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En pijama por la calle

Son las 6 de la tarde de un sábado cualquiera. Las calles del Soho neoyorkino están repletas de paseantes y compradores, muchos de ellos en pijama. Son las 10 de la mañana en el campus de la Universidad de New Haven. Los pasillos, la cafetería e incluso las aulas están llenos de gente, muchos de ellos también en pijama. No es que parezca que se acaban de levantar de la cama y necesitan una ducha. Es que llevan pantalones de franela con estampados de cuadros escoceses. O de algodón con dibujos. Eso sí, acompañados de botas de cordero australiano o con zapatillas de deporte a la última.

En Estados Unidos las nuevas generaciones de niños ya no tienen pesadillas con aparecer en el colegio sin darse cuenta de que siguen en pijama. Ahora sueñan con lucir esa prenda de la última colección de sus marcas favoritas. Y es que la industria de la moda ha aceptado el reto impuesto por la calle. Diseñadores como Dolce & Gabbana o Tommy Hilfiger han comenzado a incluir pijamas en sus colecciones. Tiendas como Abercrombie & Fitch o Pink —la hermana pequeña de Victoria’s Secret— han respondido al incremento de ventas de ropa de «andar por casa» ampliando la oferta. Kate Moss los ha lucido para ir a cenar y la diseñadora Rachel Roy se plantó unos zapatos de tacón y un pijama de dos piezas para el estreno de la película «One Day».

No todos son igual de receptivos con que los jóvenes americanos se salten la norma tácita por la que el pijama ha de reservarse para el descanso y la intimidad del hogar. Uno de sus detractores es Michael Williams, el comisario del distrito de Caddo en Luisiana. «La fibra moral de nuestra comunidad está menguando. Hoy son pantalones de pijama, mañana será la ropa interior», explicó Williams a la prensa norteamericana el día en que anunció que estaba trabajando junto con el fiscal de Caddo para prohibir llevar pantalones de pijama en público. Aunque el proyecto sigue en ciernes y se desconocen detalles como qué tipo de sanción recibirían quienes violen la nueva ley, los vecinos de de otras ciudades de Luisiana temen que suceda lo mismo que en 2007 cuando un distrito prohibió el uso de pantalones caídos y la abolición se extendió a varias ciudades más.

La censura sartorial no es nueva, y tampoco lo es la animadversión a ver pijamas en público. En 2010 un supermercado de Cardiff prohibió a sus clientes entrar sin zapatos o vistiendo pijama, para «evitar ofender o avergonzar a otros clientes», según rezaban los carteles en los accesos al establecimiento. También en 2010, en los albores de la Exposición Universal de Shanghái, las autoridades chinas trataron de erradicar el uso del pijama como ropa de calle mediante una campaña formada por carteles, policías que pedían a la gente que fueran a casa a cambiarse o publicidad con celebridades que desdeñaban el pijama como una vestimenta incivilizada.

El «New York Times» publicó entonces una columna escrita por Gao Yubing, un joven hongkonés que lamentaba que para lavar la imagen del país ante los visitantes occidentales se impidiese a sus conciudadanos mantener una costumbre que, al fin y al cabo, no hace daño a nadie.

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