Magno recital de Nuria Espert

Juanjo Seoane uno de los productores que más ha revitalizado el teatro en España, habiendo producido más de un centenar de espectáculos, desde aquellos tiempos de los Festivales de España, apostando casi siempre por obras de repertorio garantizado, sea cual sea su género, desde la astracanada a la tragedia y del musical moderno a la ópera o zarzuela, ahora, en plena madurez opta por el arriesgado empeño de verter a la escena un poema lírico basado en las lamentaciones de una mujer violada.

Nuria Espert, esa viva estatua marmórea, de foro romano, por tanto, inalterable, incombustible y perenne, que desde los trece años ha derramado su vida y su arte por los escenarios europeos y americanos, se encaprichó con el personaje de Lucrecia, que un jovencito bardo, llamado William Shakespeare, describió en un desgarrador poema lírico, con atisbos épicos y resabios dramáticos. El reto era tan alto, que parecía sólo asumible por una diva cumbre de la escena.

Ella, ella y ella, con la indispensable ayuda de un director joven, Miguel Del Arco, de quien yo no le había visto más que aquel guiño pirandeliano que fue «La función por hacer», se planta sola ante un público que llenó el teatro y, convertida en juglar que recita y actúa o, mejor, en culto trovador palatino, puro arte, que recita e interpreta varios personajes en un monólogo irreprochable, ella sola, repito, desarrolla toda su amplísima escala de registros, desde la melodiosa voz, plena de armonía y exuberante de matices a «sotto voce», hasta los parlamentos más enfáticos y desgarradores, sin salirse un ápice de la mesura clásica y señorial que engendra belleza.

Lástima que el ambiente tenebroso —la acción discurre en una noche— nos prive de contemplar más a gusto el rostro de la actriz. Con lo que pueden expresar unos ojos, unos labios, unas cejas…