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De Torrente a Santos Trinidad

Análisis

E. RODRÍGUEZ MARCHANTE

Es milagroso acercarse de un modo tan abrupto a la verdad y, al tiempo, resultar tan simpático, afectuoso y familiar. El ya célebre «monólogo» de Santiago Segura es un magnífico e inexplicable cruce entre la provocación y la cordialidad, con la maldad tan bien medida, pensada y dicha, que su única posibilidad de respuesta es la carcajada.

Todo el mundo coincidía ayer en que el momento Segura fue lo mejor de la ceremonia de los Goya, con lo que habría que nominarlo, ya que no a ganar uno de esos premios, sí al menos y con toda justicia a llevar el título de Gran Salvador del Cine Español, pues no sólo consigue que las cifras de nuestro cine queden convenientemente «maquilladas» gracias al éxito que tienen sus películas, sino que no tiene inconveniente en maquillar también de gracia y talento una ceremonia tan controvertida y menospreciada como la de los Goya.

Pero si lo mejor fue Segura, hubo algo en la esencia de la ceremonia mejor aún que lo mejor, y eso fue que ganara los grandes premios «No habrá paz para los malvados», la película de Enrique Urbizu que, como señaló inteligentemente Segura, mantiene una cierta sintonía con su propia obra. Hasta que llegó el inspector Santos Trinidad, la única encarnación de esa zona sucia de la ley la representaba Torrente, y bien podría decirse que el personaje de Jose Coronado completa en cierto modo al de Segura, y uno es al otro lo que la resaca a la borrachera, como si dijéramos, su versión severa, peligrosa, inquietante, igual de sucia pero rociada con loción para después del afeitado, y con la misma gracia que un sopapo.

Del cuarteto de títulos candidatos al Goya principal, dos de ellos (a mi modo de ver, las dos grandes películas del año) asomaban su jeta desde dos géneros poco propicios para nuestra cinematografía, el policíaco más sombrío y el western más postrero y decadente, el que ganó y el que podría perfectamente haber ganado, «Blackthorn», una aventura llena de hastío y polvareda emocional dirigida por Mateo Gil. Lástima que esta excelente película no haya encontrado todo el público que merecía.

Y un apunte final: por fin se sitúa la Academia en ese terreno mediano donde igual se fija en un sentido que en el otro, y una película que mira directo al ojo del huracán, como «No habrá paz para los malvados», o a su ombligo, como el documental «Escuchando al juez Garzón».

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