Olfato de Policía para un crimen perfecto
Carmen y su hijo «desaparecieron» en 1993. Una investigación demuestra ahora que fueron asesinados

Con la percepción de la realidad demasiado alterada por ficciones que sumergen en un mundo casi mágico , en el que el trabajo y el tesón son sistemáticamente sustituidos por la técnica, daría la impresión de que hablar del olfato de policía es como mentar la radio de galena en el mundo dominado por la tecnología. Pero ocurre que no siempre es la técnica la que lleva a resolver un caso criminal; es más, son muchas las veces que ésta sólo se limita a corroborar lo que otros ponen a sus pies .
Es el caso de la madre y su hijo cuyos cadáveres aparecieron en un pozo de Almonaster la Real al cabo de dieciocho años de una fingida huida que ocultaba un estremecedor asesinato por parte del esposo y padre, un boliviano que culminó sus crímenes con la profanación de al menos uno de los cadáveres .
Dieciocho años de silencio que acabaron desvelados por el olfato de un hombre singular, Ricardo Morente, un policía de aquellos que en su juventud vistieron de gris y que hoy, como veterano miembro del Grupo de Homicidios , ya está a punto de una jubilación forzosa por la edad, a la que va a llegar con la satisfacción de haberle puesto nombre y rostro a un asesino que intentó el crimen perfecto.
Rutina de desaparecidos
De no haber sido por Ricardo, la historia de Carmen Espejo , de 26 años, y de su hijo Antonio, de 10 años, hubiera sido un caso más sin resolver, de esos que, periódicamente, la Dirección General de la Policía recuerda a los Grupos de Homicidios de toda Españaque siguen sin esclarecer en su demarcación.
Este fue uno de ellos.
Técnicamente, la madre y el hijo habían desaparecido en 1993. De ellos no había pista alguna. La única referencia la daba Genaro Ramallo, un supuesto profesor —con academia y sin títulos—, marido y padre de las víctimas, según quien ambos se habían marchado a Madrid, donde ella tenía otro hombre. A él no parecía importarle mucho, porque también él tenía una doble vida: dos mujeres y otros tantos hijos al mismo tiempo… y consentido por ambas.
Su versión, creída o no por la familia de ella, acabó convirtiéndose en una denuncia por desaparición presentada en Sevilla por el padre biológico de la desaparecida , y más tarde ampliada por una tía de la «desaparecida».
Sin demasiado arrope por parte de sus compañeros que no le veían la punta a su encabezonamiento, Ricardo buscó primero en cuantos registros oficiales pudo para ver si Carmen y su hijo habían realizado alguna gestión documental y no encontró ninguna. Habló con el marido, y la respuesta aguzó aún más sus sospechas: ella se había ido a Madrid con otro hombre. Nunca había vuelto a verla, pero sí al niño, varias veces, incluso en Sevilla, dijo. Y habló con la familia. Allí encontró un valioso cabo del que tirar: el padre de Carmen le mostró un folio con la firma de su hija, tomada de una carta que ella, supuestamente, le había mandado a su tía.
La carta, efectivamente, existía…. Pero estaba escrita a máquina, algo que el propio texto justificaba diciendo que estaba «hartita» de escribir a mano. Pero con la firma bastaba. Los expertos en grafología de la Brigada Provincial de Policía Científica no tardaron en certificar que la supuesta firma de la mujer era falsa; no era de ella. ¿De quién entonces?
Aún sacando tiempo de sus días libres, Ricardo viajó numerosas veces a Huelva, donde residía Genaro , y consiguió una muestra de su caligrafía, lo suficiente como para dejar demostrado que la falsa firma la había hecho él. «A partir de ahí, ya estaba seguro de que Genaro los había matado: «No se me quitaba la idea de la cabeza. De manera que intenté ponerme en su lugar , pensar igual que él»
Fue así como Ricardo supo que antes de la desaparición de la madre y su hijo, Genaro había comprado una parcela en Almonaster la Real. Y fue a verla . «Por allí —dice— no pasaban ni los pájaros. Era el lugar ideal para enterrar unos cadáveres».
En ese punto, la investigación había tomado cuerpo, tanto que todo el Grupo de Homicidios , con su jefe a la cabeza, se implicó. Y todos acabaron escarbando en la parcela. Para entonces, Genaro había «volado» de Huelva, pero ese resultaba un problema menor hasta cierto punto, porque estaba controlado .
«Cuando vi la parcela tuve la sospecha de que Genaro había hecho cavar a su mujer y a su hijo sus propias tumbas. Allí había un pozo y una alberca . Y me convencí de que les había dicho que había que ahondar en el pozo para sacar agua y llenar esa especie de piscina. Y ellos lo hicieron, sin saber que el agujero era su destino final», relata.
Pese a todo, antes de abrir el pozo, se buscó en otro sitios de la parcela. En el pozo se escarbó hasta llegar a un metro de profundidad, sin resultado. «Si llegan a decir que no siguen , yo lo hubiera pagado de mi bolsillo , porque estaba seguro de que allí los había enterrado».
La tenacidad de Ricardo, unida a la información que dio un georradar, sirvieron para dar el último empujón. Se empleó entonces una pequeña máquina retroexcavadora que continuó el trabajo manual de los policías . Por poco tiempo, pues apenas había comenzado a descender en el hoyo, extrajo un plástico y parte de una calavera humana, probablemente la de un niño. Poco más tarde eran recuperados dos cadáveres y una bolsa conteniendo jeringuillas y gran cantidad de fármacos tranquilizantes —«suficientes para dormir a un elefante»—.
Los expertos de Policía Científica certificaron días después que se trataba de los restos de Carmen y de su hijo Antonio . La mujer había sido decapitada siguiendo un viejo rito andino a Pachamama, la Madre Tierra, propio de La Paz, donde nació Genaro.
El presunto asesino fue detenido en Francia y extraditado a España. Está en la cárcel de Huelva a la espera de ser juzgado.
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