CÓRDOBA ENTRE LÍNEAS
Antonio Prieto: «Jesucristo tiene que ser mejor presentado para ser mejor acogido»
El obispo electo de Alcalá de Henares dejó la carrera de Medicina cuando sintió el flechazo de la llamada y decidió convertirse en sacerdote para los jóvenes de su tiempo
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Su sueño era ser cura de pueblo y está a menos de un mes de tomar posesión como obispo de Alcalá de Henares. Antonio Prieto (La Rambla, 1974) sintió la vocación cuando empezó a estudiar Medicina en Córdoba en 1992, carrera que eligió por influencia de su hermano mayor, que ya había avanzado en la titulación de doctor.
—La llamada existe entonces.
—Sí. La llamada existe.
—¿Y es un flechazo o algo progresivo? ¿Cómo la vivió usted?
—En mi caso fue el querer ser como el párroco de mi pueblo. Él me formó muy bien, porque a los jóvenes que estábamos en la parroquia nos enseñó los fundamentos de la vida cristiana, la dimensión de la oración, de la ayuda a los más necesitados, así como la dimensión comunitaria de la fe, porque no se puede ser cristiano uno solo, sino perteneciendo a un grupo de la parroquia. Me fue entusiasmando con la vida cristiana en general y con ser sacerdote en cuanto servidor de la comunidad cristiana y de la sociedad en general. Y creo que en mí había también un deseo grande de querer ayudar a los demás, sobre todo a los jóvenes, a que entendieran la fe con un lenguaje nuevo, de tal manera que yo pudiera ser un sacerdote nuevo para los jóvenes de mi tiempo, y aportar mi granito de arena para que la sociedad fuese un poquito mejor de como yo me la encontré.
—¿La vida le ha llevado por un camino distinto al que usted tenía pensado?
—Sí... Sin duda: siempre pensé que quería ser cura de pueblo. Lo pasa es que después de mi etapa en el Seminario el primer destino fue Roma, donde estuve cuatro años estudiando. No era lo que yo esperaba, aunque luego fuera un enriquecimiento enorme. Y después volví al Seminario, donde estuve catorce años como formador, primero como vicerrector y luego como rector. Yo veía ya que el horizonte de la parroquia quedaba cada vez más lejos. Me alegro de haber podido ser el párroco de San Miguel en los últimos cinco años.
—¿No le resulta contradictorio que le llegase la vocación inmerso en los estudios de Medicina, ciencia pura?
—A mí la ciencia nunca me ha separado de Dios, sino que me ha ayudado siempre a estar más cerca. Desde que era adolescente, y luego joven, mi inquietud por la ciencia era siempre mayor que por las letras. Me interesaban sobre todo las cuestiones relacionadas con el origen del Universo, la Física, la Química, así como la rama biosanitaria. Si uno tiene una mirada abierta, cuanto más conoce los misterios de la ciencia más te aproximas a Dios.
—¿La fe hace mejores a los seres humanos?
—Yo creo que sí. A mí me hizo muy bien en mi vida. No entendería mi vida sin la fe. Y la clave está en tener una buena formación: yo veía que muchos jóvenes de mi edad tenían un conocimiento de la fe y la Iglesia que no era exacto; a veces estaba lleno de prejuicios, otras veces de informaciones sesgadas. Y también había un lenguaje antiguo que era necesario traducir al hombre de hoy. Creo que la figura de Jesucristo, de la Iglesia tienen que ser mejor presentados para ser mejor acogidos.

—El Papa Francisco contribuye mucho a eso mismo, a comunicar la fe de una manera coloquial, ¿no cree?
—Para mí, el Papa es un regalo de Dios para la Iglesia: él es el Papa que necesitaba la Iglesia en este momento. Está consiguiendo que expresiones suyas se divulguen de una manera enorme, y creo que sus gestos comunican más que sus palabras. 'Iglesia en salida', 'globalización de la indiferencia', 'santos de la puerta de lado' son expresiones suyas muy felices que ayudan a que el hombre de ahora comprenda lo que no lo haría de otra manera.
—El Papa le pidió en Roma hace unas semanas que fuera «un buen pastor» en su nuevo destino.
