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Sin pisar la arena

El Palmar, un frágil paraíso repleto de encantos

La playa de Vejer resiste en su enorme pureza y, del retinto a la música en directo, ofrece mucho más que baños y surf

Puesta de sol en El Palmar, un placer para los sentidos E. B.

Eduardo Barba

Defendiendo con uñas y dientes, y ante las enormes dificultades de nuestros tiempos, su carácter alternativo, salvaje y sin la generalizada invasión urbanística, el espléndido arenal atlántico que conforma la gaditana playa de El Palmar mantiene en buena medida intactos sus encantos; esos que la han convertido en uno de los destinos veraniegos más de moda en los últimos años.

Los focos están cada vez más puestos en este tramo semivirgen del litoral del municipio de Vejer de la Frontera , al que las redes sociales disparan cada diez segundos, pero ser trending topic conlleva no sólo buena fama y espléndidas fotografías sino que también hace peligrar ese fabuloso y frágil equilibrio que la hace única . ¿Hasta qué punto es bueno el auge de El Palmar? ¿En qué medida supone un riesgo? Sus encantos, incluso más allá de la propia arena, son muchos, como aquí se va a repasar. Pero como diría Francisco, un viejo hortelano de estas latitudes que siembra las mejores patatas del planeta, «si ustedes no quieren venir, no vengan, no pasa nada. Casi mejor». Que ni el viento la toque.

Precisamente esa fuerza del aire y su consiguiente oleaje han generado uno de los principales reclamos de esta enorme playa, el surf y todos sus derivados, que más allá de la propia práctica ha dibujado la fisonomía de la costa entre la Torre Nueva (el único hito histórico-urbanístico de la playa) y la playa de la Mangueta, la que conecta El Palmar con Zahora. En ese espacio, junto a la pequeña carretera que separa las dunas y la espuma del mar del puntillismo urbano (un eufemismo para no tener que mencionar el sinfín de pequeñas construcciones ilegales o alegales) que da soporte a la geografía humana se asientan un buen puñado de clubes de surf y de bares de copas y campings muy vinculados a esta actividad que han dado a esta parte de la costa buena parte de su repunte, especialmente entre la gente más joven.

Música, tapas, bebidas, ambiente y las insuperables puestas de sol palmareñas reúnen a multitud de fieles en algunos de los templos de referencia, como El Dorado, El Gran Babá, Aloha o el Sureste (paradójico nombre en plena costa suroeste andaluza), con actuaciones en directo y DJ´s pinchando las últimas novedades del verano. El Palmar más canalla y joven, que tiene fuera de la arena una actividad frenética de aire surfero y alternativo. Eso sí, «si ustedes no quieren venir, no vengan, no pasa nada. Casi mejor». Cosas del equilibrio y la masificación.

Intercalados entre esos bares y pubs de la zona más sureña de la playa han crecido también varios mercadillos artesanos de primer nivel y con productos que merecen la pena muy alejados de lo que puede encontrarse en un centro comercial. Se trabaja el cuero, el metal, la tela, el vidrio… Pero también se hacen masajes, se dibujan tatuajes o se diseñan carteles de recuerdo. El Nómada, a modo de jaima, o el Baraka, destacan por su calzado, sus ropas y la artesanía en pieles. Tienen, además, espacios para el entretenimiento infantil y heladerías artesanas. Todo muy alternativo y, como dicen ahora, sostenible . Pero «si no quieren venir, no vengan. Casi mejor».

El auge de esta playa ha conllevado, como no podía ser de otra forma, que se suba también a la inmensa ola de la gastronomía como experiencia y polo de atracción, con el inevitable atún y la estupenda ternera de retinto como puntales de una cocina con una creciente presencia de las vanguardias. A los más clásicos del lugar como El Alférez, Casa Francisco o Casa Juan, en la misma embocadura de la única carretera que conecta la playa con la antigua nacional y con un nivel muy alto de calidad que se mantiene año a año, van ganando peso específico otros establecimientos con aires más vanguardistas como La Torre, con una carta muy renovada, La Dolce Vita y su memorable horno de leña con aires de Gaudí, El Acebuche, Al-Zocaire o Nacarum. Para quienes quieran ir, claro. Y «si no quieren venir...».

Como complemento perfecto se mantienen las ventas y bares más típicos de estos lares, sin más alarde que el apoteósico sabor de los productos de la tierra y de la cocina de siempre, entre manteles de papel y platitos de aceitunas pese a no renunciar a los pescados de primera. Ahí están Piñero, Molina, El Morito o El Cortijiyo, la vieja cabaña y negocio familiar que hace, literal y metafóricamente, de mascarón de proa de El Palmar con sus platos repletos de sabor y sin la más mínima alharaca. Aunque ya saben, «si no quieren venir, no vengan. Casi mejor».

El «otro» Palmar

Hay, por otra parte, un Palmar diferente, más familiar y tranquilo , en el tramo norte, de la Torre Nueva al final del límite municipal con Conil (que marca el arroyo Conilete). Como en Corea, al norte todo es muy distinto y mantiene un aspecto y un modo de vida más tradicional, de veraneo añejo, auténtico y sin música repetitiva de fondo. Que, además, posee también interesantes alternativas al propio baño en la playa.

En todo este tramo, de hecho, está prohibida la práctica del surf y sus ramificaciones, con l o que el inmenso arenal ya con dunas más altas dibujan en esta parte septentrional un escenario más puro, calmado e idílico. En el que varias empresas, además, ofrecen actividades vinculadas al disfrute del entorno natural, como rutas en bicicleta o también a caballo hasta llegar al propio Conil. Alguna otra está ofreciendo ya también yoga al aire libre.

Las rutas de senderismo entre palmitos y vacas completan el panorama de actividades sin contar, eso sí, con la visita al propio núcleo urbano de Vejer , a varios kilómetros y dominando toda la comarca de La Janda desde lo alto de la montaña donde se asienta, donde la riqueza cultural, monumental, histórica y gastronómica dan para un capítulo aparte. Con todo, si no quieren ir, no vayan. «Casi mejor». El equilibrio resultará más sencillo.

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