportunidad: corre la mano superiormente, con la muleta planchada; consigue series ligadas, con ritmo. Torea lo que quiere y como quiere. Esta vez, no lo estropea, como tantas, con la espada: se vuelca, sale con la taleguilla rota, corta dos orejas.

Otra más ha debido cortarle al sexto, que aprieta en dos entradas al caballo. Lo brinda a Manolo Sánchez: le da espacio, conduce las embestidas, muy despatarrado; liga naturales y de pecho. A veces, se acelera un poco. Y falla con la espada.

Es difícil mantener la serenidad ante el mito de José Tomás pero el crítico debe intentarlo. El segundo sale muy suelto. Lo recibe con delantales estéticos, haciendo el poste, y el toro, lógicamente, se va; tiene clara tendencia a chiqueros. Quita por chicuelinas con el compás abierto. (No sé en qué mejora este lance abrir las piernas: así, ni manda más ni carga la suerte). Brinda a su veedor, Joaquín Ramos. Comienza haciendo el poste: al tercer muletazo, el toro lo trompica y pisotea. Vuelve a hacer el poste. (Recuerdo bien las frases de Corrochano sobre esta forma de torear). Consigue derechazos y naturales suaves. El toro se cae y sufre un desarme. Liga tres veces el pase de las flores con derechazos. Pincha y recurre a manoletinas. Ha recorrido todo el ruedo: faena en tono menor, con poco toro. Alguien grita: «¡Viva la República!» (¿)

Recibe al quinto con verónicas armoniosas y se ve en apuros, por no saber por dónde va a salir el toro. Acompaña con delantales suaves. El toro queda cortito, sale con la cara a media altura. Aguanta el diestro en derechazos que no logran corregir el defecto. Corren por la Plaza vientos de decepción. Le engancha la muleta y corta la faena.

Esto es lo que he visto. La reflexión es fácil: José Tomás, un gran torero, se beneficia —o perjudica, según— de una expectación desmesurada. No es extraño que acuse la inactividad de muchos meses, después de la grave cornada. Ni que elija una campaña cómoda y no quiera las cámaras de televisión en directo.

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