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El Barcelona es de otro mundo

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El conjunto azulgrana, con nueve jugadores de la cantera en el equipo inicial, arrolla al Santos de Neymar y logra su segundo Mundial de clubes

Día 19/12/2011

El fútbol es otra cosa desde el verano de 2008, punto de partida de lo que hoy es este Barcelona, un equipo infinito que tiene parcela permanente en el paraíso porque convierte cada final en un homenaje al balón. Siempre en los días señalados, ahí en donde otros se diluyen, el Barça se multiplica y Pep Guardiola regala lecciones con la libreta, igual de generoso con su propuesta ante el Santos que un día fue de Pelé y ahora es de Neymar. En Yokohama, convertida la cita en una cuestión de orgullo y amor propio, el Barcelona conquistó el mundo con un espectáculo maravilloso que se tradujo en goles, sonrisas y abrazos. El fútbol, hasta que nadie diga lo contrario, sigue siendo del Barcelona y no se intuye el apagón.

Lo entiende y lo interpreta de forma celestial, con su gente, una cuestión de base que se prolonga desde los primeros pasos que los críos dan en La Masía. Ocurre que esta hornada es inmejorable y la administra Guardiola con una delicadeza pasmosa, buen gestor que ayer dispuso un equipo inicial con nueve jugadores de la casa —Abidal y Alves fueron los otros— y repitió la misma idea que una semana antes funcionó a las mil maravillas en Chamartín. Al Barcelona, en definitiva, le da igual que se mida al Real Madrid o al Santos, su plan siempre es el mismo. El desenlace, también.

El balón azulgrana

La fiesta de Japón fue tan contundente como bella, dignificada una competición que da prestigio si se gana, pero que tampoco deriva en grandes fiestas ni en cánticos masivos en Canaletas. El Mundial de clubes, salvo debacle para la organización, acaba por enfrentar en la final al mejor de Europa y al mejor de América y en esas se presentó el Santos ante un Barcelona superlativo, poblado en un centro del campo irrepetible con Xavi, Iniesta, Busquets, Thiago y Cesc. A partir de ahí, la única premisa catalana pasa por secuestrar la pelota y es una quimera tratar de robársela a este Barça, que la mueve como quiere y al ritmo que le interesa. «Nos han enseñado a jugar a fútbol», resumió Neymar en la reflexión más realista que se conoce, resignado ante la evidencia. Ni una excusa en la derrota, el Barcelona gana por algo más que suerte. Gana porque es el mejor.

El primer tiempo fue de manual, un recital de toque con Messi como destino. Sin delantero puro —Villa será operado hoy después de su fractura de tibia—, el Barcelona bailó al Santos sin que hubiera noticias de sus estrellas, muy desconectado Neymar y prácticamente inédito Ganso. El partido era para Xavi, soberbio, y sin embargo se llevó el premio gordo Messi, autor de dos goles muy de su estilo, principio y fin de la goleada con una vaselina primero y con un regate tremendo después. El propio Xavi y Cesc redondearon una cita memorable.

Esta vez no lloró Guardiola como dos años atrás en Abu Dhabi porque el triunfo de ayer careció de la emotividad de entonces, mucho más fácil de lo esperado. El Barça de hoy se acostumbra a los festejos porque ha ganado trece de los dieciséis títulos a los que ha optado desde que hubo cambio en el banquillo, una época insuperable que mejora a otros ilustres que lo fueron todo hasta que llegó Guardiola. La pelota le da la razón en cada torneo y no importa si plantea una defensa de tres, si juega con un falso nueve o si entra éste por aquél. Jamás traiciona su estilo, jamás le da la espalda al gol, jamás renuncia a sus ideas. Tengo la pelota, paso la pelota. Y así hasta la red.

Se despide de 2011 con otro recital y lo hace con cinco de los seis títulos a los que concurría, únicamente frenado por el Madrid en aquella noche copera de Valencia. Sólo ahí parece tener rival, pero el Barcelona, de momento sigue siendo de otro mundo.

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