El Betis va bien, «no corré»
No es dudoso que el Betis, como decía aquel, va bien, pero este camino es largo, larguísimo

El camino es tan largo que nunca se acaba. No existe una meta final a la que llegar. Después de cada hito siempre cabe otro, y otro, y otro más, y nunca es suficiente con lo conseguido ni bastante la estimación alcanzada. Cuando ... un equipo entra en su particular círculo virtuoso y empieza a crecer, el mayor peligro es querer ir más rápido de lo debido, que es lo que suele pedir el cuerpo y lo que peligrosamente suelen demandar muchas aficiones. Más y más. Siempre se puede volar más alto, ganar algo que falta, tener mejores jugadores, instalaciones más modernas, una imagen más cara, una reputación más internacionalizada. Parece que no se termina jamás de ser grande —y ahí tienen las crisis que periódicamente sacuden a los clubes más potentes—, entendiéndose además la grandeza en cada caso, que este es otro mal de altura, o el síndrome del nuevo rico: estar como nunca y quejarse como siempre, en este caso porque no se le considere a uno como a otros. Perder la humildad, alejarse de las raíces.
En la carrera por ser mejor club, por tener mejor equipo, por ser más competitivo, en definitiva, no hay que querer ser otro, ni parecerse a otro, ni comportarse como otro. Los otros son los otros, y en cada casa se libra su guerra y el que la lleva la entiende. No. Hay que ser fiel a lo que uno es, sobre todo cuando a uno lo contemplan más de cien años de historia y más aún cuando uno se distingue de todos los demás en su esencia y en su idiosincrasia. Seguramente no será esta la opinión más compartida, lo comprendo, pero los hechos no admiten réplica: cada vez que un club pretende sentarse a la mesa de sus admirados antes de tiempo y en lugar de llamar a la puerta la golpea, ahí se queda. Nadie puede ser el Real Madrid más que el Real Madrid. Nadie puede ser el Bayern de Munich más que el Bayern de Munich. Quien aspire a ser verdadera competencia para ellos tiene que hacerlo con la humildad que corresponde a la tarea, manteniéndose fiel a su ser y a su gente y fijándose en todas las cosas que hay que aprender de ellos, que son muchas y no es común reconocerlo. Van por mal camino quienes creen que el éxito de los clubes más grandes descansa en las ayudas arbitrales, por ejemplo. Esto es de acomplejados. Ignorar la dimensión de los grandes referentes es un hándicap insalvable, el lastre más pesado que cualquiera puede cargar en este camino largo que hay que recorrer para subir de nivel.
La importancia de la tendencia
Los clubes grandes lo son por muchas razones: historia, apoyo social, capacidad para generar recursos, influencia, etcétera. Pero sobre todo es que tienden a serlo. Es decir, salen de las crisis, sean cortas o largas, y siguen siendo grandes. O vuelven a serlo. Por no hablar de ejemplos locales con los que cada uno tiene sus ideas y sus prejuicios —siempre los prejuicios—, podemos citar como referencia de esto al Ajax de Amsterdam, un club que por su propia filosofía, que es formar y vender talento, vive permanentemente con altibajos, y de hecho hace un cuarto de siglo que no gana la Liga de Campeones. Sin embargo su nombre está casado con la excelencia y con la calidad, y nadie tiene la menor duda de que igual que en un momento puede parecer venido a menos, más pronto que tarde resurgirá y estará en el nivel más alto. De casos contrarios, esos que podemos llamar «flor de un día», está este universo lleno. Quizá los aficionados más jóvenes no puedan valorarlo como quienes llevan más años de fútbol encima, pero el caso del Deportivo de La Coruña viene a la cabeza rápidamente si hablamos de esto. Hubo un momento en el que ya pareció que el club gallego iba a conseguir la proeza de instalarse definitivamente en el olimpo del balompié nacional e incluso internacional. Es más, hubo quien pensó que lo había conseguido. Y hubo quien lo dijo, y quien lo escribió. Pero justo entonces, cuando parecía que había dado de sí y aflojaron un poco las fuerzas que tiraban de sus dos extremos, el elástico coruñés se contrajo a una velocidad de vértigo y volvió a su ser inicial. Y cuando esto ocurre es frecuente además que el castillo de naipes se caiga entero y quede hecho ruinas, peor que en el inicio.
