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Betis-Sevilla, la eterna rivalidad

Eterna rivalidad que trasciende para ser la expresión futbolística de la Sevilla dual y barroca

Betis-Sevilla, la eterna rivalidad SERRANO

por daguerre

Antes de que el fútbol español se argentinizara parcialmente en su semántica después de que muchos términos navegaranocéano Atlántico arriba, partiendo desde el estuario del Río de la Plata, y desembarcaran en las costas balompédicas de la Madre Patria, el terreno de juego era simplemente el campo; el guardameta, el portero, y el regate..., pues el regate (y por Sevilla igualmente dar una cacha ). Ahora, el campo es también la cancha, que más bien suena a baloncesto o balonmano; el portero es el arquero, que rememora al tiro con arco; el regate es la gambeta... y los partidos entre el Barcelona y el Real Madrid —los Barça-Madrid de toda la vida de Dios— ya no se llaman así sino el clásico, como si se tratara de un River Plate-Boca Juniors, aunque ahora los Millonarios anden por la Primera B argentina para impagable regocijo de los xeneizes.

(De todos modos, visto lo visto no veo tan desacertado nominar los Barça-Madrid como Clásico porque es ya precisamente un clásico que los culés derroten, y hasta por goleada, a los merengues...)

En España, la denominación de clásico siempre ha evocado a la cultura, en cualquiera de sus manifestaciones. Ahora, y por analogía, también recuerda al fútbol por importación de Hispanoamérica, donde clásico es una competición hípica de importancia que se celebra anualmente; o sea, donde —véase el diccionario de la RAE, y a mí que me registren— se corren las pollas, es decir las apuestas. Asimismo, y ésta por vía británica, la denominación de derbi para hacer referencia a un partido de fútbol entre equipos con especial rivalidad entre sus seguidores procede de la hípica, aunque nunca entenderé qué intención hubo en su momento de comparar a los futbolistas con los yoquis, porque no creo que la voluntad fuera la de hacerlo con los caballos...

Desde hoy, resuelta la oficialmente última jornada de la primera vuelta, y hasta más allá del sábado, fecha del partido, Sevilla vivirá con cinco meses de retraso —huelga de futbolistas en el arranque de la Liga— en torno a la recuperación en Heliópolis —así lo quiso el calendario— de «su» derbi —título que no es de mi agrado aunque lo utilice— del que está ayuna desde febrero de 2009 a causa del segundazo balompedista por un solo gol... que dicen los palanganas que fue precisamente el que les marcó Freddy Kanouté la noche en que las criaturitas ganaron por 1-2 en Nervión, en el último enfrentamiento por ahora entre ambos conjuntos.

Al igual que los Barça-Madrid, con un antagonismo que va más allá de lo meramente futbolero, no es otra cosa ya que el clásico con reiteración de enfrentamientos que ya empieza a provocar cierto hartazgo, los Betis-Sevilla han pasado a ser el derbi y nada más que el derbi, que parece además de una legendaria carrera de caballos inglesa una promoción de la marca de motos que encumbró a Ángel Nieto con sus 12+1 campeonatos del mundo.

Aun aceptada derbi como palabra de compañía en el pelotín en adquisición que no parece presentar fecha de caducidad, los partidos Betis-Sevilla, o viceversa, pues tanto monta, han sido siempre y hasta hace no muchos años simplemente eso, los Betis-Sevilla, los de la eterna rivalidad, tan temidos como esperados y siempre de resultado incierto por mayor que fuera la diferencia de potencial entre uno y otro. Eterna rivalidad sevillana generada hace casi un siglo cuando definitivamente, y tras la fusión en 1914 entre el Sevilla Balompié y el Betis F. C. que gestara Pedro Rodríguez de la Borbolla y Serrano, se configurara el Real Betis Balompié con Don Alfonso XIII como presidente de honor. Con anterioridad, otro Betis, un equipo que se constituyó tras una escisión en el Sevilla Balompié, llegó a fusionarse con el Sevilla F. C., como así atestiguan documentos de aquella heroica época en la que los futbolistas eran considerados unos locos en paños menores dándole patadas a un balón. Eterna rivalidad como no se podrá encontrar en ciudad alguna de España, por más que Madrid tenga al Real y al Atlético, y Barcelona al Barça y al Español. Eterna rivalidad que trasciende para convertirse en la expresión futbolística de la Sevilla dual y barroca. Eterna rivalidad, en fin, con mucha historia, riquísima en acontecimientos y anécdotas, cuya escritura se reanudará el sábado en Heliópolis casi tres años después.

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