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REPORTAJE

Británicos que quieren vivir como españoles en Iznájar

Los extranjeros en suponen el 15% de la población de la localidad de la Subbética, la mayoría de ellos británicos

La pandemia reduce un 7% la población extranjera en Córdoba entre 2020 y 2021

Joy, Susan y David bromean en un mirador de Iznájar con el embalse al fondo VALERIO MERINO
Rafa Verdú

Rafa Verdú

Iznájar

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Los escritores románticos del siglo XIX pintaron una imagen de España, y sobre todo de Andalucía, de la que aún perviven no pocos tópicos. Era ésta una tierra exótica, oriental por su pasado árabe, anclada en sus tradiciones, el folklore y la religión. Un país de gente tosca, a veces embrutecida, aunque no exenta de nobleza. En resumidas cuentas, un lugar curioso que había que visitar. Y así lo hicieron grandes viajeros como Lord Byron, Washington Irving, Prosper Mérimée o Charles Clifford.

Dos siglos después nos siguen visitando extranjeros, al ritmo de más de 80 millones de personas al año (antes del Covid), casi el doble de la población local. España fascina en el extranjero y eso ha convertido al país en una potencia turística. También en un buen lugar para quedarse a vivir, como ocurre con la comunidad británica de Iznájar, que no eligió este recóndito lugar por casualidad. Y no son pocos. Oficialmente, en este municipio residen 568 extranjeros sobre una población de 4.106 almas. La mayoría de ellos, un 72 por ciento, son británicos. En su conjunto, la población foránea supone el 15 por ciento del total, lo que convierte a Iznájar en el pueblo más cosmopolita de la provincia de Córdoba.

Los motivos del traslado

Para conocer mejor los motivos que han movido a cientos de ingleses a instalarse en la Subbética, ABC ha entrevistado a un grupo variado de residentes británicos en Iznájar. Están David y Susan Frank, un matrimonio de jubilados que llevan casi seis años habitando en una aldea; Matty Bradley, la más veterana del lugar con dos décadas en una casa en la montaña con vistas al pantano; Sarah Jayne Jones, que lleva dos años con una pequeña tienda de ropa y complementos montada junto a una amiga holandesa (otro signo del cosmopolitismo de Iznájar); y Joy Muir, que regenta una casa rural en la pequeña aldea de Fuente del Conde desde hace cuatro años y medio.

Una de las vecinas británicas de la localidad del Sur de la provincia VALERIO MERINO

Todos ellos se sienten integrados y hay pequeños gestos inconscientes que lo demuestran. David, por ejemplo, pronuncia su nombre en español, no en inglés aunque la grafía es la misma; su mujer Susan se refiere en ocasiones a los británicos en tercera persona; y la dicharachera Joy, que hace honor a su nombre —significa «alegría» en inglés—, conduce con desparpajo por unas calles con ángulos imposibles en vertical y horizontal para cualquier chófer que no conozca Iznájar. Su coche tiene el volante a la derecha, uno de los pocos signos que delata el origen de este grupo. «Es que en el Reino Unido los coches de segunda mano son mucho más baratos que aquí», explica David.

El andaluz, imposible

Otro aspecto, inevitable en este caso, revela su procedencia británica: el acento. Casi todos hablan con más o menos soltura el castellano, pero confiesan que les cuesta entender el deje andaluz. Joy bromea con ello cuando asegura que «aquí todo el mundo habla andaluz y no entendemos nada de lo que dicen, es muy difícil».

