Efeméride histórica

Los días cordobeses del reinado de Felipe II

Historia de España

El monarca fijó su corte en la capital con el objetivo de coordinar la respuesta a la rebelión morisca en Granada

La historia de Córdoba que cuentan sus monedas

Retrato del monarca español Felipe II ABC

Félix Ruiz Cardador

CÓRDOBA

La vieja Córdoba del siglo XVI, lejanos ya los brillos califales y su pasado como Corte de monarcas medievales o de los Reyes Católicos, vivió desde 1569 un periodo intenso, una especie de 'revival' efímero de los viejos días. El responsable de tal circunstancia fue el Rey Felipe II, que decidió establecer su Corte en la ciudad. La decisión se anunció en el contexto de la rebelión de las Alpujarras granadinas, en las que los moriscos -descendientes de los musulmanes bautizados de forma obligada a inicios de la centuria- se levantaron contra la Pragmática Sanción, que, bajo la intolerancia religiosa del periodo, les imponía nuevas restricciones.

El monarca enfrentó decidido la rebelión interna, que lideraba el noble morisco Hernando de Válor, que se decía descendiente de los omeyas cordobeses y que se hizo llamar en esos años de revuelta, y hasta su asesinato, Muhammad ibn Umayya. Felipe II hizo traer en 1570 las tropas expertas desde Italia y Levante, colocó al frente de las mismas a su hermano don Juan de Austria y se dispuso a controlar la situación. Con ese fin, y con el de proveerse de fondos, se cuenta que convocó en Córdoba las Cortes Generales, un capítulo histórico sobre el que preparan una amplia exposición la Junta de Andalucía y el Archivo Histórico Provincial.

Tras meses de preparativos, el monarca llegó a la ciudad hace ahora poco más de 450 años, en el mes de febrero de 1570, aunque los primeros funcionarios habían comenzado a establecerse en la urbe desde comienzos de ese mismo año. Junto a él llegaron a Córdoba, que por entonces tenía en torno a 50.000 habitantes y un carácter fundamentalmente eclesiástico y conventual, miles de personas. Entre ellos, los archiduques Rodolfo y Ernesto y también religiosos de gran poder político como el Cardenal Diego de Espinosa, presidente del Consejo de Castilla, o Fray Fernando de Fresneda, confesor del monarca. No faltaron tampoco funcionarios, banqueros, nobles de los diferentes reinos que estaban unidos bajo la Monarquía Hispánica y una amplia servidumbre. Tampoco soldados o conquistadores de las Indias que llegaron a Córdoba para reclamar salarios y dirimir sus pleitos legales, pues aquí se trasladó también el tesorero real y toda la administración, así como la nunciatura.

Retiro en San Jerónimo

En ese ambiente, las intrigas de la Corte y también el jolgorio de negocios y prostíbulos se cuenta que llegaron a la ciudad, que durante unos meses salió de su calma habitual. En lo político, destacaban en aquel período las tensiones entre las facciones albistas y ebolistas, que discutían sobre si era mejor una gestión centralista de los Reinos o una mayor autonomía federalista. Por Córdoba anduvieron personajes fascinantes de esas pugnas como los Príncipes de Éboli, Rui Gómez de Silva y Ana Mendoza de la Cerda.

Monasterio de San Jerónimo de Valparaíso en la sierra de Córdoba ABC

El monarca estaba en ese momento más cercano a los de Éboli que al Duque de Alba, aunque con los años las intrigas acabarían envenenándose hasta costarle a la Princesa de Éboli, la fascinante mujer del célebre parche en el ojo, un encierro permanente en el Palacio Ducal de Pastrana. Esa historia de espionaje y conciábulos cortesanos dio lugar en 2008 a la película «La conjura del Escorial», con la actriz Julia Ormond en el papel de doña Ana de Mendoza.

En cuanto al viaje y la vida de Felipe II en la ciudad, se cuenta que llegó a Córdoba a caballo el 22 de febrero de 1570, en jornada de lluvias que afeó el cortejo. Entró por la Ribera, con el fin de acceder por la Puerta del Puente, que había sido reformada para la ocasión por el arquitecto Hernán Ruiz III, un artista ligado de pleno al Renacimiento cordobés e hijo y nieto de los constructores de la Catedral.

El monarca se alojó con su séquito en el Palacio Episcopal, sobre unos terrenos en los que había habitado en el pasado emires, califas y reyes. Se sabe que salió de allí en diversas ocasiones, incluso tuvo una estancia de varios días en el Monasterio de San Jerónimo de Valparaíso durante la Semana Santa de aquel año, que le coincidió durante su permanencia en la ciudad. También se alude a una visita a la Fuensanta y a que escuchó la misa de Pascua en la Catedral. En lo político, recibió a las Cortes Generales en la vieja Sala Capitular de la Mezquita, aunque se marchó de la ciudad antes de que acabasen por lo que hubo que retomarlas más tarde en Madrid.

Exposición

El Rey decidió abandonar Córdoba en el mes de abril, que fue cuando salió de la ciudad camino de Écija, donde había convenido un encuentro con un emisario de Pío V estudiar para una alianza con la que luchar contra el imperio turco, lo que daría pie a la Liga Santa y a la victoria de Lepanto del año siguiente. Detrás de él se fueron marchando primero todos los integrantes de la Corte y después los funcionarios y sirvientes, de tal modo que la ciudad volvió poco a poco a su normalidad a lo largo de ese mismo año.

No se olvidó sin embargo el monarca de su estancia en Córdoba y cuentan que fue premiando de uno u otro modo a las personas que lo atendieron aquí durante su estancia.

La exposición que ahora se prepara sobre este episodio de la historia será un paso más para adentrarse en la atmósfera y los personajes de un momento brillante aunque efímero de la historia de Córdoba, que ya en el XIX despertaba el interés de los ilustrados y al que la Real Academia de Córdoba le ha dedicado a lo largo de las décadas diversas sesiones y jornadas. Parece lógico que la última experiencia de Córdoba como sede de la Corona española, y bajo el reinado de uno de los monarcas más poderosos de la Historia, siga hoy tras 450 años suscitando interés.

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