El tercer tiempo: betis - cádiz
La fortuna castiga al Betis
De nuevo, una mediocre primera parte condena a los de Pellegrini
Un golazo de Guido Rodríguez —de los más serios del equipo, como siempre—

Si en el Villamarín se hubiera asistido a un combate de boxeo, el Betis hubiera sido declarado ganador por puntos. Aunque no haya K.O., uno de los púgiles puede vencer por someter al rival a un acoso y derribo continuado. Pero en el fútbol ... el dominio y las ocasiones no cuentan; solo el gol. El Betis tuvo el doble de posesión y de pases; tiró cuatro veces más a puerta que su rival; y en la segunda parte consiguió meter al Cádiz en su área. Pero los de Pellegrini malograron una decena de oportunidades.
«Mala suerte», alegaba un aficionado resignado, consciente de que los suyos lo habían dado todo en la segunda mitad y que el público se había levantado innumerables veces de los asientos, echándose las manos a la cabeza, al ver cómo el balón salía rozando el poste o el larguero. Sin embargo, también cabe argumentar que el Betis tiró el partido en la primera parte, cuando se mostró apático, espeso, carente de ideas y de voluntad. Después de dos derrotas, y ante tu público, no es lícito saltar al césped con una actitud que no sea la de comerse al rival desde el primer minuto. Las frecuentes imprecisiones en los pases denotaban falta de concentración. Cuando algún centro al área parecía poder inquietar a Ledesma, no había nadie para rematar. Como contra el Rangers, faltó intensidad y sobró desgana durante demasiados minutos.
El Betis es capaz de un juego brillante y lo demuestra cuando quiere. Pero en cada partido sufre de períodos de desconexión —a veces media hora o la mitad del partido— que el rival aprovecha. El Cádiz jugó a que no se jugara, es decir, a que el tiempo transcurriera, adormeciendo el ritmo, mientras esperaba que alguna jugada aislada le sonriera. La estrategia le salió bien. En la única ocasión del primer tiempo marcó.
Los antiguos romanos pensaban que la diosa Fortuna era caprichosa y que, en muchas ocasiones, no era posible dilucidar la lógica de sus designios. Pero, por otra parte, consideraban que los dioses castigaban con el infortunio a los que se habían dormido en los laureles. Cuando el ejército no lograba coronar con éxito una campaña, a pesar de contar con mayor potencial que el enemigo, siempre había algún senador que se preguntaba cómo había que interpretar que no llegara la victoria. No tardaban en aparecer voces que consideraban que, al negarles la gloria, los dioses estaban alertando a los romanos de sus vicios, tales como la indolencia de las tropas o el exceso de confianza. Así pues, cabía sacar una lección cuando Roma no lograba imponerse, con claridad, sobre un enemigo menos poderoso.
La fortuna se alió con el Betis en el primer partido de Liga. E incluso fue justa ante el Atleti y el Rayo. Pero, progresivamente, parece haber abandonado a su suerte al equipo de Pellegrini. Cierto es que a nadie le hubiera extrañado si el Cádiz se vuelve de Sevilla con una manita de goles, como retornó el Betis de Barcelona. Pero no lo es menos que, con sus etapas de desconexión en cada partido, el Betis permite que equipos voluntariosos, pero sin brillantez, como el Glasgow o el Cádiz, saquen resultados por encima de sus expectativas iniciales.
El resultado no siempre hace justicia a lo ocurrido. El empate oculta que Ayoze o Isco pudieron perforar la meta rival en varias ocasiones, y que el Betis fue un auténtico vendaval de juego ofensivo en la segunda parte. Sin embargo, apelar a la mala suerte también encubre la responsabilidad de un equipo que, como ocurrió en Glasgow, solo reacciona tras encajar el gol, como si la fortuna tuviera que despertarles del letargo. Habrá quienes, entre los 56.000 espectadores, clamen contra la «mala pata» o el «mal fario» de los delanteros cara al gol. Pero otros, más críticos, pondrán el énfasis en que esa mala suerte hubiera sido irrelevante si el Betis no hubiera concedido un gol y 45 minutos de desidia.
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