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el foto-matón

Entrada al ocaso: Depositen el poder

alberto garcía reyes

Esa puerta, históricamente vergonzante para la política, es una especie de entrada al orco de los sacrificados por la cima del escalafón de la gestión pública. Quien la traspasa, salvo que tenga el plácet de la alta alcurnia seglar, lo hace ya a sabiendas de que tras ella está el báratro en el que reposarán sus diabólicos restos políticos. Pero toda «organización» sabe que a los chivos expiatorios hay que tratarlos bien antes de que crucen ese fielato si no se quiere poner en riesgo la estructura de poder. Y esta vez los grandes señores feudales de Andalucía están demostrando que no sólo carecen de ética, como ha sentenciado la voz dubitativa de la expresidenta de Invercaria. También están exentos de categoría para perpetrar una patraña. Porque al tesorero de la organización no se le puede echar el muerto y dejarlo abandonado a su suerte. Acabará cantando. En esta tierra jonda, concretamente por toná carcelera.

D Francisco Javier Guerrero, a quien el presidente de la Diputación llamó «chorizo y putero» sin haberse leído todavía el informe de la RAE sobre el lenguaje sexista, ha traspasado ese umbral con una idea clara: no comerse solito este marrón. Y si el estipendio que tuvo repartiendo el dinero público de los parados entre empresarios de su cuerda y políticos de su organización era compulsivo, el que ha mostrado a la hora de piar tampoco ha sido precisamente rácano. Guerrero sabía que estaba pillado desde que Antonio Pardal —¿se acuerdan?: el empresario al que le ofreció una ITV para que se fuera de Mercasevilla— decidió abrir su caja fuerte y llevar todos los papeles al juzgado. Eso fue en febrero de 2010. Desde entonces ha tenido todo el tiempo del mundo para armarse ante la traición de sus jefes, que le han negado hasta los elementales cuidados paliativos que merece todo ejecutor a sueldo. Guerrero, lejos de la palinodia, ha disparado de forma certera a la cúpula de la Junta como en

aquellas cacerías de su pueblo, El Pedroso, en las que los señores del cortijo decidían el futuro de los vasallos andaluces mientras contaban las piezas abatidas. Según él, el señor de Sevilla fue José Antonio Viera. El de Jaén, Gaspar Zarrías... En cada provincia había un virrey que repartía las riquezas entre el pueblo para conseguir sus vítores y alabanzas. Y así se sostenía el régimen. Con el diezmo de los siervos desviado a las cloacas del poder. Y con los manijeros de los sindicatos haciéndose pasar por héroes de la lucha obrera mientras se quedaban con las opulentas comisiones que generaba el negocio de las prejubilaciones. Eso es lo que dice Guerrero que hemos tenido los andaluces: un sistema de grandes caciques provinciales que repartían prebendas entre sus agradadores para asegurarse el clamor popular. Relata, de hecho, que recibió órdenes de dar una subvención urgente a una empresa porque a los pocos días iba a ir Chaves a visitarla. A ver qué nombre tiene eso. Porque más

allá del quebranto y la decadencia de Andalucía, detrás de esa puerta que la Justicia le ha puesto al campo andaluz está revelándose el ominoso engaño de quienes nos contaron la fábula del progreso con el mismo ardid del tocomocho. Aprovecharse de nuestros anhelos de libertad y de una causa tan nobilísima como la socialdemocracia para esto es criminalmente abyecto. Esta imagen representa, por tanto, el gran timo. Es la entrada del PSOE al ocaso. Lo dice el cartelito. Ahí, bajo el escáner de la Justicia, es donde van a depositar el poder.

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