En este grupo todos tienen una cosa en común más allá de su origen y su residencia actual en Iznájar. Adoran el estilo de vida de un pueblo andaluz y piensan que ésa es la «Andalucía real», no la que se ve en las colonias británicas de la Costa del Sol, cuyos habitantes apenas mantienen contacto con los locales. Para eso se habrían quedado en el Reino Unido. El matrimonio Frank explica que «nos gusta más un pueblo pequeño para vivir», mientras que para Matty lo importante era «aprender el idioma —y lo domina tras 20 años como residente— y en la Costa eso es casi imposible; además, allí no está la verdad de España». Joy, por su parte, quería «una casa para reformar» que reconvirtió en una bonita vivienda rural con tres bungalows independientes y piscina mientras su marido trabaja en Inglaterra.

joy, con su mascota en casa VALERIO MERINO

La esencia de vivir en un pueblo se concreta en unas estrechas relaciones familiares que en el Reino Unido se han perdido. Allí emplean el término «old fashion» para referirse a ese estilo de vida en común, explica Sarah, que alaba que «aquí la gente es como eran antes en el Reino Unido». Para Matty, «la familia aquí es muy importante y eso lo hemos perdido en nuestro país. A nosotros nos gusta mucho el carácter familiar». Es lo mismo que piensa Susan.

Amistades extranjeras

Sin embargo, ninguno de ellos tiene aquí su familia, a la que sólo ven de vez en cuando viajan al Reino Unido o a la inversa, cuando vienen de visita sus hijos y nietos. El matrimonio Frank tiene una piscina en su casa de campo y eso «a los niños les gusta mucho». En su país la piscina no es que sea un lujo, es que allí «hace mucho frío». Mientras tanto, tienen que conformarse con las amistades entre ellos o con otros extranjeros, ya que aseguran que es complicado mantener relaciones sociales con españoles, precisamente porque se articulan en torno a la familia.

Esa es la única queja que tienen. Aunque les gustaría estar más integrados en la sociedad que les ha acogido, les falta ese punto de amistad con los habitantes locales para poder participar en la vida del pueblo, de su día a día. Después de 20 años en Iznájar, Matty sostiene que «me encanta la vida mediterránea, la española», y eso lo ha encontrado aquí, pero «lo más difícil es tener una vida con los españoles», y no porque los extranjeros no quieran. Quizás el carácter sea demasiado diferente, aunque a primera vista no lo parece.

Costumbres españolas

El grupo de británicos se comporta con soltura en los bares y tiendas de la localidad, como un residente más. David recuerda que «aunque tenemos amigos españoles, casi nunca comemos en sus casas. Por eso nuestra vida social es como en Inglaterra, ya que nuestros amigos son también extranjeros».

Han adoptado la mayoría de las costumbres españolas. David y Susan comen a las 14 y cenan a las 21 horas, como cualquier español. «Y en verano hacemos como los demás, en las horas de más calor nos quedamos en casa», dicen. Para Matty, sin embargo, «es difícil habituarse y encuentro difícil hacer una siesta». «¡Yo no!», bromea Susan. Sarah, por su parte, se ha habituado «y mi tienda tiene horarios españoles, aunque no puedo comer a las cuatro». Todos se sorprendieron cuando vieron que aquí los comercios cierran los domingos, pero lo prefieren así porque en el Reino Unido «los supermercados tienen de todo y las familias van allí a pasar el día». ¿Qué clase de domingo en familia se puede disfrutar en una gran superficie?

El Brexit

A todos ellos les afectó el Brexit y calculan que han perdido ahora en torno a un 10 o un 20 por ciento de su poder adquisitivo por la caída de la libra en la que cobran sus pensiones. Sarah tiene dificultades para importar mercancía de Londres para su tienda y recuerda que tuvo que llegar a España de urgencia el día antes de que entrara en vigor el Brexit para poder obtener la residencia —y lo consiguió—; después habría sido imposible.

«Ahora es muy difícil venir y trabajar es casi imposible. Ni siquiera nuestros amigos pueden mandarnos paquetes», declara Susan. David resume el sentir del grupo: «Tristeza, porque estábamos seguros aquí. Ahora quienes quieran mudarse aquí no pueden hacerlo». Asegura que conoce a británicos residentes en Iznájar que «han elegido el Brexit, ¡pero eso no tiene sentido!».

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