Más. Ya hay quien pone en duda al «Cholo» Simeone porque ha perdido cinco partidos seguidos, pero lo cierto es que el argentino lleva diez años mejorando al Atlético de Madrid repitiendo todos los días, y esto es literal, que su aspiración es caminar paso a paso y transitar por las competiciones partido a partido. Llegó un día que todo el mundo se cansó de oírle decir eso y algunos empezaron a acusarle de falsa modestia. Pero el tipo continuó con su mismo discurso, y de alguna manera se las ingenió para que todos sus jugadores, en un equipo que por su forma de entender las cosas viene exhibiendo una rotación de plantilla altísima, defienden el mensaje al unísono, sin notas discordantes. Hasta los recién llegados dicen que hay que ir partido a partido en cuanto les ponen un micrófono delante. Pero es que esta es la verdad.
Mejorar sin prisa es mejorar de verdad
Caminar paso a paso es rehacerse como si nada a tres derrotas seguidas —una de ellas con el eterno rival— con nueve goles en contra y cero a favor. Superarse a sí mismo es empezar poco a poco a competir con los equipos que te vapuleaban, y de pronto comenzar a ganarles. Es llegar a los polvorones, primera frontera histórica del fracaso de los entrenadores, como tercero en la Liga cuando dos días antes uno era habitante de la tierra de nadie y gracias. Crecer es adelantarse a los acontecimientos y ampliar el contrato de Sergio Canales para que todo el mundo esté tranquilo y el cántabro se sienta más en su casa que en su casa. Y luego alargar también el vínculo con Manuel Pellegrini , para que tenga tres años más para seguir con su proyecto de ingeniería que deje a su marcha, ojalá que dentro de mucho, una obra sólida y perdurable en el tiempo. Solamente hay que ver cómo se comunica el Betis, cómo orquesta la puesta en escena de sus noticias o cómo se está ensanchando, abarcando lo que antes parecía quimera —el equipo femenino, el de baloncesto, la fundación…— para saber a ciencia cierta que su realidad es de evolución y mejora. Sólo hay que acercarse a sus oficinas y a sus instalaciones para palpar que el pasado cercano está muy lejos, y para entender perfectamente a qué nos referíamos muchos en su momento, hace quince y veinte años cuando decíamos que el club no tenía estructuras para soportar un éxito deportivo logrado a golpe de talonario y que, en efecto, fue cosa efímera. No es dudoso que el Betis, como decía aquel, va bien, pero este camino es largo, larguísimo, y si en la empresa el triunfo lleva mucho tiempo de esfuerzo y de hacer las cosas bien y el fracaso y la destrucción sólo necesitan de un rato para abrirse paso, en el fútbol no digamos. Todo lo que cuesta años construir se viene abajo en un suspiro, por lo que nunca hay que creerse lo que uno no es y menos querer ser otro, como jamás hay que pensar que ya está todo hecho y en ningún caso hay que poner la cabeza más lejos que en el presente inmediato si no es para planificar un crecimiento sostenido y acorde con la dimensión que se reconoce. Y, sobre todo, nunca hay que perder las raíces, la idiosincrasia, la esencia, la personalidad. El contacto con los béticos, el espíritu que diferencia del resto a esta entidad y lo que significa, en casa y fuera. El Real Betis, sin entrar en cuestiones políticas, está en un carril de aceleración y quien no lo vea tiene un problema de contacto con la realidad. Pero esto no ha hecho más que empezar y la exigencia tiene que ser constante pero mesurada, y sobre todo construida sobre el apoyo. Se exige pero se apoya. Otra cosa no vale.
El éxito no es más que mejorar. Todo el tiempo. Y volver a hacerlo después de cualquier paso atrás, después de cualquier crisis. Superarse, ser mejores que ayer, que la temporada anterior... Saber que todos los partidos son importantes, y el único que debe ocupar y preocupar es el próximo, porque las crisis más grandes comienzan con una derrota menor. Y de pronto, lo demás irá llegando. En eso, por fin, está ahora mismo el Betis. No lo desperdiciemos. Hay que disfrutar y hay que empujar. Ir partido a partido es en Sevilla «no corré». De esto se trata. De seguir al capataz, ahora capataz hasta 2025, y hacerle caso. Armonía, paso corto pero firme y, sobre todo, «no corré». Así, siempre que sea «tos por iguá», eso sí, seguiremos yendo bien. Y hasta el infinito y más allá. Feliz 2022.
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