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Ramón Rato,el gran apoyo de su hija Patricia

El empresario siempre protegió a su primogénita, más aún durante su divorcio

B. CORTÁZAR

Cuando a Patricia Rato la llamaron en la tarde del pasado sábado, 14 de enero, para anunciarle que su padre acababa de fallecer a causa de un infarto, algo de ella se fue para siempre. Aquel día Patricia se encontraba de cacería en una finca extremeña y tan sólo los amigos que estaban allí saben realmente cómo se quedó cuando le anunciaron el fatal desenlace.

Hacía poco más de un año, mientras se encontraba en pleno proceso para poner fin a su matrimonio con Espartaco, Patricia vivió unos días muy angustiosos cuando a su padre, el empresario gijonés Ramón Rato Figaredo, le operaron de un tumor benigno en la cabeza. No se movió de la habitación del hospital hasta que llegaron las buenas noticias. Ramón, el mayor de los hermanos Rato (entre otros, del presidente de Bankia), superó aquel trance y Patricia por fin respiró tranquila.

Su «niña»

Casado con Felicidad Salazar Simpson, con quien tuvo cuatro hijos (Patricia es la primera, seguida de Aurora, Leticia y Ramón), Ramón Rato siempre tuvo una especial devoción por su hija mayor, su «niña», con quien se entendía de maravilla. La complicidad de padre e hija fue grande, y así se ha demostrado durante todos estos años.

Patricia fue una adolescente con el carácter y la rebeldía propios de la edad, pero siempre contó con un padre bondadoso que supo apoyarla incluso en los peores momentos. Uno de ellos fue en 1991, año en el que Patricia decidió casarse en secreto con el diestro Juan Antonio Ruiz «Espartaco», relación que su familia no entendió en su día y que dio sus frutos meses después, con el nacimiento de la primera hija de la pareja, Alejandra.

Para Felicidad Salazar, la madre de Patricia, fue un disgusto enorme que su primogénita se fuera a vivir al campo y que por un torero dejara su vida acomodada, su educación y sus costumbres. Aunque Espartaco ya era la grandísima figura que todo el mundo conoce, consideraban que el cambio era excesivo. Sin embargo, Patricia Rato siguió su instinto y su corazón, y en ello siempre tuvo muy cerca a un padre al que todo el mundo recuerda por su bondad y su generosidad.

Cuando llegó la paz

Tras su divorcio de Espartaco, Patricia se apoyó aún más en su padre, y también en su tío materno, para poder superar esa crisis y comenzar una nueva vida. Lo más curioso es que en los últimos meses, y después de mucho tiempo de tormenta, la paz había regresado a su vida. De hecho, su padre se encargó de que así fuera. Y ahora que todo estaba encauzado, que la tranquilidad se respiraba en la familia, la muerte del «hombre que más me ha querido en la vida», dice, ha sido un golpe que Patricia Rato aún no sabe cómo podrá superar. Aislada, en compañía de sus más íntimos, se agarra a su fe y a sus recuerdos para salir adelante y acostumbrarse a vivir sin la presencia de su adorado progenitor.

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