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Miguel Zugaza: «Soy consciente de que tengo el mejor trabajo del mundo»

El director del Museo del Prado lleva casi una década al frente de una institución totémica desde la que aboga por poner en valor el potencial no sólo cultural, sino también económico, de nuestro patrimonio

Día 05/12/2011 - 10.40h

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Tiene usted, en mi opinión, el mejor puesto de trabajo del planeta Tierra.

-¡Yo también lo creo! Aunque a veces me obligue a entrevistas en las que tienes que hacer más paradas que Iríbar...

-Ya salió a relucir el Athletic, y pronto me contará que cuando viaja lee «El Correo» en su iPad. Ustedes los de Bilbao son unos clásicos.

-Ja, ja, ja. Totalmente. Pero, ahora en serio, valoro extraordinariamente lo que supone trabajar aquí, en este puesto o en otro. El Prado es una institución muy especial, muy singular por su calidad en todos los sentidos y por su capacidad de proyección de nuestro país hacia fuera. Es un embajador cultural extraordinario.

-¿Es de tanto peso a la hora de difundir la marca España (y perdone el sacrilegio) como el Real Madrid o el Barcelona?

-Hombre, yo mejor metería ahí La Alhambra, El Escorial, Gaudí o incluso el Guggenheim Bilbao... La cultura y el patrimonio artístico son una gran marca para España que hay que poner en valor incluso en el aspecto económico (ahora que sólo hablamos de economía) pues supone el 4 por ciento del PIB y tiene un enorme potencial.

-Primero el Prado en el Hermitage, ahora el Hermitage en el Prado... La duquesa de Alba me comentó en cierta ocasión que le parece un dislate tanto traslado de obras maestras.

-Es lógico que ella hable así, desde el punto de vista de una colección privada que no tiene los mismos medios que los museos. Yo creo que ahora existe total garantía para que las obras que puedan viajar lo hagan, si está justificado. Llevar a los japoneses una selección de obras de Goya es dar respuesta al enorme interés que tiene esa sociedad por nuestro arte.

-Supongo que hay obras intocables que jamás viajarán. Por ejemplo, «Las Meninas».

-Pues ya viajaron en la Guerra Civil. Entonces tuvieron que salir de España las obras mayores del museo, y estuvieron expuestas en la Sociedad de Naciones de Ginebra. Pero es verdad que hoy en día hay obras que no se envían fuera por razones de conservación, y otras porque son muy relevantes. No hay una lista cerrada sobre esto, aunque sí un obvio consenso sobre determinados cuadros.

-A los japoneses les hemos enviado «La maja vestida». ¿No queremos que se nos enfríe la otra?

-Con las majas se adoptó una determinación: que pueden viajar una o la otra, pero nunca las dos a la vez.

-Hace un par de años auguró un descenso del número de visitantes que no se ha producido: 2.700.000 al año, e incluso crecen.

-Nos equivocamos en un pronóstico pesimista. Posiblemente porque, pese a la crisis, se ha mantenido e incluso crecido el turismo cultural, y se ha generado un mayor interés de la sociedad por los museos.

-¿Le sigue gustando comparar la afluencia a su museo con campos de fútbol llenos?

-Eso procede de una simple anécdota: cuando hicimos la exposición del paisaje clasicista romano y se dijo que la había visto relativamente poca gente porque la habían visitado 120.000 personas. Yo hice notar que eso era un Camp Nou lleno.

-Aboga por más financiación privada para la Cultura.

-Nos autofinanciamos al cincuenta por ciento y queremos llegar al sesenta. Pero para eso necesitamos una modificación de la Ley de Mecenazgo. Ya es tiempo de establecer un nuevo pacto entre la administración y la sociedad, y más ahora que las administraciones no van a tener tantos recursos.

-Tengo entendido que, entre los visitantes de Estado, Gadafi resultó peculiar.

-No sabía nada de pintura europea y preguntaba de qué trataba cada cuadro. Ante el «Perro semihundido» de Goya insistía: «¿Qué quiere decir?», y, claro, no era fácil explicárselo.

-Se declara usted un converso del Guggenheim.

-Lo soy, porque cuando me empezaron a hablar de ese proyecto me parecía una idiotez, y, sin embargo, se ha demostrado que se ha construido una realidad sólida y potente.

-El Prado gastó un pastón en adquirir cuadros como «La condesa de Chinchón» o «El barbero del Papa». ¿Esas compras rumbosas ya han pasado a la historia?

-Siempre hay que estar atentos a las oportunidades que surgen. Hemos comprado un Brueghel que vamos a presentar dentro de poco, una pieza muy notable, por siete millones de euros. La situación económica también hace fluctuar el mercado.

-¡Tráiganos un Vermeer!

-Lo mismo suele decir Antonio López, pero no los hay en el mercado.

-¿No resulta temerario que sea el propio Prado el que arrebate a Goya la autoría de «El Coloso»?

-Responde a un trabajo habitual que hacemos. Según vamos conociendo mejor nuestra colección, a veces van surgiendo atribuciones positivas, y otras negativas.

-No creo que todos los museos sean tan sinceros en esa labor.

-Ni yo. Otros no lo son, pero nuestra autoridad es esa. Tenemos una responsabilidad frente a la obra y frente a la sociedad.

Muy personal

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