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Ecos de un pura sangre al piano

Juan Miguel Moreno Calderón reúne en su tesis doctoral documentos, críticas y testimonios que muestran cómo Rafael Orozco estuvo a la altura de los músicos más grandes del mundo en la segunda mitad del siglo XX

Día 31/12/2011 - 10.25h
Ecos de un pura sangre al piano

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Hasta a quien no tenga en casa ningún disco de la llamada música clásica le suenan los nombres: Daniel Barenboim, Martha Argerich, Maurizio Pollini. Pianistas (y en el caso del primero también director) de prestigio mundial a los que se imagina recorriendo los escenarios más prestigiosos y poniendo en las estanterías grabaciones de referencias de algunas de las mejores obras de la historia de la música. En la lista falta un cordobés, que estuvo a su altura durante décadas y sobre cuyo nombre ha caído un manto de silencio que no hace justicia a su indiscutible talento y el aplauso que tuvo entre quienes lo escucharon. Es Rafael Orozco (1946-1996), uno de los mejores pianistas españoles de la historia.

Para hacer valer su obra y demostrar que fue una de las figuras mundiales de su tiempo ha elaborado su tesis doctoral Juan Miguel Moreno Calderón, catedrático de piano del conservatorio superior de música que —por iniciativa suya, entre otros— lleva el nómbre del intérprete y director además hasta 2010 de este centro educativo.

El trabajo, calificado con sobresaliente cum laude, se presentó en la Universidad Rey Juan Carlos el 9 de junio, poco antes de que su autor tomase posesión como concejal y delegado de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba.

Moreno Calderón, también pianista, conoció y admiró a Rafael Orozco desde niño en una época en que el intérprete era el prototipo de un triunfador. Su tesis parte de la premisa de demostrar con objetividad la trascendencia mundial que tuvo el músico y para ello ha recopilado incansablemente datos que lo demuestran.

Aunque mostró desde pequeño unas dotes fuera de lo común, Rafael Orozco se consagró internacionalmente con veinte años, al ganar el Concurso Internacional de Piano de Leeds en 1966. Desde entonces comenzó a meterse en los estudios de grabación con dos sellos muy prestigiosos: Emi y Philips. «Pollini grababa con Deutsche Grammophon, Ashkenazi con Decca y Orozco lo hizo con Emi», cuenta Moreno Calderón. La segunda prueba son los grandes festivales, citas claves en el calendario de la músca internacional como Edimburgo, Chicago y Osaka donde sólo tienen cabida los mejores intérpretes del mundo. «Toda una generación se crió sabiendo que Rafael Orozco estaba triunfando en todo el mundo».

Ingente material

Para elaborar este trabajo, el autor ha contado con abundante material que perteneció a Rafael Orozco, y que su hermano y su cuñada le entregaron en 2002. Allí figuran programas de conciertos, críticas de periódicos de países de todo el mundo y material de todo tipo que ha ordenado, clasificado y encargado traducir de multitud de lenguas, en un trabajo de varios años.

También se ha valido de testimonios orales de personas que trataron al músico. Es el caso, por ejemplo, de Terry Harrison, que fue su mánager en Londres en una de las épocas más brillantes de su carrera. «Se emocionó al recordarlo y al saber que alguien se interesaba por él», relata Juan Miguel Moreno Calderón.

En aquella época, la capital británica era el centro de la industria discográfica y allí el intérprete cordobés se relacionaba con autores de la talla de Daniel Barenboim y su primera esposa, la violonchelista Jacqueline du Pre, fallecida muy joven.

«En aquella época en Londres había varios conciertos todos los días. El hecho de que cualquiera de los críticos más prestigiosos del momento estuviera en un concierto ya suponía que el intérprete era importante», relata el autor de la tesis. Por aquella época, Rafael Orozco hizo giras por países como Japón, Suráfrica y los Estados Unidos con éxito absoluto y continuó aumentando su discografía.

En los años 70 sobrevino un pequeño bache en su carrera, que coincidió con su mudanza a París, a la selecta orilla izquierda del Sena, y su trabajo con un nuevo mánager, Michel Glotz, que era el agente de María Callas y Herbert von Karajan. «Siguió acudiendo a grandes festivales, pero ya no eran los más importantes», cuenta Moreno Calderón sobre la etapa menos brillante de su carrera.

Resurgió a mediados de los años 80 y en los 90, ya establecido en la romana plaza de la Fontana de Trevi, llegaría su etapa de máxima madurez, con el sello francés Aovidis. «En aquella época publicó un disco con obras de Liszt que se recibió muy bien. Los críticos lo recordaban y celebraban que se recuperara», dice el autor. Ahí llegaría uno de sus hitos. La grabación de la «Iberia» de Isaac Albéniz, en 1992, a la vez su testamento musical, es para muchos especialistas la mejor que se ha realizado de esta complicada obra, cumbre del pianismo español. «La otra gran interpretación de referencia, la más conocida, es la de Alicia de Larrocha, pero para muchos esta versión es superior e insuperable», cuenta Moreno Calderón.

Muchos se preguntaron entonces cómo el pianista cordobés había esperado tanto tiempo para aquella interpretación, y la respuesta, según cuenta el autor de la tesis, es que «no quería que le etiquetasen como un pianista sólo de obras españolas». Aquel disco lo volvió a poner en los grandes circuitos: tocó en La Scala de Milán, en el teatro de los Campos Elíseos de París, en el Concert Gebouw de Amsterdam y en el Victoria Hall de Ginebra.

Justo cuando llegaba a este cénit de su carrera apareció una cruel enfermedad que en los años 90 todavía era sinónimo de muerte segura. Rafael Orozco falleció en Roma el 25 de abril de 1996. Pocos meses antes, en octubre de 1995, había actuado por última vez en su ciudad natal con la Orquesta de Córdoba interpretando el Concierto para Piano y Orquesta de Schumann. La tesis analiza disco por disco una obra que ya es imposible de encontrar en el mercado y considera demostrado, por los escenarios y la repercusión, que Rafael Orozco fue uno de los grandes pianistas del mundo en la segunda mitad del siglo XX.

«La bravura del pianista, de la que fue modelo, es algo que no he visto nunca», afirma Moreno Calderón al hablar de un intérprete que además de la «Iberia» deja una importante integral de los Conciertos para Piano de Rachmaninov, de los Estudios y Scherzos de Chopin y del segundo Concierto para Piano de Prokofiev, obra de mucha dificultad y que «parecía escrita para él».

Además, el trabajo incluye grabaciones inéditas de recitales que realizó por todo el mundo, y que el autor ha recogido a lo largo de los años en su incansalbe trabajo por impedir que el nombre del gran pianista cordobés caiga en el olvido.

Todo por recordarlo, pero también por reflexionar sobre «el drama de los intérpretes». «El compositor deja su obra. Los intérpretes dejan huella, pero después de los discos aparecen nuevas versiones», dice Moreno Calderón.

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