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Crónica de ambiente

El Villamarín lleva al Betis a la gloria copera desde la distancia

Más de 40.000 béticos hicieron de su templo, el mejor coliseo cartujano posible para superar en masa y corazón al Valencia en Sevilla

Un mar de bufandas inundó de principio a fin el estadio Benito Villamarín Rocío Ruz
Ignacio Liaño Bernal

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A Plaza Nueva había que volver. El Betis es el único equipo del mundo que es capaz de llenar dos estadios en poco más de siete kilómetros para una misma final en una sola ciudad que nunca se sabe desapasionada. Una misma emoción a la que se abonan quienes sienten y sentirán en verdiblanco, porque aquí lo que se hereda ya nunca se olvida. Nadie ha abandonado esta corona cuando mendigaba cobre por los peores teatros de España y ahora vive merecidamente en la corte de los grandes campeones mientras sigue dorando sus mayores ambiciones. Campeón. Cómo suena y seguirá sonando. Porque para muchos el Betis es como el primer amor: simplemente llega un día y vives el resto de los que te queden dando gracias por ello. Nadie se hace de él, sino que sencillamente es: viene con él de esa fábrica que son todos los sueños cumplidos. Los de más de 60.000 personas que se repartieron las entrañas y los nervios entre los más de 20.000 que disfrutaron de la final de finales en la Cartuja y las más de 40.000 que poblaron el Benito Villamarín. Y todos esos miles y miles de aficionados que lo disfrutaron desde sus casas.

Esta crónica comienza en la Alameda y termina en el cielo de Sevilla. No puede ser de otra manera. Y todo comienza en el niño: es él quien vuelve a saber años más tarde lo que es un abrazo en un estadio de fútbol. Y este niño no es aquel que antes crecía a base de derrotas. Es éste un niño decididamente triunfal, porque se estira en los años que lleva escuchando cómo su padre se desgañitó en los asientos azules del Vicente Calderón hace ya tantas primaveras. Aquello apenas lo recuerda su hermano el grande, que no se separó del pecho de su madre en aquel viaje con destino a la gloria. Estos son los secretos mejores guardados que tienen las capitales: hay ríos de plata que plata traen y hay que saber pescarla en el momento idóneo con la caña de las más limpias vitrinas. Ya sea por el Manzanares o por el Guadalquivir. Es el niño la viva imagen de la inocencia más pura en verdiblanco, y es su abuelo quien recuerda los vivas que entonó por la de 1977, ahora que la familia recuerda que era él el único de la familia que iba al Villamarín cuando el equipo estaba en Segunda. Y ahora es un asiento vacío -nada menos, nada más-, que ni el mejor gol del Betis puede ya rellenar.

Los béticos vibraron cada segundo con una final para la historia Rocío Ruz

Niños, digo. El Betis es el resultado definitivo de todas las familias que suman a favor de Heliópolis. Que aprietan, alientan y animan: suyo es el amor, y suyas inevitablemente las amistades que surgen entorno a las trece barras, que al final no han sido tanta condena. «Betis, Alé, Real Betis Balompié…» cantaron y cantaron entre Hércules y Julio César. Niños con tambores formando la cofradía más deportiva que existe. Sosteniendo bufandas que nunca rachean y ondeando banderas que peinan nubes mientras pensaban cuántas bengalas podría rodear el autobús de su equipo atravesando la siguiente esquina. La vida va de la esperanza que da ver pasar a los campeones sintiéndose ya campeones antes del juego y golpeteando los cristales. En ese traslado hasta la Cartuja se quedan muchas personas: la cruz que forma ese puente que es el abrazo horizontal que la ciudad le da en su abrazo a quienes ya no están.

Como un domingo de Betis

«Tienes que ganar la Copa, a Plaza Nueva hay que volver» , vociferaban todos los que iban llegando al templo de los domingos al final de la Palmera. Jamás fue tan larga una avenida. Y volvió a repetirse el rito de rodear el feudo buscando algo de cenar para entrar temprano, el beso de esas nuevas madres calentando las mejillas que tampoco son rojas. Uno comprende con semejantes escenas que el fútbol le debía una a toda esta gente que se busca con la mirada como Fekir busca cada hilo de un balón hecho de reglamento. El Betis organizó un espectáculo musical con las actuaciones de Nolasco, Barbé y Saavedra, que fueron templando las últimas miradas al techo abierto del Villamarín antes del gran inicio. Tronó, cómo no, el himno del Betis, que reverberó como nunca por todo el graderío y ya sí, con el nacional por bandera, ya era la hora de la verdad.

Justo la hora de conocer el silencio. El de más 40.000 almas que se consumió en el vacío cuando Héctor Bellerín perfiló su parábola y Borja Iglesias gravitó entre todos nosotros. Diecisiete años esperó el Benito Villamarín para rasgarse todas las cuerdas de semejante guitarra. Que hagan del corazón del bético una guitarra, escribiría el maestro Manuel Alcántara. Álex Moreno servía desde la banda de la izquierda de la Cartuja y parecía rematar al segundo palo el propio Villamarín y no Juanmi. «¡Uyyyyy!», entonó el recinto. Nadie podía creerse la vaselina de Hugo Duro que heló el abril a pocos kilómetros de donde sucedía todo. Muchas personas miraron con los ojos abrochados el disparo de Canales que acabó en la madera. ¿Cómo podía no ser? Siendo como fueron los aplausos a Joaquín cuando salió a calentar. La leyenda. A eso que Hugo Duro olía el segundo. «¡Vamos Betis, campeón, campeón, campeón!», sonaba en la pantalla. Y se contagiaba el Villamarín, que volvía a lamentar otra ocasión clarísima de Juanmi. Y ese uf hecho chut de Canales. ¿Y otro palo? ¿Juanmi? No podía ser. ¡Fekir! «Sí, sí, sí, que bote el Villamarín». Prórroga. Penaltis. Miranda. Para siempre Miranda. Un hombre con lágrimas de niño que ha devuelto, y así será para siempre, la sonrisa a todos los que merecían volver a sonreír.

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