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línea de fondo

España sólo necesita el apoyo del «jugador número cinco» para ganar la Ensaladera

francisco pérez

Iba a hablar del «jugador número doce», que siempre da juego en la muy vanidosa ciudad de Sevilla, pero me he dado cuenta de que, excluyendo de la nómina del equipo nacional a Juan Ignacio Zoido, siempre eficaz al resto, y a la flamenca del cartel, que está para ensayar los «smash» con su flor —a ver si alguien le encarga a los que se llevaron la cubierta de la final de 2004 el robo de todas las existencias del cartelito hasta no dejar ni rastro de él—, nos basta con apelar al jugador «número cinco» para que Argentina no pruebe ni un cogollo de lechuga de esa ensaladera que a partir de mañana va a estar en juego.

Esta vez no ha habido bravuconería por parte de los argentinos como hace tres años en Mar de Plata, cuando en los días previos a la cita amenazaban a Nadal «con sacarle el calzón del orto» y otras lindezas gauchas. No querrán tropezar dos veces en la misma piedra como el burro o como el Potro, que a la hora de la verdad no sólo no pudo quitarle la ropa interior a nuestro campeón, porque no jugó, sino que tuvo que mostrar en público sus palominos tras caer derrotado en individuales por Feliciano López, por el que nadie daba un peso.

Esta vez si estará Nadal y el piso será de tierra batida, superficie nada extraña a los dos contendientes, a diferencia de la cita rioplatense, donde el polvo de ladrillo se cambió por la llamada «carpeta», en algo que quiso ser encerrona y acabó convirtiéndose en bandeja de plata para los españoles. Rafa anda pachucho de juego y de ánimo tras su decepcionante paso por el Masters de Londres —mejor le fue a David Ferrer, que soñó con la proeza—, pero el manacorí se crece con el castigo y no va a dejar pasar la oportunidad de reeditar su triunfo de 2004, cuando con apenas 18 años se pasó por la piedra de La Cartuja nada menos que a un Andy Roddick en plena madurez.

En 2008 la grada parecía la de un Boca-River. Enseñémosles ahora a los amigos argentinos, entre punto y punto, cómo se viven aquí los Sevilla-Betis. Y luego, háganle caso al Iturralde de la silla: «Silencio, por favor».

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