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Padilla, verde esperanza

ANDRÉS AMORÓS

OLIVENZA (BADAJOZ)

Hay momentos, en la vida, en los que la fuerza de los sentimientos se impone legítimamente a la razón y hasta al espíritu crítico: así debe ser. Esta tarde, en Olivenza, hemos vivido emociones taurinas y humanas auténticas, sin trampa ni cartón. Reaparece en los ruedos Juan José Padilla, poco más de cuatro meses después de la cornada de Zaragoza: un verdadero milagro. Pero, más allá del gesto torero y de la emoción colectiva, hay que torear. ¿Estará Padilla en condiciones de hacerlo con brillantez? Felizmente, pronto se resuelve la incógnita: corta una oreja a cada uno de sus toros y sale en hombros.

Viste Padilla un traje verde esperanza, con hojas doradas de laurel, que evocan a los héroes clásicos. Desde el primer momento, ni una duda. Recibe al primero con lances rodilla en tierra, que enlaza con verónicas, abriendo el compás, y remata con una excelente media. Quita por delantales, clava tres buenos pares de banderillas. Brinda a los doctores Val-Carreres y García Perla. Conduce bien la embestida del toro, lo empapa en la muleta pero se para demasiado. De cerca, lo desafía, le saca todo lo que lleva dentro y mata con decisión: una oreja. Lo que más importa es la sensación que ha dado de seguridad, de seriedad. Si no fuera por el parche en el ojo, no se imaginaría su percance...

Pasada ya la emoción primera, en el cuarto, noble pero justo de fuerzas, echa toda la carne en el asador: larga de rodillas, verónicas, chicuelinas, media, galleos... Ofrece banderillas a sus dos compañeros: los tres lo hacen brillantemente, en un tercio extraordinario. Con la muleta, el diestro está lanzado, muy «en Padilla»: comienza de rodillas, algo acelerado; se va templando, logra series emocionantes, pasa apuros en un circular, se adorna, rodilla en tierra. Suenan cantes flamencos. Por aclamación, corta una oreja: si no hubiera pinchado, habrían sido dos. En la vuelta al ruedo, besa un puñado de arena y se toca el corazón...

Brindis de sus compañeros

Disculpen Morante y Manzanares, buenos compañeros: el protagonismo, hoy, le corresponde a Padilla. Los dos le brindan su primer toro. La primera faena de Morante es un puro primor de estética sevillana: ayudados por alto, cargando la suerte; derechazos de categoría; doblones. Todo, con torería, con salero, con aroma de buen toreo: merecida oreja.

El quinto es pegajoso, puntea, le pone en apuros. Lo prueba sin éxito y machetea: lo lógico, en ese toro. Mata mal, a paso de banderillas. Pero deja el recuerdo de su preciosa faena.

A Manzanares le tocan dos toros complicados. El tercero es rebrincado; por la izquierda, se para y busca. José María porfía para alargar la embestida. Es una faena de mérito, menos estética que otras suyas. Estocada al encuentro: una oreja.

El sexto, con genio, levanta el caballo de Chocolate, que aguanta bien; Trujillo coloca dos grandes pares; Curro Javier es aplaudido en un magnífico lance. Mejora el toro en la primera serie de muletazos, muy estéticos, pero enseguida protesta, impide la gran faena que se veía venir. Mata a la segunda.

Al final, la gente se lanza al ruedo, para sacar en hombros a Padilla, un torero y un hombre cabal; se van turnando su amigo Adolfo Suárez y sus compañeros matadores: El Juli, Talavante... Es el justo remate de una tarde inolvidable. En la oscuridad, resplandece el vestido verde esperanza de Juan José Padilla: ése es, hoy, su color.

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