Castilla y León

Castilla y León / ENRE BAMBALINAS

DEL ESCENARIO AL PLATÓ

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Día 31/10/2011 - 10.11h

Con la 56 Seminci a punto de bajar el telón hoy, el séptimo arte ha subido al escenario con verdadera devoción. La exposición universal de Bruselas de 1958 supuso la puesta de largo de los audiovisuales en el teatro, Svovoda y otros creadores checos presentaron Laterna magika, y en la década de los 80 conquistaron el escenario, primero en Canadá y Estados Unidos, con creadores como Lepage, Marleau, Lecomte o Sellars, después en Francia y el resto de Europa. Tres décadas separan su irrupción del presente y en este tiempo los audiovisuales han enriquecido las puestas en escena, cuando éstos se han utilizado con un sentido dramatúrgico.

En la actualidad directores como los belgas Cassiers o Van Hove, o la inglesa Mitchell, experimentan con un nuevo teatro que transforma el escenario en plató cinematográfico. Con textos más próximos al script que a la tradicional obra dramática, los actores se olvidan del público y actúan para la cámara, que escoge planos, relaciona miradas o movimientos con objetos, o encuadra rincones del escenario que alcanzan una significación: la cámara cuenta el argumento donde la historia sobresale por encima de los personajes.

Doble opción

Las imágenes captadas se proyectan en una pantalla instalada sobre el escenario y el espectador cuenta con una doble opción: seguir la filmación o fijarse en las acciones de los intérpretes que evolucionan por este peculiar escenario, confundidos con los cámaras, encargados de la grabación, o situándose en el lugar preciso, debidamente señalizado, al margen de su relación con otros personajes, para ser grabados con la cámara.

En este proceso, los actores transforman la gestualidad, hablan con menos tonalidad, porque se auxilian de pequeños micrófonos, cambian las intenciones interpretativas y se ajustan con precisión a las indicaciones del director sin obedecer a la reacción teatral de su personaje. Mientras esto ocurre en el escenario, el espectador focaliza su atención sobre la pantalla, más informativa y atractiva, siguiendo el encuadre del realizador, y pierde esa libertad teatral para fijar la atención sobre aquel punto del escenario que más interés le despierte. Asiste a la grabación de una película en directo, donde no se permiten fallos, pues no existe la posibilidad de una nueva toma, porque se mantiene el ritmo teatral.

El actor se distancia del público y eclipsa la fuerza interpretativa, mientras se potencia la imagen ¿Se desnaturaliza el teatro? Habrá que esperar para sacar conclusiones de un procedimiento que da sus primeros pasos.

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