—Exactamente. El Papa conoce bien Alcalá de Henares, donde estuvo seis meses; los jesuitas tienen un periodo de formación muy largo, y la última parte se llama Tercera Aprobación, y a él lo destinaron allí para culminarla. Me lo dijo con mucho interés: 'Cuida a los sacerdotes', 'cuida la catequesis', 'sé un buen pastor para tu pueblo'. El lema que he escogido es 'para que tengan vida', que es del capítulo décimo de San Juan, el evangelio del Buen Pastor, porque me parece que a veces a fe se reduce a una ideología o a un sistema ético, y creo que nos falta ver la vida cristiana como una vida efectivamente, una vida que se recibe en la amistad con Cristo a través de los sacramentos y que se comparte en una Comunión de la familia de la Iglesia, y que luego se testimonia, que no se impone a nadie. Más que una ideología en un mundo plural en el que hay muchas opiniones, se trata de una vida que testimonia. Me da mucha alegría que el Papa conozca la Diócesis a la que me envía.
«El Santo Padre es un regalo de Dios para la Iglesia: sus gestos comunican más que sus palabras»
—Alcalá de Henares es una demarcación eclesiástica joven, y con un perfil muy de familias y de la fe en ellas. Este hecho coincide con su trayectoria. ¿Le hace sentir cómodo?
—Tengo mucha ilusión. Es una Diócesis joven pero que tiene una historia que hunde sus raíces en el siglo IV, y que ha pasado por muchas vicisitudes, porque ha estado unida durante mucho tiempo a la Archidiócesis de Toledo, después a la de Madrid y finalmente, desde 1991, funciona como diócesis propia, y además crece cada año en población y que cuenta con un clero muy joven. Por delante hay muchos retos: es muy urbana, cuando yo estoy acostumbrado a una diócesis más bien rural, por lo que tendré que hacerme a otro modo de ver la vida. A los atascos, por ejemplo. (Risas). Son parroquias muy grandes, no hay pueblos pequeños...
—Usted va a hacer el viaje inverso al del obispo de Córdoba: monseñor Fernández venía de la España interior y se tuvo que adaptar a Andalucía.
—Me dicen que de las tres diócesis de Madrid [a la de la capital y Alcalá de Henares se suma Getafe], a la que voy es la que tiene más raíces de religiosidad popular. En los pueblos aún quedan cofradías y hermandades, fiestas patronales... Y es verdad que ya estoy recibiendo cartas para invitarme a cultos de hermandades penitenciales. Pero, claro, la religiosidad popular no está tan desarrollada como aquí, así que tendré que conocer la diócesis y ver qué está haciendo allí el espíritu santo, que nos precede. Un obispo, al final, lo que tiene que hacer es animar, estimular, porque la diócesis ya está montada: la misión es que siga madurando.

—Pertenece a la fructífera cantera de la Diócesis de Córdoba: es el cuarto obispo que sale de ella en pocos años.
—Sí... Para la Diócesis es una alegría que el Santo Padre tenga su mirada puesta en ella para elegir a obispos que tengan que servir a otras diócesis. Es un motivo de satisfacción. También es una gran responsabilidad, que yo estoy viviendo con temor y temblor, porque me veo joven y quizás inexperto. Yo lo vivo con mucha ilusión y con la confianza puesta en el Señor.
—Como responsable del Seminario durante bastantes años, ¿cree que hay una crisis de vocaciones?
—No de vocaciones, sino de respuestas. Porque el Señor sigue llamando, lo que pasa es que hay mucho ruido ambiental, y Dios, como no quiere forzar la libertad de nadie, pues su llamada necesita unas ciertas condiciones para ser escuchada y para ser atendida, y quizás ahí es donde debemos trabajar, sobre todo con los jóvenes, para que se pregunten si no están recibiendo esa llamada para prestar un mayor servicio a la Iglesia y a la sociedad. Cuando uno recibe la vocación se le complica la vida, pero también te hace inmensamente feliz: para mí ha sido el mayor que he recibido. La vocación suele ser como encontrarse con un tesoro. Es tan atractivo lo que uno recibe que las renuncias se notan menos.
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