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EL PULSO DEL PLANETA

La Brasilia islámica

La Brasilia islámica P . M. DÍEZ

PABLO M. DÍEZ

Construida para albergar al Gobierno y descongestionar Kuala Lumpur, la monumental Putrajaya refleja el renacer musulmán en Malasia

Aunque Kuala Lumpur sigue siendo la capital de Malasia y su principal centro comercial y financiero, su verdadero corazón político es Putrajaya. Menos el Parlamento, todas las sedes administrativas del Gobierno se ubican en esta ciudad construida a 25 kilómetros de Kuala Lumpur con el único, y por cierto fallido, objetivo de sustituir a la congestionada y caótica capital.

Siguiendo el ejemplo de Brasilia, Putrajaya nació gracias al ex primer ministro Mahathir Mohamad, que gobernó entre 1981 y 2003. Empeñado en modernizar Malasia para convertirla en una potencia regional con el dinero del petróleo, la madera, el caucho y el aceite de palmera, Mahathir impulsó durante su largo mandato este faraónico proyecto bautizado en honor del padre de la independencia, Abdul Rahman Putra.

Con una inversión superior a los 6.300 millones de euros, las obras comenzaron en 1995 y los primeros 300 funcionarios se trasladaron a la oficina del primer ministro en 1999. El resto llegó en 2005. El resultado: una ciudad de casi 50 kilómetros cuadrados con un 40 por ciento de zonas verdes y plagada de sorprendentes edificios de estilo musulmán, tan sobrios como fríos. Al contrario que en Kuala Lumpur, donde destacan sobresalientes muestras del estilo colonial británico con influencia mora importado de la India, en Putrajaya se aprecia el renacer islámico de Malasia, un país con 28 millones de habitantes donde el 60 por ciento son musulmanes de etnia malaya.

Como en Teherán o Bagdad, en su horizonte urbano sobresalen las típicas cúpulas bulbosas que se asemejan a una cebolla y fueron inmortalizadas por la arquitectura del imperio mogol de la India en templos como el Taj Mahal. Así se aprecia en el palacio del primer ministro, que preside un enorme lago artificial de 400 hectáreas cruzado por futuristas puentes de diseño.

En su orilla se levanta la mezquita principal de Putrajaya, famosa por su cúpula de granito rosa y con capacidad para albergar a 15.000 fieles. Desde la contigua plaza circular de 300 metros cuadrados parte el puente Putra, una copia del famoso puente Khaju de Isfashan, en Irán, cuyos 435 metros de longitud sortean el lago y conectan con la avenida Persiaran Perdana. Este bulevar de 4,2 kilómetros y cien metros de ancho es el eje principal de Putrajaya, donde se levantan cinco grandes plazas y recintos emblemáticos como el Palacio de Justicia, que acoge el Tribunal de la «Sharía» (ley islámica) vigente para los musulmanes, o la vanguardista mezquita de acero, sacada de una película de ciencia-ficción.

Al final del paseo, y tras cruzar los 240 metros del puente Seri Gemilang, adaptación arabesca del puente de Alejandro III de París, aparece el Centro Internacional de Convenciones, un edificio circular con doble cúpula que parece la cabeza de un búho. En medio de toda esta arquitectura «kitsch», que podría servir de escenario contemporáneo para los cuentos de «Las mil y una noches», no faltan grandes centros comerciales. Pero lo que realmente se echa en falta en Putrajaya es la vida, ya que se trata de una ciudad fantasma donde apenas residen unas 70.000 personas y por cuyas calles solo transitan las funcionarias del Gobierno, ataviadas con velos de colores y el tradicional pañuelo islámico. Tratándose de algo tan humano como las ciudades, una cosa es crear por decreto un distrito administrativo y otra muy distinta sustituir la capital de un país.

La Brasilia islámica

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