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El ocaso de los dioses de la Ópera

La crisis demanda un cambio urgente en el modelo de gestión de espectáculos tradicionales que durante siglos han bebido y vivido del dinero público

SUSANA GAVIÑA

La ópera es un género alumbrado oficialmente bajo los auspicios de la Corte, la italiana en aquel entonces. Nos referimos al encargo y estreno de «Orfeo» de Monteverdi. Desde entonces reyes y nobles han sido los que han pagado por el arte. En épocas más recientes, han sido las administraciones públicas las que han tomado el relevo de dicha responsabilidad, a excepción de países como Estados Unidos, donde nunca existió esta clase de realeza y por tanto se tuvieron que buscar la vida de otra manera.

Sin embargo, Europa mantiene cierto sentimiento de culpabilidad y de miedo a que la cultura desaparezca, consecuencia directa de su falta de compromiso a la hora de cultivar en la sociedad civil la necesidad de co-participar en el proceso creativo. Así el modelo que predica es una combinación de dinero público y aportaciones privadas, en muy diferentes proporciones. Ahora con la crisis es preciso replantear las estrategias y cada uno lo hace a su manera.

Alemania, que tiene fama de ser una «nación cultural» y está orgullosa de ello, presume de su densa y múltiple actividad teatral y musical. Su sistema de gestión y financiación públicas sigue siendo objeto de admiración. Actualmente hay 53 grandes teatros de Ópera con temporada regular y 133 orquestas profesionales financiadas con dinero público, 84 de ellas con dedicación operística, informa Ovidio García Prada.

La actual crisis financiera no incide (aún) significativamente, pues ya hubo cierta contracción con la reunificación del país. En 1990 se inició un proceso de fusiones, reducciones de plantilla, reconversiones estructurales e incluso supresiones. La financiación cultural es competencia de los estados federados y principalmente de los municipios. Entre todos destinan 2.000 millones (0,2 % del total presupuestario nacional) para teatros, orquestas. Así el porcentaje de subvenciones es de los más altos de Europa —un 78% de media—, y el más bajo en dinero recaudado por mecenazgo, alrededor del 1%.

En el Reino Unido, las dos teatros más potentes son la Royal Ópera, que presume de conseguir casi tres libras por cada una que le da el gobierno, auque también tiene las entradas más caras al no estar subvencionada por el gobierno más que en un 31%. Eso sí disfruta de un mecenazgo envidiable, un 20% de sus recursos propios proviene de esta fuente. El doble que la English National Opera (ENO), que consigue sacar buen partido de su presupuesto, algo más de 40 millones de euros, gracias a su política de coproducciones (casi un 70%). Las retransmisiones en cine y las grabaciones son otra fuente de ingresos para estas óperas, en especial la primera, que tiene su propio departamento de producción audiovisual.

En Italia, sin embargo, se sigue mirando al gobierno como el responsable de su acervo cultural, y así lo ha manifestado en repetidas ocasiones Stephane Lissner, intendente de la Scala, que durante los últimos años ha tenido que levantar un déficit de 8 millones de euros. «Un teatro es un bien público con una misión pública. Los grandes países europeos tienen el deber de apoyar su propio patrimonio».

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